Lectura de obras finalistas, no premiadas, en el
XIV Concurso Literario Provincial Grupo Leo - Editorial Agua Clara 2009.
Cuento: "Historia de un asesinato"
Autor: Esther Ramírez Horcas
Curso: 3º ESO del IES Valle de Elda
© El Autor. Todos los derechos reservados
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Era de noche. La calle Urano estaba más silenciosa de lo normal, algo que le pareció muy extraño a Nuria. Vivía en el número doce, en ático B. Era su nuevo piso. La casa era bastante grande. El salón tenía parqué y las paredes eran blancas con decorados negros. Dos sofás rojos, con cojines blancos bordados de flores negras, estaban situados en frente de dos estanterías gigantes y un mueble en el que se encontraba el televisor.
La cocina era de azulejos beigs y naranjas que armonizaban con la encimera de mármol y las cortinas. La habitación era lila. A la derecha, una cama con barrotes de madera y una bella colcha lila; a los lados unas mesitas de madera y en una de ellas una foto de un chico y de Nuria.
A la izquierda, un armario de madera y un tablón de corcho con muchas fotos colgadas. El baño tenía azulejos azules, un mueble blanco donde estaba el lavabo y encima un recipiente don dos cepillos de dientes. Sobre el mueblo, un espejo y a los lados dos pequeñas lamparitas.
Nuria se encontraba sentada en el sofá leyendo uno de sus libros favoritos, "El Palacio de la Luna", cuando de repente empezó a llover de manera desenfrenada. El cielo estaba cubierto de nubes negras; los relámpagos y los rayos estaban cercanos y era difícil que parara de llover. Nuria se levantó y fue en dirección al dormitorio. Allí en la cama, dormitaba el chico de la foto de la mesita. Se llamaba Abel y era el novio de Nuria.
Abel era un tipo de veintisiete años, alto, estrecho, de pelo oscuro y ojos negros como el azabache. Era sociable y generoso. Conoció a Nuria un año antes, en el trabajo y entablaron una relación sentimental tres meses después. Cuando Nuria se compró el piso, comenzaron a vivir juntos.
Nuria, al verlo sonrió para sí, se alegraba de haberlo conocido. Lo quería muchísimo. Se acercó discretamente a él y le dio un beso en la frente. En ese momento le pareció oír un ruido muy extraño que provenía de la entrada. Justo en ese instante, las luces se apagaron, el ordenador y todos los electrodomésticos dejaron de funcionar. La luz se había ido.
Sigilosa, fue hacia la cocina y cogió un cuchillo. Lo aferraba fuerte, un tanto nerviosa. Marchó de aquí para allá mirando, asustada, si había alguien. Nada en la entrada. Nada en el salón. Ni en la cocina, ni en el baño. Hasta que llegó a su cuarto. No podía ver muy bien, pues estaba muy oscuro, pero le pareció ver una sombra, algo que se movía continuamente. Unos ojos verdes, un reflejo, y, entonces, un alarido.
Esa queja la aterró y se acercó a Abel tanteando los muebles. Llegó a tocar su mano, que temblaba. Horrorizada, reconoció con los dedos algo líquido que fluía del vientre de Abel. Corrió hacia el interruptor de la luz e intentó encenderlo, pero la luz aún no había vuelto. Probó tantas veces como pudo, pero nada. Buscó a tientas una cerilla, una linterna, una vela o algo con que alumbrar la sombría habitación, pero, otra vez, nada.
Empezó a llamar a Abel que respiraba entrecortadamente, exhalando su último suspiro.
- Te quiero- dijo con la garganta seca, a punto de abandonarla.
- Resiste Abel, por favor, un poco más, ya verás como todo se arregla. Aguanta, por favor- dijo entre lágrimas y sollozos-. ¡Te quiero!- gritó desesperadamente.
Buscó precipitadamente una toalla y la puso encima de la herida reduciendo el chorro de sangre. Oyó como la puerta se cerraba.
- Más vale que le sigas o llames a la policía antes que haga algo más- le dijo Abel.
- ¡No! Prefiero llamar a la ambulancia antes para que eso se te cure.
- Me pondré bien. Te lo aseguro.
- No- dijo Nuria conteniendo las lágrimas de nuevo.
- Te quiero. Por favor... ve.
Nuria se resignó a hacer lo que Abel decía. En ese segundo la luz volvió y Nuria llamó a la ambulancia y a la policía lo más presurosa que pudo.
Volvió a donde yacía Abel. Encendió la luz. La imagen era terrible. El cuerpo inerte de él permanecía en la cama. La colcha, las sábanas y toda la indumentaria del lecho estaban manchadas de la sangre de Abel.
Tenía una herida lo suficientemente grande como para morir desangrado en pocos minutos... Y eso era lo que había sucedido...
Nuria se arrodilló, mirándose las manos ensangrentadas, y gritó:
- ¡Abel! ¡Abel! ¡No! ¡¿Por qué?!
Lloraba y lloraba, inundando la habitación de lágrimas, sintiendo cómo se moría por dentro, cómo su corazón se rompía en pedazos, cómo en pocos minutos podía haber sucedido tal tragedia.
- No. No, no puede ser. Esto debe ser una broma o una pesadilla.
Nuria suspiraba embriagada por el desconsuelo y la angustia. Lamentaba haberse apartado de Abel unos segundos. Golpeaba con el puño cerrado y oprimido el suelo.
Vino la ambulancia y la policía, pero ya era tarde. Abel no respiraba y el asesino, el ladrón o lo que fuera ya se había ido. Nuria no entendía cómo las personas pueden hacer cosas tan terribles: matar, asesinar... Esa clase de personas no tienen sentimientos, no merecen vivir.
La ambulancia se llevó el cadáver inerte de Abel hacia el tanatorio, y la policía precintó el edificio para hacer una búsqueda detenida de algo que les llevara hasta el asesino.
No descubrieron nada, ni una huella, ni una pisada. Nada. Nuria tampoco sabía quién podía haber sido. No pudo ver nada.
En los días siguientes, se celebró el entierro de Abel. El ataúd de madera fue llevado al cementerio de la ciudad. Nuria lloró muchísimo su muerte, pues había sido mucho para ella. El presenciar un asesinado, estar al lado del asesino sin saber quién era ni por qué estaba allí, la muerte de su prometido, la persona que más amaba... todo había sido muy duro para ella.
Aún así, Abel sigue viviendo en el corazón de Nuria.
© Esther Ramírez Horcas