Cuento: "Almas sin retorno"
Autor: Laiz Lissette Bello
Curso: 4º ESO del IES Valle de Elda
© El Autor. Todos los derechos reservados
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Esta historia tuvo lugar en un pueblo llamado San Juan, en Soria.
Era la noche de Todos los Santos y en el monte de las Ánimas no había ningún alma en pie, excepto Pablo. Este niño de doce años tenía lejano parentesco con uno de los nobles muertos y se apresuraba a buscarlo. Corría por un sendero estrecho y lúgubre que conducía directamente a una ermita abandonada situada en el centro del monte.
Tras varios minutos, llegó a la ermita. Ésta era sumamente oscura, su entrada estaba cubierta de matorrales enredados unos con otros. A la derecha de la construcción ruinosa, se encontraba una pila de agua bendita mohosa situada en el interior de un estanque putrefacto. Los enormes árboles de la zona apenas dejaban pasar un resquicio de luz y Pablo comenzaba a asustarse. En un acto de valentía o de locura, abrió el enorme portón con un gran esfuerzo, atravesó una tupida telaraña y se apresuró a investigar la zona. Todavía no lograba entender cómo se había atrevido a entrar en el monte de las Ánimas precisamente esa noche, su curiosidad por descubrir si la leyenda era cierta, y si fuera así por conocer a su lejano pariente, habían acabado con cualquier resto de miedo y le habían aportado el valor suficiente, aunque ahora se fuera debilitando poco a poco.
Al trasluz pudo ver unas escaleras estrechas, sin pensarlo se dirigió hacia ellas y las subió corriendo. Llegó hasta el campanario. Se detuvo un buen rato mirando las relucientes campanas, en las cuales se reflejaba una majestuosa luna llena, lo que significaba que era media noche. En el campanario había un ventanal por el cual, tras apartar ciento de telarañas, se asomó para contemplar el enorme bosque que se extendía bajo sus pies.
De improviso comenzaron a sonar las campanas, su corazón dio un brinco desmedido. Las campanas sonaban cada vez más y más fuerte, como impulsadas por algo sobrenatural. Pablo no apartaba la vista del bosque. Algo extraño ocurrió, la tierra comenzó a removerse y salieron a la luz miles de esqueletos polvorientos, estos se quedaron inmóviles. Las campanas pararon de sonar y Pablo se dio cuenta de que la luna no se reflejaba en ellas. Un resplandor verdoso inundó todo el bosque y el pequeño contempló cómo comenzaron a moverse y a hablar los esqueletos.
Aterrorizado, sin saber qué hacer, decidió guiarse por su instinto, pensó que lo mejor sería irse por donde había venido, tal vez si lo hacía en silencio no advertirían su presencia y podría volver a casa. Así lo hizo. Salió de la ermita y recogió algunas ramas que habían esparcido por el suelo, se cubrió con ellas a modo de camuflaje y comenzó a moverse lentamente entre la malea.
Por suerte, las criaturas no distinguían al muchacho, quien seguía su camino a paso de tortuga.
Con gran dificultad logró dar con el sendero por el que había venido, estaba desierto, no se observaba nada extraño no había ningún esqueleto cerca y el muchacho pensó que iría más rápido corriendo. Se quitó su camuflaje y comenzó a correr como si le fuera la vida en ello.
Algo entre los árboles se movía, pero siguió su camino sin distracciones, no se podía detener. Un rito desgarrador le hizo volver la cabeza, distinguió una manada de lobos esqueléticos a su espalda. Se desvió del camino ara despistarlos y ¡bang! dio a parar con un campamento de esqueletos. En un acto reflejo se agachó y se escondió entre la maleza de la zona, los esqueletos continuaron con su charla como si nada, mientras, Pablo los observaba desde su escondite:
- Está siendo una noche muy movida ¿no caballeros?- decía el cuarto empezando por la derecha.
- Sí señor Pérez hoy los muertos están de fiesta- comentaba otro cuyos huesos aún tenían enganchados restos de vestimentas.
- Daría lo que fuera por ver a mi nietos, ya deben tener hijos- proseguía el que estaba sentad en medio del grupo.
“Si uno de estos fuera mi abuelo cumpliría mi misión y podría hablar con él, lastima que sólo me sepa su apellido”- pensó el joven.
- Soy Fulgencio Edler y me arrepiento de haber venido a esta guerra tan estúpida, debería haberme quedado con mi familia.
¡Era él! ese era su apellido, Edler.
Pablo se sobresaltó y no pudo evitar soltar un grito de alegría, los esqueletos se dieron cuenta de la presencia del muchacho y comenzaron la pregunta:
Tras varios minutos, llegó a la ermita. Ésta era sumamente oscura, su entrada estaba cubierta de matorrales enredados unos con otros. A la derecha de la construcción ruinosa, se encontraba una pila de agua bendita mohosa situada en el interior de un estanque putrefacto. Los enormes árboles de la zona apenas dejaban pasar un resquicio de luz y Pablo comenzaba a asustarse. En un acto de valentía o de locura, abrió el enorme portón con un gran esfuerzo, atravesó una tupida telaraña y se apresuró a investigar la zona. Todavía no lograba entender cómo se había atrevido a entrar en el monte de las Ánimas precisamente esa noche, su curiosidad por descubrir si la leyenda era cierta, y si fuera así por conocer a su lejano pariente, habían acabado con cualquier resto de miedo y le habían aportado el valor suficiente, aunque ahora se fuera debilitando poco a poco.
Al trasluz pudo ver unas escaleras estrechas, sin pensarlo se dirigió hacia ellas y las subió corriendo. Llegó hasta el campanario. Se detuvo un buen rato mirando las relucientes campanas, en las cuales se reflejaba una majestuosa luna llena, lo que significaba que era media noche. En el campanario había un ventanal por el cual, tras apartar ciento de telarañas, se asomó para contemplar el enorme bosque que se extendía bajo sus pies.
De improviso comenzaron a sonar las campanas, su corazón dio un brinco desmedido. Las campanas sonaban cada vez más y más fuerte, como impulsadas por algo sobrenatural. Pablo no apartaba la vista del bosque. Algo extraño ocurrió, la tierra comenzó a removerse y salieron a la luz miles de esqueletos polvorientos, estos se quedaron inmóviles. Las campanas pararon de sonar y Pablo se dio cuenta de que la luna no se reflejaba en ellas. Un resplandor verdoso inundó todo el bosque y el pequeño contempló cómo comenzaron a moverse y a hablar los esqueletos.
Aterrorizado, sin saber qué hacer, decidió guiarse por su instinto, pensó que lo mejor sería irse por donde había venido, tal vez si lo hacía en silencio no advertirían su presencia y podría volver a casa. Así lo hizo. Salió de la ermita y recogió algunas ramas que habían esparcido por el suelo, se cubrió con ellas a modo de camuflaje y comenzó a moverse lentamente entre la malea.
Por suerte, las criaturas no distinguían al muchacho, quien seguía su camino a paso de tortuga.
Con gran dificultad logró dar con el sendero por el que había venido, estaba desierto, no se observaba nada extraño no había ningún esqueleto cerca y el muchacho pensó que iría más rápido corriendo. Se quitó su camuflaje y comenzó a correr como si le fuera la vida en ello.
Algo entre los árboles se movía, pero siguió su camino sin distracciones, no se podía detener. Un rito desgarrador le hizo volver la cabeza, distinguió una manada de lobos esqueléticos a su espalda. Se desvió del camino ara despistarlos y ¡bang! dio a parar con un campamento de esqueletos. En un acto reflejo se agachó y se escondió entre la maleza de la zona, los esqueletos continuaron con su charla como si nada, mientras, Pablo los observaba desde su escondite:
- Está siendo una noche muy movida ¿no caballeros?- decía el cuarto empezando por la derecha.
- Sí señor Pérez hoy los muertos están de fiesta- comentaba otro cuyos huesos aún tenían enganchados restos de vestimentas.
- Daría lo que fuera por ver a mi nietos, ya deben tener hijos- proseguía el que estaba sentad en medio del grupo.
“Si uno de estos fuera mi abuelo cumpliría mi misión y podría hablar con él, lastima que sólo me sepa su apellido”- pensó el joven.
- Soy Fulgencio Edler y me arrepiento de haber venido a esta guerra tan estúpida, debería haberme quedado con mi familia.
¡Era él! ese era su apellido, Edler.
Pablo se sobresaltó y no pudo evitar soltar un grito de alegría, los esqueletos se dieron cuenta de la presencia del muchacho y comenzaron la pregunta:
¿Quién eres? ¿Qué pasa? ¡No puedes estar aquí!..., todo eran preguntas y más preguntas. Pablo, asombrado por la majestuosidad de aquellos esqueletos polvorientos, apenas podía articular palabra alguna, hasta que lo consiguió:
- ¿Eres Fulgencio Edler?
- Sí, así es. ¿Por qué soy el centro de tu interés pequeño muchacho atrevido?- contestó.
- Verá señor, he venido con dos misiones, la secundaria es comprobar si la leyenda contada sobre éste bosque es cierta, y ya veo que sí, pero la misión principal era conocer a mi tatarabuelo.
- ¿Qué? Tú no puedes pertenecer al linaje de los Edler.
- Sí señor, es así, lo que le digo es cierto. Me han contado miles de historias sobre usted, por las cuales quedé tan fascinado que, en un momento tal vez de locura, decidí venir a conocerle, y ¡lo he conseguido!- dijo Pablo muy emocionado.
- Te pondré una prueba, si es así, ¿Cómo se llamaban mi esposa y mi hijo?
- Su esposa se llamaba Roxanne Marker y su hijo José Edler Marker.
- Comprobado, es correcta tu respuesta, ¡bienvenido seas en éste, mi nuevo hogar!
Pablo y su pariente hablaron largo y tendido sobre lo que había pasado pero no se dieron cuenta que otros curiosos acechaban. Los esqueletos cumplen una maldición,un alma por otra alma, si le entregan al monte un alma viva ellos recuperarán la vida, así que Pablo se encontraba en medio de una manada de lobos.
Se acercaba el alba y debía marchar. Feliz se levantó del suelo donde había permanecido sentado, se despidió de su tatarabuelo, quien se metió dentro de su sepulcro volviéndose inerte, y puso rumbo a casa.
Andando por el sendero sintió una presencia a su espalda, pero pensó que sería su imaginación, la sensación no cesaba y se hacía cada vez más fuerte. El muchacho se detuvo en silencio, escuchó un ruido ahogado y casi imperceptible de una respiración, giró lentamente su cabeza y vio a un ejercito de esqueletos que le perseguían. Intentó echar a correr pero era demasiado tarde, uno de ellos le había cogido del brazo y otro de las piernas, no tenía escapatoria. Pablo, en un intento de salvarse gritó:
- ¡Esperad! Os conduciré al pueblo, allí hay más gente viva y podréis salvaros todos, pero dejadme a mí.
Los esqueletos aceptaron. Apresurados, como una avalancha de huesos, bajaron al pueblo y cogieron a toda alma posible sin dejar escapar a Pablo, los llevaron al monte y los enterraron vivos, como tenían que hacer. El monte se llenó de ecos, de gritos de socorro, horror, sofoco, golpes ... y ... comenzaron a sonar las campanas otra vez, el aviso final.Todos los esqueletos se quedaron esperando el rayo verde que les devolvería la vida, pero, el resplandor deshizo sus huesos y atrapó todas las almas que encontró por el bosque, dejándolas amarradas a él para siempre.
Desde entonces, el pequeño pueblo de San Juan es un pueblo fantasma. No hay el menor síntoma de vida. Nadie deambula sus calles, no hay vándalos, sólo un silencio terrorífico que lo inunda todo y el monte, el monte que con sólo mirar consigue helarte la sangre.
Cuentan algunos viajeros que se han extraviado cerca de él, que la noche de Todos los Santos han visto bajar del monte a todas las almas de los antiguos habitantes del pueblo. Van en búsqueda de nuevas almas que sepultar, ya han desaparecido veinte personas en el pueblo vecino, ¿serás tú el siguiente?...
© Laiz Lissette Bello
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