lunes, 24 de agosto de 2009

Lectura de: "Ella" de María Carpena Hernández

Lectura de obras finalistas, no premiadas, en el XIV Concurso Literario Provincial Grupo Leo - Editorial Agua Clara 2009.
Cuento: "Ella"
Autor: María Carpena Hernández
Curso: 3º ESO del IES Valle de Elda
© El Autor. Todos los derechos reservados
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Era el mismo sueño que tenía cada noche. Aquel acantilado que se asomaba a un embriagado océano, acompañado por un majestuoso y lejano horizonte. Ni siquiera una explicación ni un motivo aparente que me hiciera llegar a conocerlo, a interpretarlo. Él me atrapaba como el más bello de los atardeceres.
Fue mi guía para aprender a vislumbrar la vida desde otra perspectiva; aprender a vivir como uno quiere... a soñar despierto.
A medida que pasaban las noches me despertaba intentando buscar otro sueño. Incluso deseaba adentrarme en alguna de esas pesadillas que me atormentaban desde que era un niño, pero mi fuerza de voluntad se hacía insignificante con aquella extraña y fascinante visión.
Cada noche, cuando me despertaba en aquel mundo tan enternecedor, me sentía vivo, como si estuviera viviendo un sueño; como si al otro lado del horizonte me deleitara el más profundo de mis pensamientos. Me producía unas ganas inmensas de atraparlo y abrazarlo tan fuerte que se hiciera realidad.
Una noche me desperté sobresaltado y, harto de no hallar respuestas, fui a buscarlo- quizá de pequeño lo vi en algún sitio o me hablaron de él-. Visité ciudades, pregunté a todo el mundo, pero no encontré huella alguna; ni siquiera una insignificante pista que me condujera hasta aquella fascinante visión.
"Estaré loco", pensé sin temor a aceptarlo.
Desconcertado y decepcionado, volvía a casa. Por el camino, en el autobús, me llamó la atención una chica. No sé qué tipo de hechizo utilizó conmigo, pero no podía dejar de mirarla. En décimas de segundo su triste mirada desembocó en un mar de lloros y tormentos. Tuve una sensación extraña, inaudita, inhumana. Cada gota de dolor, cada lágrima de amor que fluía por su mejilla era como un tenue y fino hilo de luz blanca que adormecía el cielo estrellado, dejando una suave y cálida brisa a su paso.
Me acerqué a ella y escuché con atención las razones que la llevaban a sentirse así. Estuvimos todo el trayecto charlando hasta que ella se bajó en la parada a la que el destino la había llevado. Sabía que no nos íbamos a volver a ver, pero, desde ese momento, dejé de ser aquella insignificante gota de mar que siempre me había sentido y me convertí en el más grande de los océanos jamás visto.
Aquella noche me desperté a las tres de la madrugada sobresaltado. Me encontraba sumido en un nuevo mundo, desconocido, tal vez mágico. Soñé con aquella chica, de belleza mística y tentadora que superaba cualquier sueño. Por fin la había encontrado, había hallado la respuesta que siempre había buscado.
"La soledad", pensé invadido de miedo y angustia. ¿Cómo podía haber estado tan ciego? Fue ella la que me abrió los ojos. Hasta que no la encontré, la soledad fue mi única compañía. Desde aquella noche, día tras día, se me aparecía en los sueños aquel acantilado que se asomaba a un embriagado océano, acompañado por aquel majestuoso y lejano horizonte. Pero ya no estaba solo, ahora me acompañaba aquella chica cuyo nombre no cito por miedo a que desparezca. En ese momento comprendí, que mientras no la hallase, debería seguir soñando.


© María Carpena Hernández

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