Llegaron al parque a las diez de la mañana, cuando estaban abriendo. Entraron corriendo dispuestos a montarse absolutamente en todas las atracciones. A las dos de la tarde se acercaron a comer a un restaurante chino en donde habían quedado con sus padres. Cuando acabaron la comida, Mario y Ana, sin poder esperar a que sus padres se tomaran el café, salieron corriendo para seguir disfrutando del día.
Les llamó la atención una atracción que daba vueltas sin parar, por lo que se montaron en ella. Cuanta más velocidad cogía su silla, más sensación tenían de salir despedidos, debido esto se desmayaron.
Cuando despertaron, se sentían muy desorientados y se dieron cuenta de que no estaban en el parque de atracciones, sino en medio del campo. Comenzaron a andar y vieron que estaban solos. Caminaron durante horas sin comida. Sólo llevaban la botella de agua que Ana Había cogido en el restaurante y una bolsa de patatas que había comprado Mario. De repente, oyeron voces y fueron hacia el lugar de donde procedían. al acercarse, vieron a muchos hombres y mujeres extraños, tenían mucho pelo, estaban encorvados...
Observaron que detrás de ellos había comida, por lo que se acercaron sigilosamente para coger algo y así saciar su apetito. En el mismo momento que agarraron un trozo de lo que parecía carne asada, y justo cuando se disponían a marcharse, un hombre les vio y les sujetó. Les empezó a hacer gestos amenazadores y a gritar en un idioma extraño, mientras blandía un palo. Todas las personas que había allí se volvieron hacia ellos. Mario y Ana se dieron cuenta que eran seres primitivos.
Al principio pensaron que era una atracción, pero luego se dieron cuenta de que esos seres eran de verdad, pero, ¿cómo era posible que existieran seres primitivos en el presente? Tras esto, pensaron que seguramente habían viajado en el tiempo hasta la época primitiva. ¡Increíble!
El hombre les llevó a empujones por la ribera del río hacia donde estaba toda la tribu. Yendo hacia allí, resbaló y se cayó al agua. Todas las personas se asustaron mucho, ya que no sabía nadar y el hombre se ahogaría. Entonces, Mario y Ana se lanzaron al río para salvar al hombre. Cuando le llevaron a la orilla sano y salvo, todo el mundo cambió de actitud hacia ellos y, en vez de mostrarse amenazantes, se mostraron muy agradecidos.
Mario y Ana, a lo largo de los días que pasaron con ellos, y mientras pensaban de qué manera volverían a casa, les ensañaron a nadar, a cultivar plantas cogiendo las semillas de los árboles, a domesticar animales... Los primitivos, a su vez, enseñaron a los hermanos a recolectar frutas, a cazar, a pescar con las manos, a hacer fuego con dos palos, con piedras...
También les enseñaron a pintar en las paredes de las cuevas, al resguardo de la lluvia y el viento. Estas pinturas se realizaban con sangre y barro. Otras veces utilizaron tintes que conseguían en la naturaleza. Las realizaban con los dedos o con pinceles de pelo de animales.
Pasaron con ellos largo tiempo. Eran muy felices, pero cada vez echaban más de menos a sus padres y las comodidades de su casa. Tenían muchas ganas de volver, y a la vez también les apetecía quedarse con esas personas tan distintas a ellos.
Un día de verano, por la mañana, estaban enseñando a nadar a los más pequeños de la tribu. Les estaban enseñando a mantenerse en el agua sin hundirse y a darse chapuzones sin tragar agua. El agua del río era muy transparente, ya que no estaba contaminada por las fábricas e industrias. Entonces, se formó un remolino en el agua y los dos hermanos empezaron a sacar a los pequeños del río para que no se ahogaran. Cuando estaban todos los niños a salvo y Mario y Ana estaban saliendo, el remolino aumentó su fuerza y arrastró a los dos hermanos hacia una cascado, por la que cayeron. Gritaban y gritaban sin parar. Ana, de repente oyó que alguien la llamaba:
- ¡Ana, Ana, Ana!
Ana se despertó muy sobresaltada. Era su padre que la estaba llamando para que se levantara para ir al parque de atracciones como habían quedado el día anterior. El desayuno estaba preparado y Mario ya estaba acabando. Ella se levantó y se dio cuenta que todo había sido un sueño. Se vistió y se fueron al parque.
Llegaron al parque a las diez de la mañana, cuando estaban abriendo y entraron corriendo dispuestos a montarse absolutamente en todas las atracciones. A las dos se acercaron a comer a un restaurante chino en donde habían quedado con sus padres. Cuando acabaron la comida, Mario y Ana, sin poder esperar a que sus padres se tomaran el café, salieron corriendo para seguir disfrutando del día.
Les llamó la atención una atracción que daba vueltas sin parar, por lo que se montaron en ella. Cuanto más velocidad cogía su silla, más sensación tenían de salir despedidos. Debido a esto se desmayaron.
Cuando despertaron, se sentían muy desorientados y se dieron cuenta de que no estaban en el parque de atracciones, sino en medio del campo...
© 2009. Texto y dibujo: Juan Pablo Melgarejo Zamora.
Primero de ESO. IES Valle de Elda