Mi mejor amigo
Aquel perro llevaba hora siguiéndome. Mosqueado decidí sentarme en un banco para poder examinar al animal. Su estatura imponía bastante, pero su mirada de cachorro expresaba timidez, duda y ternura. Su pelaje era de un color claro, y sus largas orejas colgaban de su cabeza como si fuera de trapo.
Al cabo de un rato un señor muy extraño se sentó a mi lado y me miró disimuladamente, supe entonces que no se tramaba nada bueno. Me levanté del banco inmediatamente pero el hombre me tenía agarrada del brazo. Noté cómo mi corazón latía con fuerza y mi saliva se acumulaba en mi boca, lo que me impidió chillar.
El pero, sin pensarlo dos veces, se abalanzó contra el hombre y tras mordiscos y arañazos el extraño salió huyendo. Supe entonces que el perro me había elegido. Con los ojos inundados de lágrimas me lancé a abrazar al animal. Tuve entonces la impresión de que el perro también me abrazaba a mi, pero cualquiera que me oyese pensaría que estoy loco, por lo que decidí ignorar aquel extraño presentimiento.
Al separarnos, nuestras miradas se cruzaron y desde aquel momento me encariñé con él. Tenía que llevármelo a casa, pero antes de nada le pondría un nombre. "¿Qué tal Pupi?" ¿Me estaba volviendo loco? Le estaba hablando a un perro. Y pensar que días antes odiaba a estos fieles animales. En cuanto a la locura sentí que no le gustaba aquel nombre y volví a decir "¿Y Chipi? ¿Te gusta?" Seguro que le encantó, pues su mirada expresaba alegría y afirmación. "¡Florián, lo tuyo es de juzgado de guardia!" me dije a mi mismo, ya que había mantenido una pequeña conversación con mi nuevo amigo, Chipi.
Cuando salíamos de aquella sombría calle, vimos a lo lejos que el extraño regresaba, y tras él, dos hombres más. Los dos eran fuertes y corpulentos. Llevaban los brazos al descubierto, en los que se podía distinguir un gran número de tatuajes.
En menos de cinco segundos los dos hombres salieron corriendo detrás de nosotros. Me quedé paralizado. ni corría ni chillaba. Había entrado en un horrible estado de shock. Chipi me mordió el trasero lo que me hizo reaccionar, y pude ver cómo los dos hombres, corpulentos pero bobos, se habían chocado uno contra el otro intentando coger al animal.
Los dos corrimos hacia una fábrica abandonada, llena de gigantescas cajas, estatuas y, muchas estanterías llenas de cristales rotos, y decidimos escondernos detrás de una de éstas. Al cabo de unos segundos, entraron nuestros perseguidores y empezaron a derribar cajas y estanterías.
- Por aquí no están -dijo uno de ellos.
- Sí que están, pues los he visto meterse en esta nave -dijo el otro.
- Si no fueses tan patoso, el maldito chucho no se habría escapado del laboratorio.
- ¡Es que es muy listo!
- ¡Anda, calla! No pongas más excusas y sigue buscando, que se enfadará el jefe.
- ¿Y qué haremos con el chico?
- El jefe se encargará de él.
Tras estas palabras se oyeron unas risas malvadas y los dos siguieron con su tarea; derribar aquello que interrumpiera su camino.
Chipi, listo y valiente, me hizo seguirle hacia una estatua que representaba a un niño sentado, abrió una caja a base de arañazos, y de ella me hizo sacar un gran bote de pegamento especial. Le ayudé a embadurnar la estatua con la viscosa pasta, y después me escondí detrás de una caja.
El perro empezó a ladrar, y los dos hombres salieron en su busca. Cuando llegaron vieron al perro tumbado junto a la estatua, y corrieron a atraparlo, pero Chipi salió disparado como una bala por lo que decidieron atrapar a la estatua, ya que el local se encontraba oscuro, y pensaron que ésta era yo.
Al tocarla, se quedaron pegados a ella como un bebé a su chupete, y pronto pudimos avisar a la policía. Fue fácil encontrar al hombrecillo extraño del principio, pues él sin sus guardaespaldas no era nadie.
Los tres fueron encarcelados, junto a los colaboradores de aquel laboratorio en el que experimenteban con indefensos animales.
Acabada aquella pesadilla decidí volver a casa con Chipi, pero sólo había que solucionar una pequeñísima cosa, o bueno... no tan pequeña. Pensaba en cómo conseguir convencer a mamá, puesto que yo había salido a ella y sabía que no le haría mucha gracia tener un perro, como me hubiera pasado a mí días antes de haber conocido a éste. "Tendrás que portarte bien, así, tal vez, podamos animarla a que te quedes a vivir con nosotros" -le dije a Chipi.
A la llegada a casa, pude ver a mi madre llorando sin consuelo, pues las noticias corren rápido, y mamá ya se había enterado de lo sucedido.
- Así que... éste es el famoso perro que te ha salvado la vida -dijo secándose las lágrimas-, aunque también podría haber sido el causante de que te la quitaran.
- Mamá, me ha salvado y eso es lo que importa. Podrá hacerlo más veces. He notado que tenemos una conexión. Déjame quedármelo, por favor.
Mi madre indecisa miró al animal, acarició su lomo y tras una pausa eterna, añadió:
- Tenemos un nuevo miembro en la familia.
Sigo hablando con él, y sé que cuando lloro, él llora, cuando sufro, él sufre... Pero lo que sí sé, y no dudo, es que siempre será mi mejor amigo.
© 2009. Texto y dibujo: Laura Ostolaza Yagüe
Segundo de ESO. IES Valle de Elda
No hay comentarios:
Publicar un comentario