El viaje de tus sueños
Érase una vez un hombre llamado Fred, de ojos azules, alto, con arrugas en la cara, piel morena, pelo blanco y con una larga barba canosa. Su edad, 70 años, le había convertido en una persona de carácter fuerte, gruñón y desagradable. No tenía esposa, hijos, ni ningún familiar que viviese cerca de él, por eso siempre estaba solo. Iba desaliñado y la gente del pueblo le tenía miedo.
Un día, al volver a casa, después de dar su paseo diario por la amplia y preciosa playa del pueblo donde vivía, Fred encontró e su buzón una carta, corta, escueta y concisa. La cogió asombrado, pues nunca nadie e había escrito antes. Se sentó en su sillón favorito, junto a la ventana, desde la cual podía ver sus tierras sembradas y al fondo su viejo y desastrado pajar. Abrió la carta y empezó a leer detenidamente:
"Estimado Fred, hace tiempo que no sabemos nada de ti, pero creo que deberías saber que tu hermano Marc ha fallecido, a causa de una larga enfermedad. Tu cuñada: Helen".
En ese momento Fred se quedó parado unos instantes, sin saber qué hacer, pensando en el tiempo que llevaba sin ver a su hermano desde que, hace diez años, Marc se fue del pueblo en busca de una mejor vida, y ahora la vida le arrebataba a su hermano y le privaba de poder disfrutar de él.
Levantó la vista y miró fijamente el viejo pajar, en el que antes junto a su hermano Marc, cuidaba las vacas, caballos y otros animales que allí tenían, pero que por su edad y el gran trabajo que le causaban, decidió venderlos. Ahora en ese pajar guardaba su vieja avioneta, sucia, descuidada, y que nunca había utilizado desde que se la regaló su hermano, el mismo día que se marchaba del pueblo.
Fred, agotado, cansado y dolido por la noticia, decidió acostarse, pero en su cabeza tenía una idea muy clara: al día siguiente limpiaría y probaría la avioneta para poder ir al entierro de su hermano Marc.
Aún no había amanecido cuando Fred despertó y rápidamente se aseó, visitó desayunó algo rápido y salió corriendo camino del pajar, completamente decidido a llevar a cabo lo que había pensado la noche anterior.
Cuando llegó se puso manos a la obra en la limpieza de la avioneta. Era un modelo EF-254, color rojo con unas alas blancas y una gran cola donde en uno de sus lados, llevaba grabado un escudo con la imagen de un león. Una vez limpia a fondo, probó a ver si arrancaba, dando dos vueltas a la llave. El motor pareció no arrancar, pero de repente rugió como un fiero león y arrancó. Contento con los resultados, alzó el vuelo dando vueltas sobre sus tierras y contemplando los grandes acantilados y el inmenso océano azul, que bajo sus pies se veía tranquilo y le acompañaba en su primer vuelo.
De repente Fred notó una vibración en sus manos. El miedo se apoderó de él cuando vio que del motor salía huno y que la avioneta se hacía cada segundo más incontrolable. La corriente de aire fue empujando la avioneta hacia el interior del mar, y alejándola de la costa. Después de estar un tiempo planeando sin control, avistó una isla e intentó encontrar un punto de aterrizaje, pero no consiguiéndolo, amerizó en el mar.
Salió como pudo de la avioneta y se fue nadando hacia la isla, quedándose casi sin fuerzas, desmayándose nada más llegar a la orilla de la playa. A la mañana siguiente se despertó, asustado, desorientado y se dio cuenta de que estaba solo, y comenzó a explorar la isla. En ella vio que había una gran zona de selva y se adentró en ella. Caminó entre la maleza y llegó a sus oídos sonido de agua. Siguió por ese camino y empezó a notar un cambio de temperatura, de olor, de luz. De repente se encontró ante él un paisaje maravilloso en el cual había un lago con una cascada rodeada de plantas exóticas y palmeras con las que se podía alimentar de sus frutos.
Fred al ver el lago se lanzó al agua y nadando fue hacia la cascada en donde se encontró con una gran cueva. Intrigado se introdujo en ella y en su interior había una gran variedad de piedras preciosas de todos los colores, que estaban incrustadas en las rocas. Decidió acercarse hasta ellas para verlas mejor. Al dar un paso adelante, se hundió el suelo cayendo a otra gran cueva en la que había restos humanos.
El corazón de Fred latía con tal fuerza que le causaba hasta dolor en el pecho. Notaba que el aire no llegaba a sus pulmones, y el nerviosismo, el miedo y los temblores, se apoderaban de su cuerpo. Estaba paralizado, no sabía qué hacer, y un sudor frío empezó a recorrer todo su cuerpo. Levantó la vista y, al fondo de la cueva vio una luz. Era una luz fuerte, brillante, con un resplandor que casi cegaba sus ojos. Del interior de esa luz salía una voz suave que le resultaba familiar. Sí, era la voz de Marc, que lo llamaba y le decía: "¡¡Fred, Fred!!"
Sus piernas comenzaron a temblar, y Fred buscó apoyo en la pared más cercana. Al poner su mano sobre la pared, un frío recorrió su cuerpo, un fuerte pitido comenzó a sonar, unas voces empezó a escuchar, voces que decían: "Enfermera, enfermera, ha despertado".
Fred abrió sus ojos, casi no podía mantenerlos abiertos. Miró todo su alrededor, y le pareció extraño, no conocía nada, ni a nadie, no sabía dónde estaba ni qué hacía allí.
De repente una mujer se acercó a su cama, lo miró con lágrimas en los ojos, y dijo:
"Fred, cariño, estoy aquí, llevo tanto tiempo esperando este momento". Fred rápidamente consiguió recordar esa voz, esa cara dulce... era su esposa Mary.
Mary y Fred se abrazaron fuertemente y, cuando ambos se repusieron de tanta emoción, Mary le contó a Fred lo que le había ocurrido: "Cariño, tuviste un grave accidente con tu avión, cuando ibas a España por viaje de negocios. Eso sucedió hace once meses. Desde entonces todos estamos esperando este momento, deseábamos tanto que te recuperaras... Yo he estado aquí día y noche, no quería dejarte solo ni un momento. Marc se ha encargado en este tiempo de llevar tu empresa adelante. Tus hijos están en casa deseando verte. Por cierto Fred, hoy es tu cumpleaños. ¡Feliz 36 cumpleaños!.
© 2009. Texto y dibujo: Tamara Carbonell SanzCurso: Primero de ESO. IES Valle de Elda
No hay comentarios:
Publicar un comentario