Hola, soy sopera, Cuchara Sopera y os voy a contar la historia de cómo los cubiertos hemos pasado de aburrirnos a divertirnos.
La vida de un cubierto siempre es igual. Pasamos del cajón a la mesa, de la mesa a la boca, de la boca al friegaplatos y otra vez al cajón.
Yo vivía en casa de Juan y sus padres, con mi hija Cucharilla de Café, mis hermanas y mi esposa: una cuchara que regalaron a Juan por su comunión y lleva su nombre grabado.
Vivíamos en el segundo cajón de la cocina e íbamos a hacer unas elecciones y me presenté a candidata. Tras un largo periodo de campañas publicitarias me eligieron a mí y propuse la idea de salir al exterior cuando no hubiese nadie. A algunos les pareció excelente y a otros muy disparatado. Esa noche nos levantamos los vasos, los platos y los cubiertos y salimos por la ventana.
Al salir pensé que allí estábamos desde pequeñas y habíamos cogido cariño a Juan.
La leyenda cuenta que todo el cubierto, vaso o plato que lo desee puede ir al país de Cubertilandia, Platilandia y Vasilandia y propuse ir allí.
Para ir teníamos que estar un día en el cajón del cocinero más famoso. Entonces vendría un avión de objetos de cocina y nos llevaría allí.
Se hizo de noche y entramos en casa de una viejecita que, casualmente, estaba viendo en la televisión un reportaje para saber quién era el mejor cocinero del mundo y o vimos desde detrás de su sillón. Dejaron tiempo para que la gente votara y ganó Franchesco Bolanyo que era francés, pero vivía dos calles más abajo. Cuando la viejecita se acostó fuimos a dormir cerca de la chimenea.
A la mañana siguiente fuimos a casa del cocinero sin que nadie nos viera y nos metimos en su cajón. El cajón era inmenso podíamos jugar al tenis, saltar a la comba, leer el periódico y, al cocinero, una vez se le cayó un poco de agua en un agujero así teníamos piscina.
Franchesco tenía todo tipo de cubiertos: de oro, de plata, de plástico, de hojalata... Allí conocimos muchos amigos, les contábamos nuestra historia y ellos nos contaron que algunas veces Franchesco les fregaba a mano con un estropajo en vez de meterlos en el lavavajillas y a ellos les gustaba porque les hacía cosquillas y les dejaba limpios y brillantes. Luego les sacaba a la terraza y se secaban al sol. Decían que era divertido.
Los platos y los vasos también hicieron amigos. Todos dijeron que no cambiarían de dueño.
Yo me acordé que antes Juan jugaba con nosotros a que era cocinero y a que nos vendían a clientes imaginarios.
El avión vino y nos despedimos de todos. Ya no veríamos a Juan y a sus padres si nos íbamos.
Cuando ya habíamos subido me di cuenta que yo también quería a Juan. Me senté en el asiento del avión pero al momento me arrepentí y mi esposo, mi hijo y yo bajamos del avión y fuimos a casa de Juan porque él también nos quería, aunque sólo fuésemos cubiertos.
Ahora somos muy felices y han comprado vasos, platos y cubiertos nuevos que son simpáticos, ya que los otros están en Vasilandia, Platilandia y Cubertilandia.
© Belén Zamorano Cuenca