Platero y yo contado a los niños por Rosa Navarro Durán
Autor: Juan Ramón Jiménez
Ilustrador: Francesc Rovira
Editorial: Edebé
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Platero
¿Cómo era Platero?
Platero era pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera que parecía que no tenía huesos, que era de algodón. Pero sus ojos negros, eran como espejos de azabache- esa reluciente piedra negra- porque eran duros como dos escarabajos de cristal
Cuando lo dejaba suelto, se iba al prado. Con su hocico acariciaba las flores rosas, azules y amarillas. Y cuando lo llamaban, cuando oía su nombre-“¡Platero!”- acudía enseguida trotando tan alegremente que parecía que se reía, que sonaban cascabeles.
Comía lo que le daban. Le gustaban las mandarinas, las uvas de color amarillo, transparente, como el ámbar, los higos morados.....
Era tierno y mimoso como un niño, como una niña; pero, en cambio, por dentro era fuerte y seco, como una piedra.
Los domingos, cuando Juan Ramón, montado en él, llegaba a las calles del pueblo que daban al campo, los campesinos con camisa blanca, limpísima, se quedaban mirándolo y le decían:
- Tien´asero.
Y es verdad que tenía “acero”, porque era duro por dentro como el acero, pero por fuera era suave y peludo.
Algún anochecer, cuando Platero y su amo entraban en el pueblo, lleno de luz morada de crepúsculo, por una calle muy humilde que daba al río seco, los niños pobres jugaban a ser mendigos: uno se ponía un saco en la cabeza, otro se hacía el cojo. Pero enseguida se olvidaban de su papel de pobres y presumían de lo que tenían sus padres. Uno decía:
- Mi pare tié un reló e plata.
¡Su padre tenía un reloj de plata!
Otro presumía del caballo de su padre:
- Y er mio, un cabayo
Y entonces otro hablaba de la escopeta del suyo:
- Y er mio, una ejcopeta.
El reloj de plata sabía muy bien lo temprano que tenía que levantarse el padre del niño para ir a trabajar. La escopeta no serviría para matar el hambre de la familia del otro niño.
Y el caballo del tercero sólo les llevaría por una vida sin dinero. Eran pobres. Pero los niños jugaban y cantaban, felices.
Una niña forastera, la sobrina del Pájaro Verde, lo hacía con voz suave, dulce, como si fuera una princesa:
Yo soy laaa viudita
Del Conde de Oréé....
Platero y Juan Ramón oían su canción al entrar en el pueblo.
Escalofrío
Era de noche, esta vez de verdad. Se veía la luna, grande, redonda. Juan Ramón y Platero caminaban Por el campo.
En los prados dormidos parecía que se veían, entre las zarzamoras,unas cabras negras- ¿o no eran cabras?- Alguien se escondió, sin decir nada, cuando pasó Platero con su dueño....Había en el camino un almendro inmenso, que estaba lleno de flores blancas como la nieve. Asomaba por la valla, y su sombra hacía que no se viesen en el suelo negro las estrellas de marzo. Era como si protegiera el camino de esas pequeñas flechas que caían del cielo sobre la tierra oscura. Todo olía a naranjas...Platero y Juan Ramón caminaba en silencio.....Llegaron a la cañada de las Brujas, y entonces el poeta le dijo a su burrito:
- Platero, ¡qué frío!
Los dos sentían miedo de las sombras que se movían en ese lugar de nombre tan misterioso. Platero, quizás llevado por ese miedo, empezó a trotar, entró en el arroyo, y en el agua pisó la luna y la rompió, porque hizo pedazos su reflejo en el agua. Pareció que se enredaban flores de cristal en sus patas para que no se fuera: era sólo el agua.
Y Platero trotó, cuesta arriba, como si alguien los persiguiera.¡Menos mal que el pueblo estaba ya cerca!
Tomado del libro: «Platero y yo contado a los niños por Rosa Navarro Durán»
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