Suplemento La Tiza, 4 de febrero de 2009
Un nuevo compañero sin caramelo
Tomado del libro: El sabor de la ciudadanía
Autor: Enric Senabre
Ilustrador: Alejandro Esteve
Editorial: Algar
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Nueva semana. El martes anterior un nuevo compañero se había incorporado al curso, Mauricio, un chico venido de Colombia, que acababa de llegar a nuestro país. Sus padres llevaban un año aquí, y habían decidido matricularlo ahora que ya tenían trabajo y un piso donde vivir. Su castellano era muy diferente al que estamos acostumbrados a oír por aquí. La profesora de Lengua nos explicó que la nuestra y la suya eran variantes dialectales del mismo idioma. De manera que no sé si sería por la manera de hablar o por timidez, Mauricio no hablaba con nadie, y en clase se sentaba solo al final del aula.Jonatan y Cristian lo miraban con menosprecio y el resto con una mezcla de curiosidad y extrañeza. Para mí era un misterio la reacción del Gerardo, el profesor de Ciudadanía. Aquel día el «profe» tardaba en llegar. Nosotros formamos los grupos respetando la homogeneidad de sabores de los caramelos, como nos dijo la semana anterior, pero como Mauricio no tenía caramelo, se quedó solo al fondo de la clase, sin hablar ni sacar los libros. Al poco llegó el profesor, presuroso y jadeante, y entrando nos pidió que preparáramos las libretas para comentar unos textos.
- Perdona, Gerardo, pero no podemos comenzar a trabajar hasta que nuestro compañero no tenga el caramelito mágico.
El comentario había sido hecho por Francisco en tono irónico para dinamitar la clase. No olvidaba que el primer día de clase lo hizo callar, y ahora quería vengarse.
– ¡Ah! Tú debes ser el nuevo, ¿no? Ya me ha informado la tutora de una nueva incorporación a la clase. Y perdona, ¿cómo te llamas?
– Maurisio –dijo él– con el tono de voz suave que tanta gracia nos hacía.
– Sí, Mauricio, es cierto, me lo habían dicho. Bien, colócate...
Miró los grupos y al final fijó la vista en el nuestro.
– Aquí, en este grupo que son cuatro y de fiar, con Paula y compañía.
A nosotros no nos hizo ninguna gracia, estábamos bien solos, e incorporar uno nuevo implicaba perder un poco la intimidad conseguida en muchos años. Pero Mauricio cogió mesa y silla y se colocó a nuestro lado.
– Ahora ya podemos empezar. He preparado un texto sobre...
– Perdone, maestro, pero el nuevo no tiene caramelo.
Era Jonatan cuyo objetivo era impedir dar la clase, aunque en este caso tenía razón pues el profesor había dicho que el caramelo era necesario para poder participar en las actividades y Mauricio no lo tenía aunque seguro que en un momento le daría alguno.
– Y, ¿cómo se llama el nuevo, Jonatan? ¿No lo has oído?
– Maurisio –dijo imitando el acento para burlarse.
– Cierto, Mauricio –rectificó Gerardo, cortando el tono irónico. Tienes razón, no tiene caramelo y por tanto no dispone de los mismos derechos que nosotros en clase... a no ser...¡que le demos uno!
Estaba claro, este maestro como un mago sacaría ahora uno de su bolsillo.
– Pero el problema es que a mí ya no me quedan. Os los di todos el primer día, y uno que me sobró se lo di a Cristian, que lo había perdido ¿Te acuerdas Cristian?
Asintió sin hablar. No tenía ganas de boicotear la clase.
– ¿Qué hacemos? No nos quedan caramelos para darle, pero si él no tiene caramelo como vosotros, no puede participar ni aprobar la asignatura. Pienso que eso no es justo. No le habíamos dado ni la posibilidad de intentarlo.
– Va, Gerardo, déjate de teatros, sabemos que tienes una bolsa llena, así que dale uno. A Francisco le encantaba poner en aprietos al profesor.
– Se llama Mauricio, por favor llamarlo por su nombre, que es muy bonito. Ahora no tengo caramelos y necesitamos hacer algo para integrar y aceptar al compañero recién llegado. Nos quedamos mudos. No iba de broma. Nos encontrábamos ante un problema real que no tendría fácil solución conociendo al profesor.
– Lo que podemos hacer es aprovechar esta situación y reflexionar y buscar alguna salida. Este problema es similar al que plantea mucha gente con la inmigración. Hay una opinión muy generalizada que nosotros no podemos atender a todos los inmigrantes que vienen a nuestro país, que tenemos que pagarles todos los servicios nosotros que hemos construido este país.
– Es cierto. Aquí llegan las pateras desde África porque creen que aquí regalamos coches y casa para todos –dijo Débora que no sabía decir dos palabras seguidas y en este tema parecía doctorada.
Mauricio puso una cara extraña, pero se mantuvo callado. Fue Irene la que dijo.
– Mira Débora, ellos saben que no les vamos a dar de todo. Ellos saben que aquí hay trabajo y quieren trabajar en lo que sea. Yo conozco a uno que tiene título universitario y trabaja en el campo. No digas tonterías sin saber.
Gerardo intervino para poner paz.
– Mirad, ni todos lo inmigrantes viene en pateras, ni todos emigran de sus países por las mismas razones. Vienen de distintas formas y una vez aquí intentan consolidar su situación. La ley les obliga a demostrar que trabajan para darles permiso de trabajo. Vienen a buscar trabajo y algunos consiguen legalizar su situación y solicitan un reagrupamiento familiar que es lo que han hecho los padres de Mauricio.
– Ya, vienen ellos y después se traen a toda la familia, ¿no? –continuaba Débora.
– Claro ¿Te parece mal? –dijo el profesor– ¿No crees que es un derecho fundamental de las personas que la familia pueda vivir junta? Yo creo que sí. Buscan vivir con la gente a la que quieren. Además no todos huyen de la miseria. Unos huyen de la persecución política y otros buscan nuevas expectativas.
– Entonces, ¿debemos dar de todo a todas las personas que vengan sino tenemos bastante dinero para nosotros? ¡Eso es la ruina! –dijo David.
– Tienes razón, no les podemos dar de todo, pero debemos diferenciar entre derechos fundamentales y privilegios. Creo que los derechos fundamentales los tenemos todos allí donde nos encontremos. Todas las civilizaciones se han ido constituyendo con migraciones sucesivas.
La península ibérica ha acogido a muchos pueblos. Hay que pensar que la libertad de movimiento es un derecho fundamental como la libertad de expresión y pensamiento y otros más. Todos estos derechos no deberían tener fronteras. Todos somos personas. Es lógico garantizar una atención sanitaria y educativa, sobre todo a los pequeños. Estas personas no piden las cosas gratis, quieren vivir de su trabajo. Buscan los mínimos necesarios para vivir.
– Muy bien, Gerardo, pero las escuelas y hospitales valen dinero, y los jueces y abogados cobran, y no poco –insistía David, que no aceptaba la explicación del maestro. Evidentemente, los recursos son limitados y corresponde a los políticos saber priorizar respetando los derechos de las personas. Estamos hablando de un problema político. Se trata de priorizar los recursos para reconocer los derechos fundamentales.
– Perfecto, pero ¿cómo solucionamos el problema concreto de Mauricio? ¿Cómo conseguimos el caramelo?
–dijo Jonatan. Sí, este es un verdadero problema, porque si alguien da su caramelo él se queda sin sus derechos de ciudadanía, y eso no puede ser. ¡Si tuviéramos una bolsa mágica para sacar caramelos!
– ¿No recuerdas que el primer día os dije que tenía treinta? Vosotros erais veintiocho, yo me quedé con uno y el que sobraba se lo di a Cristian. Si él no lo hubiese perdido, ahora tendríamos uno para Mauricio. ¿Veis por qué no es conveniente hacer mal uso de los recursos que tenemos En aquel momento Raúl levantó la mano tímidamente, él no hablaba nunca sin permiso.
– Di, Raúl ¿Tienes alguna solución? –pregunto el profesor
– Mi caramelo está roto y me falta un trozo, y tú me dijiste que valía igual porque su valor era simbólico.
– ¡Es una solución magnífica! Sí, esta puede ser la solución: compartir lo que tenemos. Siempre teniendo en cuenta que los caramelos aunque no estén enteros mantienen su valor. Si todos lo acordamos, entonces podríamos repartirlos.
– Ya, ¿y quién se lo da y rompe su caramelo tan enterito? –dijo Julima
– El mío ya está roto, yo le puedo dar un trozo –dijo Raúl.
– ¡Ni pensarlo! No sería justo que el que tienes menos, más dé. Haremos un sorteo y a quien le toque compartirá caramelo con Mauricio. ¿Estáis de acuerdo?
– Todos dijimos que sí. El profesor apuntó un número del uno al treinta. Quien lo adivinara sería el que compartiría. Fue Sergio, el amigo inseparable de Irene y Carmen, quien acertó el trece. Sacó el caramelo y lo rompimos.
– Aquí tienes, Mauricio, coge un papel o una bolsa y guarda bien este trocito, que vale mucho más de lo que aparenta –le dijo Gerardo con cariño.
– Grasias –dijo él. Solucionado el problema, en ese momento sonó el timbre. Yo salí con Mauricio y aproveché para explicarle el funcionamiento de las clases.
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