viernes, 27 de noviembre de 2009

Lectura de "Haily" de Andrea Romero Avellán

Lectura de las obras premiadas en el XIV Concurso Literario Provincial Grupo Leo - Editorial AguaClara 2009.
Obra: "Haily"
Autor: Andrea Romero Avellán
Curso: Segundo ESO. Colegio San Agustín - Alicante
© El Autor. Todos los derechos reservados
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Haily

Aún recuerdo el día en que la conocí, tan triste. Siempre intenté animarla, pero cuando todo estaba tan perdido raramente podía mejorar. Haily no lo intentó mejorar, ¿acaso podía? Ella entró nueva hace un par de años, pero no recuerdo con exactitud, nunca quise hacerlo.
Siempre fue callada y temerosa. Su melena color paja y sus ojos marrones no decían nada de ella, y después del incidente sólo saqué en claro que tenía graves problemas familiares y académicos, a pesar de que tenía un gran coeficiente intelectual...
Siempre con el rostro tan pálido que parecía enfermizo, siempre con los ojos llorosos. Abusaban de ella. o tenía amigos y todos se burlaban de ella de una forma indecible. Quizá por eso quería ser parte de su pequeño gran mundo particular, quizá por eso cada insulto me dolía tanto como a ella... Yo misma nunca conseguí destacar, aunque nunca intenté hacerlo entre tantas personas que sólo buscaban en mí un estereotipo de "chica mala", sin embargo tenía gente dispuesta a defenderme, por muy reducido que fuera mi grupo. Pero ella no. No tenía a nadie. Nunca le había dado importancia a ese hecho, pensaba que iba a ser pasajero, que los demás dejarían de molestarla al ver que no reaccionaba ante sus insultos o sus golpes.
Pero pasaron los meses en un entorno violento. ¿Cómo era posible que sus padres no vieran los cardenales? ¿Y si sí los veían? ¿Por qué no se cambiaba de colegio? Demasiadas preguntas... Todo era más grave de lo que yo podía pensar.
Así seguían pasando los meses, que yo podía contar con cada silenciosa lágrima de Haily derramaba cuando se creía a solas. Con el tiempo, dejó de ir a clase, aunque, de vez en cuando, se dejaba caer, como alma en pena vagando por el mundo, para recoger los ceros de las ausentes respuestas de los exámenes, y se iba antes de que nadie pudiese pegarle.
La misma escena se repetía semana tras semana, de una forma que podía calificase como puntual o premeditada. Era tal mi curiosidad... mi deseo de saber qué pasaba por su mente... Toda ella era un misterio y yo misma sabía que, por muy cerca que estuviera de ella, seguía estando lejos. Quizá, eso provocó que aquel día de otoño cometiera la locura de seguirla, cuando se fue de clase sin decir nada a nadie. La alcancé con facilidad, nadie me había prohibido salir de clase, pero había levantado tan gran escándalo con mi acto que la mayoría de la clase se había asomado por el marco de la puerta.
Pero yo no pretendía hablarle. Me daba... miedo. Era extraña la manera en la que actuaba. Andaba a desgana por los vacíos pasillos, ignorando mi presencia, a pesar de que intuía que la seguía. Me puse a su altura y comencé a dejarme llevar por su ritmo desganado. Ella no iba a hablarme ni yo a ella. Ella sabía mi nombre y yo el suyo: Haily. Precioso, lastima que estuviera ligado a semejante aura.
Salimos del instituto sin ningún tipo de problemas y me llevó al portal de un edificio cercano al instituto que tenía la puerta de la entrada rota. No era su casa, estaba segura, pero este pensamiento sólo traía consigo la indeseada pregunta de cómo era su casa.
Subí tras ella a la azotea, donde se sentó en el borde del lateral. Me senté con ella y por primera vez la vi llorar. No sabía quién era ella. Jamás había visto una persona en sus condiciones. ¿Cómo podía una niña acarrear tal peso tras de sí? La abracé tan fuerte, que sólo recuerdo cómo su angustia expresada en lágrimas manchaba mi camiseta.
Al día siguiente sí que vino a clase y se sentó a mi lado. Pasó todo el día a mi lado. ¿Se sentiría protegida? Mientras pasaron los días que compartimos juntas, nadie la tocaba, quizá porque ya no estaba sola, pues mi poder de intimidación era nulo. Me gustaba que se acercara a mí, era... reconfortante... Pero esa suerte no nos duró mucho. Todo cambió un par de semanas después. Al parecer Haily sólo venía al instituto para verme, o eso decía ella cuando empezó a hablarme -sólo a mí, por supuesto- con esa voz tan aguda pero a la vez suave que tenía, en la cual yo misma pude comprobar lo increíblemente simpática e inteligente que era ella. Entonces yo empecé a faltar a causa de una gripe que no me permitió moverme de la cama en un par de semanas. En ese tiempo, según me contaron, ella estuvo yendo al instituto día tras día, por si conseguía verme. También me contaron que sus viejos "amigos" la esperaban todos los días a la salida para propinarle todas las palizas que no le habían dado los días anteriores. El día que volví era el único en que ella había faltado y, según mis amigas me habían dicho, la pobre Haily iba más destrozada que nunca.
Creo que siempre fui prudente, en todos los aspectos y momentos de mi vida, o por lo menos lo intenté. Siempre, hasta que llegó ese día, odiaba tener presentimientos y, lo que era peor, odiaba que se cumplieran.
Dejé la mochila en el suelo. Cuando salí del instituto estaba lloviendo y mi corazonada cada vez cobraba más vida. Corrí hacia el edificio donde ella y yo solíamos ir y subí a la azotea mientras mi cabello húmedo me daba latigazos en el cuello y el corazón se me salía del pecho. Abrí la puerta de la azotea. Estaba allí. En el mismo lugar donde se solí sentar, pero de pie y con un pie suspendido en la nada.
Sobre la azotea el aire era frío y la lluvia tranquila. Dije su nombre, pero ella no quería escucharlo. ¿Sentía que yo le había fallado? El vacío contaba las lágrimas que salían de sus ojos morados por los golpes. Grité a la mañana su nombre, pero no era consciente de que las luces no la guiarían. Ella no podía recordar por qué la lluvia caía, no podía sentirla y, por eso, quería el final: para comenzar otra vez.
Me miró y cerró los ojos. Las luces la engañarían. Pero... saltó... Dejó ir los recuerdos sobre nosotras dos, dejándome ver cómo su último aliento me contaba las promesas de todo lo que nunca consiguió. Saltó. Y ya no la pude sentir más. Pero en algún lugar de allí arriba ella perdió su dolor.
"Para mi Haily, esté donde esté.
La vida es aprender elevando tu esperanza y apreciando tu momento. Ojalá ella hubiera sabido que la vida nunca vuelve y que ella no estaba sola..."
Yo no sé si esto es una historia que parece un cuento o un cuento que parece una historia; lo que puede decir es que en su fondo hay una verdad, una verdad muy triste de la que acaso yo seré uno de los últimos en aprovecharme, dadas mis condiciones de imaginación.
Gustavo Adolfo Bécquer
© Andrea Romero Avellán

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