Reseña:
La madre de Carlos, arqueóloga, está inmersa en la investigación de los restos de un naufragio del siglo XVIII, y comienza a sentir que algo raro pasa con los objetos rescatados que han llevado al museo: se encuentra mal de repente, recibe extrañas llamadas al móvil… Por si esto fuera poco, su exmarido, el arqueólogo que encontró los restos, va a ayudarla en la catalogación, y eso complica aún más las cosas. Mientras, su hijo se ilusiona con el regreso de su padre y sufre sus propias complicaciones amorosas, ya que está totalmente encandilado con Elena, la chica nueva de clase.
A la vez, somos testigos de los últimos días de
navegación del Buena Esperanza, el galeón en el que viaja Marina, junto a su
madre, sus hermanas y la esclava Ramira, una mujer extraña y con grandes y
ocultos poderes ancestrales.
Entre los restos que son llevados al museo aparece
un broche con un retrato de mujer; sorprendentemente, el rostro de esta es
igual al de Elena. La chica, al descubrir este detalle, preguntará a sus padres
sobre su familia y la posible conexión con el barco hundido. Será su padre el
que le desvele ciertos detalles que ella no conocía, y quien al final dará con
la clave que desvelará el misterio del galeón.
La autora:
Ana Alcolea, nacida en Zaragoza en 1962, es licenciada en Filología Hispánica y diplomada en Filología Inglesa. Desde 1986 es profesora de Educación Secundaria. Ha publicado ediciones didácticas de obras de teatro y numerosos artículos sobre la enseñanza de Lengua y Literatura. Adora conocer otras culturas y otras lenguas. .
En 2009 aparece su primera novela para adultos,
Bajo el león de San Marcos. En la colección Espacio Abierto ha
publicado las novelas El medallón perdido, El retrato de Carlota, Donde
aprenden a volar las gaviotas y El bosque de los árboles muertos. Con
su obra La noche más oscura ganó el VIII Premio Anaya de
Literatura Infantil y Juvenil.
En el siguiente enlace se puede leer una interesante
entrevista a la escritora Ana
Alcolea: “En casa hay que incentivar la lectura
para que nuestros hijos sean ciudadanos libres”.
El ilustrador:
David Guirao (Zaragoza, 1973) lleva
casi 20 años de dedicación profesional al mundo de la ilustración. Ha creado
material gráfico para carteles, juegos educativos, animación, storyboards
e incluso fallas. Ha ilustrado numerosas obras clásicas como Leyendas
de Gustavo Adolfo Bécquer, El Quijote de Miguel de Cervantes o La
Celestina de Fernando de Rojas.
Sus últimas obras ilustradas son El abrazo
del árbol y El secreto del galeón con Ana Alcolea, la
colección Segundas partes siempre fueron buenísimas de Roberto
Santiago y Eva Redondo o El ladrón de minutos con David Lozano.
En 2016 la revista Artes y Letras de Heraldo
de Aragón le otorgó el premio de Literatura infantil y juvenil. David,
además de ilustrar, imparte charlas y talleres de ilustración para grandes y
pequeños.
EL SECRETO DEL GALEÓN
[…] Reinaba
el silencio, como si todos los marineros estuvieran durmiendo la siesta. El mar
era un espejo, callado y quieto. Apenas se oía el rasguido del mascarón de proa
cuando cortaba en dos el agua. Marina se asomaba para observar la figura enorme
que protegía el barco: la melena ondulada del león de dientes afilados. Su
rostro fue tallado para atemorizar a las criaturas marinas que osaran acercarse
al barco. Y para alejar los enfados de Neptuno en forma de olas gigantescas: el
artista que lo ejecutó sabía que las olas más salvajes se retirarían
atemorizadas ante las fauces del león, y de sus patas, que arañaban el mar. A
Marina le gustaba el león de madera, pintado de rojo y de marrón, como uno de
sus vestidos preferidos. Se sentía protegida por él. Nunca había visto ningún
león de verdad, en América no hay. Y tampoco en España, a donde iban. Allí solo
los había visto en banderas y estandartes. Pero Marina sabía que los leones son
fieros y fuertes. Como el barco.
—Ten
cuidado, jovencita. No te vayas a caer al agua —era la voz del capitán la que
le hizo girarse.
—No
me voy a caer, capitán. No soy ninguna niña.
—¿Ah,
no? ¿Cuántos años tienes?
—Catorce.
—Claro.
Eres toda una mujercita. Seguro que te prometen en cuanto lleguemos a tierra.
¿A que sí?
—No,
señor. Yo nunca me voy a casar —afirmó con una mirada convincente.
—Ya.
¿Acaso te vas a meter monja?
—No,
señor. Yo quiero ser un marinero, como el que lleva el timón, o como el grumete
que está allí arriba.
—Marinero
—repitió el capitán Monsalve—. Para ser marinero hay que ser un hombre, y tú…,
me parece que no lo eres.
Monsalve
contempló el vestido de tela adamascada con el talle encorsetado de Marina.
—No
me importa. He leído historias de mujeres que se hicieron pasar por hombres
para trabajar en barcos. Me cortaré el pelo, me cambiaré las ropas y me
enrolaré. Y ni siquiera vos seréis capaz de reconocerme.
Marina
se alejó con una leve reverencia. El capitán Monsalve se quedó tocándose la
barbilla y sonriendo ante la ocurrencia disparatada de aquella niña. Qué sabría
ella lo que era el mar, vivir en el mar, viajar a través de aquella masa de
agua que escondía terribles misterios, batallas y naufragios llenos de
cadáveres, de huesos petrificados y cubiertos de algas, de musgos y de lapas.
Qué sabría aquella niña enfundada en sedas lo que era la vida en el mar.
Y
la muerte en el mar.
Los
padres de Carlos se habían separado al poco de nacer él. Se habían casado muy
enamorados, pero eran tan diferentes que aquello no había funcionado. Federico
también era arqueólogo. Marga y él se habían conocido en una excavación. Ambos
tenían una beca de la universidad para trabajar en la labor de desenterrar las
ruinas de una ciudad perdida en el desierto de Túnez. Las conversaciones
nocturnas en las jaimas, el calor del desierto y las estampas de los beduinos
sobre los camellos, les hizo creer que siempre serían tan felices como en
aquellos días tan distintos a lo que sería luego su vida cotidiana. Poco
después de la boda nació Carlos. Marga se quedó a trabajar en el museo, pero
Federico no pudo abandonar su vida de viajes y expediciones. La excitación de
descubrir una moneda, una figurilla o una cuenta de cristal enterrada hacía
miles de años, era mayor que la de cambiar pañales o pasarse noches en vela
esperando a que un bebé, aunque fuera suyo, se durmiera. Federico molestaba
poco. Venía de vez en cuando a ver a Carlitos. Y cuando Carlitos se fue
convirtiendo en Carlos, las visitas empezaron a ser más distantes. De modo que
Carlos solo veía a su padre seis o siete veces al año. Y tampoco lo echaba de
menos, o al menos eso era lo que quería creerse: se había acostumbrado desde
siempre a que su padre era un señor que venía de vez en cuando. Alguien a quien
su madre invitaba a cenar, que se quedaba a dormir un par de días en la
habitación de invitados y del que recibían postales desde remotos lugares del
mundo. Alguien cuya marcha provocaba un suspiro de alivio en Marga.
Cuando
a Carlos le preguntaban por su padre en el colegio, siempre contaba la misma
historia, que sus padres estaban divorciados desde que él era pequeño, y que
Federico era una especie de Indiana Jones, que viajaba mucho buscando tumbas
secretas y pasadizos misteriosos en los que encontraba tesoros maravillosos.
Estaba siempre muy ocupado salvando al mundo del mal que se escondía en
laberintos, o en jeroglíficos ocultos a la sabiduría vulgar de la mayoría de
los hombres. Carlos contaba que esa era la razón por la que apenas lo veía. Sus
compañeros nunca se lo habían creído. O sí. Tal vez ellos se lo creían, pero
sus padres les desmentían la versión. […]
La
tormenta le dio sueño a Carlos, que se acostó pronto. […] Cogió el libro que
había empezado unas noches antes. Uno que hablaba de barcos, de batallas
navales y de uniformes militares. Su madre estaba investigando sobre los restos
de un naufragio, y él quería saber más sobre cómo eran aquellos barcos que
tardaban semanas e incluso meses en cubrir la ruta de América hasta España. Se
mareaba solo de pensar que aquellas gentes se embarcaban en naves no mucho más
grandes que su casa, sin motores, sin posibilidad de enderezar el rumbo si el
viento no era favorable. Imaginarse dentro de un lugar así le producía un
vértigo tan enorme que sentía una piedad infinita por todas aquellas personas
que habían muerto en el mar: desde los aristócratas del Titanic, hasta los
pescadores del pueblo donde veraneaban, pasando por los remeros de la película
Ben-Hur, que remaban a ritmo de tambor y de látigo. Se quedó dormido cuando
leía sobre los diferentes tipos de velas en los galeones españoles, en los
venecianos y en los ingleses.
Estraído
de: El secreto delgaleón
Autora: Ana Alcolea
Ilustraciones:
David Guirao
Editorial
ANAYA
1.- Imagina que Marina (la joven noble del siglo
XIX) y Carlos (el adolescente contemporáneo) tienen la oportunidad de
encontrarse en un sueño o en un espacio mágico fuera del tiempo. Escribe un
diálogo entre ambos personajes en el que compartan sus deseos, miedos y
aspiraciones.
2.- Busca información en internet sobre mujeres que
se disfrazaron para poder hacerse a la mar, como Marina, que deseaba ser
marinero.
3.- Escribe un
cuento o poema con un dibujo y envíalo por email a:
No olvides poner
tu nombre y apellidos, curso y colegio. ¡¡¡ Podría ser publicado en nuestro
BLOG o en el suplemento La Tiza del Periódico Información!!!
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