miércoles, 4 de junio de 2025

El libro del mes de junio: "El secreto del galeón"

 

Reseña:

La madre de Carlos, arqueóloga, está inmersa en la investigación de los restos de un naufragio del siglo XVIII, y comienza a sentir que algo raro pasa con los objetos rescatados que han llevado al museo: se encuentra mal de repente, recibe extrañas llamadas al móvil… Por si esto fuera poco, su exmarido, el arqueólogo que encontró los restos, va a ayudarla en la catalogación, y eso complica aún más las cosas. Mientras, su hijo se ilusiona con el regreso de su padre y sufre sus propias complicaciones amorosas, ya que está totalmente encandilado con Elena, la chica nueva de clase.

A la vez, somos testigos de los últimos días de navegación del Buena Esperanza, el galeón en el que viaja Marina, junto a su madre, sus hermanas y la esclava Ramira, una mujer extraña y con grandes y ocultos poderes ancestrales.

Entre los restos que son llevados al museo aparece un broche con un retrato de mujer; sorprendentemente, el rostro de esta es igual al de Elena. La chica, al descubrir este detalle, preguntará a sus padres sobre su familia y la posible conexión con el barco hundido. Será su padre el que le desvele ciertos detalles que ella no conocía, y quien al final dará con la clave que desvelará el misterio del galeón.

La autora:

Ana Alcolea, nacida en Zaragoza en 1962, es licenciada en Filología Hispánica y diplomada en Filología Inglesa. Desde 1986 es profesora de Educación Secundaria. Ha publicado ediciones didácticas de obras de teatro y numerosos artículos sobre la enseñanza de Lengua y Literatura. Adora conocer otras culturas y otras lenguas. .

En 2009 aparece su primera novela para adultos, Bajo el león de San Marcos. En la colección Espacio Abierto ha publicado las novelas El medallón perdido, El retrato de Carlota, Donde aprenden a volar las gaviotas y El bosque de los árboles muertos. Con su obra La noche más oscura ganó el VIII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil.

En el siguiente enlace se puede leer una interesante entrevista a la escritora Ana Alcolea: “En casa hay que incentivar la lectura para que nuestros hijos sean ciudadanos libres”.

 El ilustrador:

David Guirao (Zaragoza, 1973) lleva casi 20 años de dedicación profesional al mundo de la ilustración. Ha creado material gráfico para carteles, juegos educativos, animación, storyboards e incluso fallas. Ha ilustrado numerosas obras clásicas como Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, El Quijote de Miguel de Cervantes o La Celestina de Fernando de Rojas. 

Sus últimas obras ilustradas son El abrazo del árbol y El secreto del galeón con Ana Alcolea, la colección Segundas partes siempre fueron buenísimas de Roberto Santiago y Eva Redondo o El ladrón de minutos con David Lozano.

En 2016 la revista Artes y Letras de Heraldo de Aragón le otorgó el premio de Literatura infantil y juvenil. David, además de ilustrar, imparte charlas y talleres de ilustración para grandes y pequeños.

EL SECRETO DEL GALEÓN

[…] Reinaba el silencio, como si todos los marineros estuvieran durmiendo la siesta. El mar era un espejo, callado y quieto. Apenas se oía el rasguido del mascarón de proa cuando cortaba en dos el agua. Marina se asomaba para observar la figura enorme que protegía el barco: la melena ondulada del león de dientes afilados. Su rostro fue tallado para atemorizar a las criaturas marinas que osaran acercarse al barco. Y para alejar los enfados de Neptuno en forma de olas gigantescas: el artista que lo ejecutó sabía que las olas más salvajes se retirarían atemorizadas ante las fauces del león, y de sus patas, que arañaban el mar. A Marina le gustaba el león de madera, pintado de rojo y de marrón, como uno de sus vestidos preferidos. Se sentía protegida por él. Nunca había visto ningún león de verdad, en América no hay. Y tampoco en España, a donde iban. Allí solo los había visto en banderas y estandartes. Pero Marina sabía que los leones son fieros y fuertes. Como el barco.

—Ten cuidado, jovencita. No te vayas a caer al agua —era la voz del capitán la que le hizo girarse.

—No me voy a caer, capitán. No soy ninguna niña.

—¿Ah, no? ¿Cuántos años tienes?

—Catorce.

—Claro. Eres toda una mujercita. Seguro que te prometen en cuanto lleguemos a tierra. ¿A que sí?

—No, señor. Yo nunca me voy a casar —afirmó con una mirada convincente.

—Ya. ¿Acaso te vas a meter monja?

—No, señor. Yo quiero ser un marinero, como el que lleva el timón, o como el grumete que está allí arriba.

—Marinero —repitió el capitán Monsalve—. Para ser marinero hay que ser un hombre, y tú…, me parece que no lo eres.

Monsalve contempló el vestido de tela adamascada con el talle encorsetado de Marina.

—No me importa. He leído historias de mujeres que se hicieron pasar por hombres para trabajar en barcos. Me cortaré el pelo, me cambiaré las ropas y me enrolaré. Y ni siquiera vos seréis capaz de reconocerme.

Marina se alejó con una leve reverencia. El capitán Monsalve se quedó tocándose la barbilla y sonriendo ante la ocurrencia disparatada de aquella niña. Qué sabría ella lo que era el mar, vivir en el mar, viajar a través de aquella masa de agua que escondía terribles misterios, batallas y naufragios llenos de cadáveres, de huesos petrificados y cubiertos de algas, de musgos y de lapas. Qué sabría aquella niña enfundada en sedas lo que era la vida en el mar.

Y la muerte en el mar.

Los padres de Carlos se habían separado al poco de nacer él. Se habían casado muy enamorados, pero eran tan diferentes que aquello no había funcionado. Federico también era arqueólogo. Marga y él se habían conocido en una excavación. Ambos tenían una beca de la universidad para trabajar en la labor de desenterrar las ruinas de una ciudad perdida en el desierto de Túnez. Las conversaciones nocturnas en las jaimas, el calor del desierto y las estampas de los beduinos sobre los camellos, les hizo creer que siempre serían tan felices como en aquellos días tan distintos a lo que sería luego su vida cotidiana. Poco después de la boda nació Carlos. Marga se quedó a trabajar en el museo, pero Federico no pudo abandonar su vida de viajes y expediciones. La excitación de descubrir una moneda, una figurilla o una cuenta de cristal enterrada hacía miles de años, era mayor que la de cambiar pañales o pasarse noches en vela esperando a que un bebé, aunque fuera suyo, se durmiera. Federico molestaba poco. Venía de vez en cuando a ver a Carlitos. Y cuando Carlitos se fue convirtiendo en Carlos, las visitas empezaron a ser más distantes. De modo que Carlos solo veía a su padre seis o siete veces al año. Y tampoco lo echaba de menos, o al menos eso era lo que quería creerse: se había acostumbrado desde siempre a que su padre era un señor que venía de vez en cuando. Alguien a quien su madre invitaba a cenar, que se quedaba a dormir un par de días en la habitación de invitados y del que recibían postales desde remotos lugares del mundo. Alguien cuya marcha provocaba un suspiro de alivio en Marga.

Cuando a Carlos le preguntaban por su padre en el colegio, siempre contaba la misma historia, que sus padres estaban divorciados desde que él era pequeño, y que Federico era una especie de Indiana Jones, que viajaba mucho buscando tumbas secretas y pasadizos misteriosos en los que encontraba tesoros maravillosos. Estaba siempre muy ocupado salvando al mundo del mal que se escondía en laberintos, o en jeroglíficos ocultos a la sabiduría vulgar de la mayoría de los hombres. Carlos contaba que esa era la razón por la que apenas lo veía. Sus compañeros nunca se lo habían creído. O sí. Tal vez ellos se lo creían, pero sus padres les desmentían la versión. […]

La tormenta le dio sueño a Carlos, que se acostó pronto. […] Cogió el libro que había empezado unas noches antes. Uno que hablaba de barcos, de batallas navales y de uniformes militares. Su madre estaba investigando sobre los restos de un naufragio, y él quería saber más sobre cómo eran aquellos barcos que tardaban semanas e incluso meses en cubrir la ruta de América hasta España. Se mareaba solo de pensar que aquellas gentes se embarcaban en naves no mucho más grandes que su casa, sin motores, sin posibilidad de enderezar el rumbo si el viento no era favorable. Imaginarse dentro de un lugar así le producía un vértigo tan enorme que sentía una piedad infinita por todas aquellas personas que habían muerto en el mar: desde los aristócratas del Titanic, hasta los pescadores del pueblo donde veraneaban, pasando por los remeros de la película Ben-Hur, que remaban a ritmo de tambor y de látigo. Se quedó dormido cuando leía sobre los diferentes tipos de velas en los galeones españoles, en los venecianos y en los ingleses.

Estraído de: El secreto delgaleón

Autora: Ana Alcolea

Ilustraciones: David Guirao

Editorial ANAYA

ACTIVIDADES

1.- Imagina que Marina (la joven noble del siglo XIX) y Carlos (el adolescente contemporáneo) tienen la oportunidad de encontrarse en un sueño o en un espacio mágico fuera del tiempo. Escribe un diálogo entre ambos personajes en el que compartan sus deseos, miedos y aspiraciones.

2.- Busca información en internet sobre mujeres que se disfrazaron para poder hacerse a la mar, como Marina, que deseaba ser marinero.

3.- Escribe un cuento o poema con un dibujo y envíalo por email a:

grupoleoalicante@gmail.com

No olvides poner tu nombre y apellidos, curso y colegio. ¡¡¡ Podría ser publicado en nuestro BLOG o en el suplemento La Tiza del Periódico Información!!!

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