Obra: "El viaje de la interioridad"
Autor: Adonai Oliver Navarro
Curso: Segundo ESO. Colegio San Agustín - Alicante
© El Autor. Todos los derechos reservados
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El viaje de la interioridad
El viaje de la interioridad
Abrí los ojos y observé. Ante mí había una gran habitación, sucia y desordenada; a derecha e izquierda junto a la pared había dos grandes armarios de cajones abiertos que estaban rotos y tirados; una gran multitud de papeles viejos y mohosos formaban una gruesa alfombra en el suelo que estaba abarrotada de basura. Un poco más al fondo, tras los armarios había varias puertas a ambos lados, altas y aparentemente cerradas.
"¿Qué sería aquel insólito lugar?", me pregunté. De repente, una de las puertas se abrió y de ella salió una extraña criatura de color verde claro. Al principio me asusté y retrocedí, pero pronto supe que era inofensiva. El extraño personaje, que parecía ser una especie de saltamontes de medio metro, iba ataviado con un bombín púrpura, una corbata y una chaqueta a juego. Llevaba guantes blancos y un bastón en la mano derecha, y calzaba unos lujosos zapatos embetunados de color negro. Su elegancia contrastaba con el desorden de la sala. Antes de que yo pudiera decir nada, me preguntó:
- Tú debes ser el causante de todo esto, ¿no es cierto? -dijo-. Ya era hora. Por fin has venido.
- Perdone. ¿Cómo dice? Me parece que no le entiendo -dije de la manera más cortés que pude. Nunca se sabe cómo alguien va a reaccionar-. ¿Quién es usted?
- Yo amigo mío, soy tu conciencia -dijo tendiéndome la mano- y, por lo que se ve, llevas tiempo sin utilizarme. Me llamo Pepito Grillo.
Me quedé sin palabras. Entonces, aquella habitación tan lúgubre ¿sería mi mente?
- Efectivamente -dijo el saltamontes-, y está muy descuidada.
- ¿Cómo has sabido lo que estaba pasando? -exclamé desconcertado-. ¿Lees los pensamientos?
- Bueno, al fin y al cabo soy tu conciencia -se rió.
- ¿Y esas puertas? -pregunté-. ¿A dónde conducen?
- Considero que sería mejor que lo comprobases tú mismo. Vamos, elije una.
Escogí una al azar y entré. Al pasar, pisé algo resbaladizo, perdí el equilibrio y caí. Al incorporarme, vi que estaba de pie sobre un libro gigante y había muchos más flotando, suspendidos en el aire, como si la gravedad no les afectara. Miré alrededor y descubrí hileras e hileras de números y operaciones matemáticas. Y me quedé paralizado, como clavado al suelo.
- ¿Qué sitio es éste?
- Acabas de entrar en la sala de la memoria -explicó Pepito Grillo-, concretamente al apartado de los estudios.
- ¿Hay más?
- Claro, ven, te acompañaré.
Entramos por otra puerta dentro de la sala de los estudios y llegamos a una nueva habitación. Lo que encontramos fue clara y visiblemente una sala de cine. ¿Qué pintaba una sala de cine en mi cabeza? Y sin ni siquiera hacer nada empezaron a pasar una extraña película.
Primero me resultó rara, pero luego pensé y llegué a la conclusión de que... ¡era mi vida!
- Ésta es la sala de los recuerdos -aclaró mi conciencia-. Si quieres, nos podemos quedar un poco más. Mira, acabas de nacer.
Perdí la noción del tiempo. Nunca me había dado cuenta de lo emocionante que era mi vida. ¡Cuánta felicidad en los momentos pasadas! Y de repente, me invadió una nostalgia terrible. Pepito se percató y dijo:
- Hora de irse.
Volvimos a la habitación de la mente (ahora parecía un poco más limpia que antes). Y elegí otra puerta. Pasé dentro, pero estaba completamente vacía. No se veía nada y lo único que se oía era el eco de mis pisadas.
- ¿Qué sala es ésta?
- Es la sala de la imaginación -contestó Pepito.
- Entonces, ¿no tengo imaginación? -preguntó extrañado.
- Por supuesto que no. Todo el mundo tiene. Unos más y otros menos. Tú, especialmente, tienes bastante. Únicamente tienes que imaginar algo y aparecerá. Prueba.
Hice lo que me dijo. Imaginé un bonito paisaje veraniego, con un río de aguas cristalinas en el que había sirenas. Imaginé montañas y praderas. Y como una fotografía muy real, aparecieron así, sin más. Era precioso.
Todo lo que iba imaginando aparecía. Imaginé dragones y hadas, dríades y vampiros; elfos y gnomos; imaginé volcanes y desiertos; océanos y valles; páramos y hondonadas. Aquello enganchaba y no pude parar. Cada vez más y más. De tanto imaginar, mi cabeza dio una voltereta tremenda y caí redondo al suelo. Y la sentí multiplicada por mil, ya que, de alguna manera, me encontraba dentro de mi propia cabeza.
Regresamos de nuevo a la habitación de la mente y comprobé que ya no había papeles esparcidos por el suelo. Entré por una nueva puerta. Un fogonazo de luz me cegó los ojos y, poco a poco, al recobrar la vista vi con emoción la maquinaria más complicada, grande y espectacular que jamás había visto. Era todo un espectáculo de engranajes, muelles, tornillos, fuelles, correas, tubos y cables. Anduve sin adentrarme mucho en aquella jungla de tecnología, pues no quería perderme (no quería perder la cabeza). Hallé una pizarra enorme tras una gran rueda metálica. Estaba abarrotada de números y letras muy apretados y juntos. -Parece como una ecuación sin límites-, pensé.
- Y lo es -dijo Don Pepito Adivinapensamientos-. Ésta es la ecuación que hace que funciones, que pienses, que te muevas. Y ésta es la sala de la inteligencia, por así decirlo. De aquí provengo yo. Yo me encargo de que toda esta chatarra funcione -señaló a la pizarra-. ¿Ves la ecuación? cada persona tiene una distinta y todas son igual de perfectas.
Me acercaba ensimismado a la pizarra, cuando Pepito espetó haciéndome volver a la normalidad:
- Considero que sería mejor que lo comprobases tú mismo. Vamos, elije una.
Escogí una al azar y entré. Al pasar, pisé algo resbaladizo, perdí el equilibrio y caí. Al incorporarme, vi que estaba de pie sobre un libro gigante y había muchos más flotando, suspendidos en el aire, como si la gravedad no les afectara. Miré alrededor y descubrí hileras e hileras de números y operaciones matemáticas. Y me quedé paralizado, como clavado al suelo.
- ¿Qué sitio es éste?
- Acabas de entrar en la sala de la memoria -explicó Pepito Grillo-, concretamente al apartado de los estudios.
- ¿Hay más?
- Claro, ven, te acompañaré.
Entramos por otra puerta dentro de la sala de los estudios y llegamos a una nueva habitación. Lo que encontramos fue clara y visiblemente una sala de cine. ¿Qué pintaba una sala de cine en mi cabeza? Y sin ni siquiera hacer nada empezaron a pasar una extraña película.
Primero me resultó rara, pero luego pensé y llegué a la conclusión de que... ¡era mi vida!
- Ésta es la sala de los recuerdos -aclaró mi conciencia-. Si quieres, nos podemos quedar un poco más. Mira, acabas de nacer.
Perdí la noción del tiempo. Nunca me había dado cuenta de lo emocionante que era mi vida. ¡Cuánta felicidad en los momentos pasadas! Y de repente, me invadió una nostalgia terrible. Pepito se percató y dijo:
- Hora de irse.
Volvimos a la habitación de la mente (ahora parecía un poco más limpia que antes). Y elegí otra puerta. Pasé dentro, pero estaba completamente vacía. No se veía nada y lo único que se oía era el eco de mis pisadas.
- ¿Qué sala es ésta?
- Es la sala de la imaginación -contestó Pepito.
- Entonces, ¿no tengo imaginación? -preguntó extrañado.
- Por supuesto que no. Todo el mundo tiene. Unos más y otros menos. Tú, especialmente, tienes bastante. Únicamente tienes que imaginar algo y aparecerá. Prueba.
Hice lo que me dijo. Imaginé un bonito paisaje veraniego, con un río de aguas cristalinas en el que había sirenas. Imaginé montañas y praderas. Y como una fotografía muy real, aparecieron así, sin más. Era precioso.
Todo lo que iba imaginando aparecía. Imaginé dragones y hadas, dríades y vampiros; elfos y gnomos; imaginé volcanes y desiertos; océanos y valles; páramos y hondonadas. Aquello enganchaba y no pude parar. Cada vez más y más. De tanto imaginar, mi cabeza dio una voltereta tremenda y caí redondo al suelo. Y la sentí multiplicada por mil, ya que, de alguna manera, me encontraba dentro de mi propia cabeza.
Regresamos de nuevo a la habitación de la mente y comprobé que ya no había papeles esparcidos por el suelo. Entré por una nueva puerta. Un fogonazo de luz me cegó los ojos y, poco a poco, al recobrar la vista vi con emoción la maquinaria más complicada, grande y espectacular que jamás había visto. Era todo un espectáculo de engranajes, muelles, tornillos, fuelles, correas, tubos y cables. Anduve sin adentrarme mucho en aquella jungla de tecnología, pues no quería perderme (no quería perder la cabeza). Hallé una pizarra enorme tras una gran rueda metálica. Estaba abarrotada de números y letras muy apretados y juntos. -Parece como una ecuación sin límites-, pensé.
- Y lo es -dijo Don Pepito Adivinapensamientos-. Ésta es la ecuación que hace que funciones, que pienses, que te muevas. Y ésta es la sala de la inteligencia, por así decirlo. De aquí provengo yo. Yo me encargo de que toda esta chatarra funcione -señaló a la pizarra-. ¿Ves la ecuación? cada persona tiene una distinta y todas son igual de perfectas.
Me acercaba ensimismado a la pizarra, cuando Pepito espetó haciéndome volver a la normalidad:
- No la toques -gritó-. Si se borra un solo número de esta pizarra, morirás. Ya has visto suficiente. Volvamos.
Los armarios se habían reparado y la mente fue adquiriendo un aspecto medianamente bueno.
Entramos ahora por otra puerta y debo decir que fue la que más me gustó. Estaba abarrotada de personas de todo tipo: futbolistas, astronautas, ingenieros, millonarios, presidentes, personas felices... Todas iguales. Todas eran el mismo hombre. Eran yo.
- Dime -dije a Pepito-. ¿Es la sala del futuro?
- Más quisieras -respondió- Ésta es la sala de los deseos, de las ilusiones y esperanzas.
Nos quedamos un rato más, pero ¿de qué servía mirar todo eso si no se iba a cumplir?
Al llegar a la mente, comprobamos que estaba ya muy limpia y presentable. Para acabar, entramos por la última puerta. Al entrar, un terrible estruendo me rompió los tímpanos y caí por un pozo sin fondo. Una terrible oscuridad lo abarcaba todo. Y de repente comenzaron a aparecérseme caras monstruosas y desfiguradas, sangre y muerte, dolor. Era insoportable y no cesaba. Y de un momento a otro, alcancé el fondo del agujero. Quedé atrapado en una trampa de pinchos afilados y cortantes, y vi cómo me atravesaban el cuerpo. La sangre comenzó a brotarme de las venas y empecé a delirar. ¿Sería aquello la muerte? Cerré los ojos porque el dolor se acentuó y no resistiría mucho más.
Busqué alguna solución que me salvara. ¿Y si en aquella sala ocurría como en la de la imaginación y todo lo que deseabas ocurría? Total, no perdería nada, iba a morir de un momento a otro. Me imaginé sano y fuerte, liberado de aquella tortura indescriptible. Y ocurrió. Esta sala funcionaba de la misma forma que la otra. Pero entonces ante mí apareció un titán enorme, deformado y perverso, maligno; un monstruo de más de tres metros.
Me imaginé ahora una espada en la mano y luego hundiéndosela en el pecho a ese ser espeluznante. Y le di muerte privándole de la vida. Entonces aparecí en la mente sin más. Ésta era ahora una sala limpísima, muy ordenada y rebosante de pulcritud. Vi a Pepito Grillo y me acerqué a él.
- ¡Enhorabuena! Has conseguido librarte de tus miedos y reorganizar tu mente. La última sala que pisaste era la sala de los miedos, de las pesadillas. Yo no podía acompañarte, no formo parte de ellos -me felicitó-. Y ahora, mi buen acompañante, tu viaje ha acabado. Es hora de despertar.
Abrí los ojos y vi con desgana el techo de mi cuarto. ¿Un sueño? ¡¿Todo había sido un sueño?! No, no podía haber sido así. Había sido muy real y yo lo sabía.
Y habiendo vencido mis temores y reorganizado mis ideas, me dispuse a la vida normal. Éste sería mi pequeño secreto.
© Adonai Oliver Navarro
Los armarios se habían reparado y la mente fue adquiriendo un aspecto medianamente bueno.
Entramos ahora por otra puerta y debo decir que fue la que más me gustó. Estaba abarrotada de personas de todo tipo: futbolistas, astronautas, ingenieros, millonarios, presidentes, personas felices... Todas iguales. Todas eran el mismo hombre. Eran yo.
- Dime -dije a Pepito-. ¿Es la sala del futuro?
- Más quisieras -respondió- Ésta es la sala de los deseos, de las ilusiones y esperanzas.
Nos quedamos un rato más, pero ¿de qué servía mirar todo eso si no se iba a cumplir?
Al llegar a la mente, comprobamos que estaba ya muy limpia y presentable. Para acabar, entramos por la última puerta. Al entrar, un terrible estruendo me rompió los tímpanos y caí por un pozo sin fondo. Una terrible oscuridad lo abarcaba todo. Y de repente comenzaron a aparecérseme caras monstruosas y desfiguradas, sangre y muerte, dolor. Era insoportable y no cesaba. Y de un momento a otro, alcancé el fondo del agujero. Quedé atrapado en una trampa de pinchos afilados y cortantes, y vi cómo me atravesaban el cuerpo. La sangre comenzó a brotarme de las venas y empecé a delirar. ¿Sería aquello la muerte? Cerré los ojos porque el dolor se acentuó y no resistiría mucho más.
Busqué alguna solución que me salvara. ¿Y si en aquella sala ocurría como en la de la imaginación y todo lo que deseabas ocurría? Total, no perdería nada, iba a morir de un momento a otro. Me imaginé sano y fuerte, liberado de aquella tortura indescriptible. Y ocurrió. Esta sala funcionaba de la misma forma que la otra. Pero entonces ante mí apareció un titán enorme, deformado y perverso, maligno; un monstruo de más de tres metros.
Me imaginé ahora una espada en la mano y luego hundiéndosela en el pecho a ese ser espeluznante. Y le di muerte privándole de la vida. Entonces aparecí en la mente sin más. Ésta era ahora una sala limpísima, muy ordenada y rebosante de pulcritud. Vi a Pepito Grillo y me acerqué a él.
- ¡Enhorabuena! Has conseguido librarte de tus miedos y reorganizar tu mente. La última sala que pisaste era la sala de los miedos, de las pesadillas. Yo no podía acompañarte, no formo parte de ellos -me felicitó-. Y ahora, mi buen acompañante, tu viaje ha acabado. Es hora de despertar.
Abrí los ojos y vi con desgana el techo de mi cuarto. ¿Un sueño? ¡¿Todo había sido un sueño?! No, no podía haber sido así. Había sido muy real y yo lo sabía.
Y habiendo vencido mis temores y reorganizado mis ideas, me dispuse a la vida normal. Éste sería mi pequeño secreto.
© Adonai Oliver Navarro
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