Reseña:
Cuenta literaria y gráficamente la historia de
la estrecha amistad que, cuando convivían pacíficamente las culturas cristiana,
musulmana y judía, entablaron dos niños bajo los naranjos de la huerta del río
Segura: el hijo del rey castellano Fernando III el Santo, que luego sería
Alfonso X El Sabio, y Ahmed Ben Hud, que luego sería el rey musulmán de Murcia
que cedió esta al vasallaje de Castilla mediante el Tratado de Alcaraz. El
ajedrez, prohibido entre los cristianos de aquella época, fue un elemento
esencial en la amistad de ambos niños. Y cuando, años después, ambos se
encuentran luchando por la posesión del reino de Murcia, deciden librar la
batalla por este reino jugando una definitiva partida ajedrez que evite un gran
derramamiento de sangre. Una noble partida entre dos rivales que no conseguirá
romper la amistad entre ellos. El álbum incluye, además, un cuadernillo
didáctico que ayudará a los lectores a distinguir lo que es ficción en el
relato de lo que fueron los hechos históricos.
El autor:
Juan Carlos Chacón Cánovas (Zarandona, Murcia, 1972) es
licenciado en Psicología y en Criminología por la Universidad de Murcia,
Mediador Social en Drogodependencias (Universidad Politécnica de Cartagena),
Monitor Deportivo, especialidad Ajedrez, Monitor-Entrenador Regional de ajedrez
y Profesor Colaborador Honorario de la Facultad de Educación de la Universidad
de Murcia.
Ha desarrollado su labor en numerosos centros educativos
como monitor de ajedrez y, como Educador Social de la Comunidad Autónoma de la
Región de Murcia, en la actualidad ejerce su actividad profesional para el
Excmo. Ayuntamiento de Murcia.
Es autor del libro El gran ajedrez para pequeños
ajedrecistas (Región de Murcia, Consejería de Educación, Formación y Empleo, 2012)
y coautor de Victimología forense (Editorial de Estudios Victimales, 2010).
La ilustradora:
Francisca Fe Montoya Hernández no
concibe su vida sin el arte. Esta calasparreña residente en Zarandona (Murcia)
compagina las dos pasiones de su vida, su trabajo como docente y la pintura.
Francisca estudió Magisterio en la Universidad de Murcia. Consiguió el Premio
extraordinario fin de carrera, que le condujo a una plaza directa de maestra,
facilitándole así dedicarse a la pintura en sus ratos libres. Poder pintar
“desde la libertad absoluta” es para ella una de las claves en su vida. Ha expuesto sus obras en numerosas salas y ha ilustrado
numerosos libros de Pascual García (su marido), Concha Miralles o José
Cantabella.
VERANO EN MONTEAGUDO
Alfonso era un niño
despierto, inquieto y jovial. Pero a la vez reflexivo y no como los antiguos
niños duros castellanos de aquellos entonces.
No paraba de preguntar “¿por
qué esto?”, “¿por qué aquello?”, “¿para qué sirve esa cosa?”, “¿para qué
hacemos tal faena o tal otra?” … Y así se pasaba el día.
Había salido “clavadito a
su madre”, decían en la corte, aunque su madre no era de tierras castellanas
sino que procedía de un lugar muy lejano, conocido como Suabia, que estaba en
tierras bávaras o, actualmente, Alemania.
Beatriz, como se llamaba la madre de Alfonso,
chapurreaba un raro idioma castellano, en el que había sido educada desde
pequeña allá en su país. Le había costado adaptarse al austero y seco modo de
vida del reino de su marido, el rey Fernando III
de castilla. Pero curioseó, cuestionó y preguntó por todos lados hasta crear en
torno a sí una aureola de persona despierta, intelectual y penetrante, cosa
poco usual en damas de su época.
El infante Alfonso junto a sus hermanos Fadi y Fernando
deambulaba siempre alrededor de Palacio haciendo una fechoría tras otra: igual
se escapaban a jugar con los niños del pueblo que llevaban a maltraer a sus
criados, a los guardias o a los encargados de las caballerizas y establos. Y
los ratos de ocio que les dejaban las largas y aburridas lecciones impartidas
por los frailes les permitían pasar ajenos a las guerras y calamidades que
acaecían entonces.
Corría la primavera del
año 1229 cuando la joven e inquieta reina Beatriz, cansada de sufrir año tras
año el clima de las inhóspitas tierras de Castilla e instigada por su consejero
David Hortal, propuso a su querido esposo pasar
la ya cercana época estival en el lugar de origen de David, un reino en poder
de los árabes, al que llamaban Murcia, de cuya
riqueza natural y de las amables gentes que lo poblaban tanto había oído hablar
a David.
Y el rey Fernando accedió
al comprobar que la zona gozaba en aquel momento de una armoniosa convivencia
entre musulmanes y castellanos, lo que enriquecería a sus hijos que verían de
cerca la coexistencia y tolerancia que allí se daba entre las culturas árabe,
cristiana y judía.
Solo impuso una condición
a Beatriz: que tenían que viajar bajo una identidad secreta para viajar inadvertidos
y no levantar sospechas de su linaje real. Y mientras, durante los meses de
verano que su familia pasara en la zona levantina, él se encargaría del reino y
de sus responsabilidades de monarca en la capital: sería duro para él, pero
siempre velaba por el bien de su familia.
Tras un tedioso y cansado
viaje, la comitiva, con David a la cabeza, llegó por fin a una villa que el
mismo David poseía en los alrededores de la ciudad de Murcia, en un lugar
llamado Monte Agudo o Monteagudo.
Al principio levantaron
un poco de revuelo en el pueblo situado en una zona estratégica a los pies de
varios castillos habitados por nobles musulmanes del emirato al que
pertenecían.
Era el mes de junio y ya
iba entrando el calor, pero allí se respiraba un ambiente húmedo entre los
árboles frutales, los pinos de los caminos y la gran extensión de huertas
surcadas por unas canalizaciones que los árabes llamaban acequias, encargadas
de regar y dar vida al territorio.
Como buen judío, David
debía su apellido, Hortal, al oficio tradicional de la familia: la huerta, que
él conocía como la palma de su mano. Así que dedicó gran parte del verano a enseñar
a Beatriz y a sus cinco hijos e hijas las labores y menesteres de la huerta, el
regadío, la limpieza del terreno, los utensilios de trabajo y los aparejos de
los animales.
Pero otros muchos ratos
los pasaba bañándose en las pozas, acequias y regueras que refrescaban los
largos y calurosos días de verano. Sin embargo, Alfonso, ansioso por conocer
todo el entorno y el modo de vida de las gentes que allí habitaban, no dudaba
en escapar de los ojos de su madre, hermanos y criados, para investigar los
castillos que tanto lo atraían y que le evocaban tantas historias en su
imaginación.
Una tarde, mientras todos
dormían la siesta, Alfonso salió a hurtadillas de la casa y, agazapándose entre
los naranjos, empezó a observar los movimientos entorno a la fortificación,
conocida como Castillejo, que se
levantaba en la falda de la montaña. Era la residencia de verano del emir,
desde donde se vigilaban los movimientos de la población.
Alfonso no se percató de
que una pequeña mano se posaba desde detrás sobre su hombro. Hasta que oyó:
-Hola, ¿cómo te llamas?
–le preguntó un chiquillo de edad similar a la suya al que Alfonso vio al
girarse sorprendido-. Mi nombre es Ahmed.
Asaltado por lo
inesperado. Alfonso quedó un momento en silencio. Aunque reaccionó rápidamente
con el desparpajo del que siempre hacía gala.
-Me llamo Alfonso y estoy
aquí de vacaciones con mi familia. Hemos venido a conocer esta tierra, pero ya
llevamos dos semanas por aquí y he salido a investigar por mi cuenta. ¿Vienes
conmigo?
A lo que Ahmed contestó:
-Yo también estoy aquí de
paso: mi padre me ha traído con él desde Córdoba y también estoy muy aburrido.
Pero me he traído un juego que practicamos mucho en mi palacio. Si quieres te
puedo enseñar. No sé si tú lo conocerás. Nosotros lo llamamos shatranj y es muy complicado, aunque bastante
divertido.
Extraído
del capítulo 1º de: Jaquepor un reino
Autor: Juan Carlos Chacón Cánovas
Ilustrador: Francisca-Fe Montoya Hernández
Editorial: Aguaclara
ACTIVIDADES:
1.- Busca información
sobre Monteagudo, el lugar donde fueron a pasar el verano Alfonso y su familia.
2.- ¿En qué siglo y época
histórica transcurre el cuento?
3.- ¿En qué consistirá el
juego que Ahmed llama shatranj? A ver
si lo acertáis y si no, buscad información sobre el nombre con que nosotros
conocemos este juego.
4.- Escribe un cuento o
un poema sobre unos niños que se hacen grandes amigos durante unas vacaciones
veraniegas y envíalo por correo postal con un dibujo indicando tu nombre,
apellidos, número de teléfono particular y e-mail de tus padres al:
Concurso Literario del Grupo Leo
Apartado 3008
03080 Alicante.