No podía creer lo que estaba viendo, solo a mi madre se le
podía ocurrir traer a casa un niño de fuera y, para ponerme más contento
todavía, no tuvo mejor idea que traer una niña, ¡otra niña!
Susa se acercó a ella un poco
asustada, y cuando mi madre le dijo que tenía que besar a la niña, ella la miró
a la cara y después dijo:
_Susa es de un “coló” la nena de
“oto” “coló”.
_Sí, cariño, Muna es de otro
color, pero no importa, es igual que tú y que Rober, y vamos a quererla mucho, ¿verdad?
Mi hermana besó a la niña y
después yo tuve que hacer lo mismo para evitar que mi madre me diese un tirón
de orejas de esos que da sin que nadie se entere cuando no puede reñir porque
hay gente delante.
La verdad era que la niña estaba
más cortada que nosotros; al fin y al cabo nosotros estábamos en nuestra casa,
y ella no nos conocía, ni conocía el barrio, ni la gente, ni nada.
En qué idioma habla?_le
pregunté a mi madre.
_Con su familia habla árabe, pero
sabe español porque en el Sahara mucha gente lo habla.
_Hola, Rober, hola, Susa dijo
con una vocecita muy fina, como con miedo de hablar.
Yo me quedé helado porque hablaba
estupendamente y además conocía nuestros nombres, cuando yo ni siquiera me
había enterado de cómo había dicho mi madre que se llamaba.
Como si me hubiera leído el
pensamiento, dijo:
_Yo, Muna. Significa querer.
_Bienvenida a casa, Muna le dijo mi padre que estaba
llegando en ese momento. Se acercó a ella y le dio un beso ¿ya conoces a tus
amigos? Espero que os llevéis bien los tres, porque tenéis mucho tiempo por
delante para estar juntos.
Yo no decía nada, porque la
verdad es que no sabía qué decir, pero Susa, que ya he dicho que es una pelota
y ni les lleva la contraria a mis padres, ni ellos se la llevan a ella, fue al
lado de Muna e hizo algo que nos dejó admirados porque era la primera vez en la
vida entera que mi hermana hacía una cosa así.
_Muna, esto es “dasca”.
Y ofreciéndole su almohada medio rota, le indicó cómo tenía que hacer
para “rascar” como ella, porque claro, Susa cree que es la única persona en el
mundo capaz de rascar la funda de una almohada hasta hacerle un agujero, y la
verdad es que, ahora que lo pienso, a lo mejor tiene razón, tal vez lo sea.
De esta manera tan sencilla, así,
como si no nos diéramos cuenta, nos colaron a la niña en casa y, hala, a pasar
el verano sin que nadie se preocupe de lo que van a decir tus amigos y todos
los chicos que te conocen cuando te vean por la calle paseando a “la nueva”.
La verdad era que la niña daba un
poco de pena, no se separaba de mi madre ni a sol ni a sombra, y tenía todo el
rato los ojos llenos de lágrimas, como si estuviese a punto de ponerse a llorar
pero no se atreviese a empezar.
_¿Sabes llorar en español?_le dije por si acaso era eso lo
que le pasaba.
_¡Pero que cosas tienes, hijo! Se
te ocurre cada idea...
Susa nos miró muy atenta y, como
siempre que quiere ayudar, que lo estropea todo, se puso a darle clases de
llanto, para que no hubiera duda de cómo se lloraba en nuestra casa.
_”Mía”, ya “veas”, se “lloa” así:
¡Mamaaaaaaaá, ha sido “Dober”! Y ya está.
La verdad es que mi hermana tiene
un morro que se lo pisa, porque lo hace tal y como lo cuenta, y encima cuela,
todo el mundo la cree porque como “la niña”
es pequeña...
_Bueno Rober, estarás contento de
tener una nueva amiga. Ya puedes cuidar de las dos como un hombrecito, ¿vale
hijo?
Mi padre es así, se cree que esto
es como en las películas, pero vamos, las chicas que yo conozco no necesitan
que nadie las cuide, saben defenderse ellas solitas de maravilla, y mi hermana
no es menos, desde luego.
Lo primero que hicimos una vez
terminadas las presentaciones fue enseñarle a Muna cómo era nuestra casa; era
curioso porque íbamos todos en fila atendiendo a las explicaciones que le daba
mi madre, como si nosotros tampoco conociésemos el sitio. Después, fuimos a
cenar, menos mal, porque yo tenía un hambre que no veía.
_ Si no te gusta lo que he puesto
de cena, me lo dices y te haré otra cosa.
Era increíble, con la cantidad de
veces que le he dicho yo a mi madre que no me gusta lo que me ha puesto y
siempre me contesta que hay que comer de todo y que cuántos niños habrá en el
mundo a los que les encantaría comerse un plato de acelgas de esas tan verdes y
que a mí no me gustan nada.
Me parecía que empezar con tantos
privilegios no estaba bien, porque ella no era hija nuestra, bueno, quiero
decir que no era de la familia y nosotros sí, y encima nos obligaban a comer de
todo.
Para mi sorpresa, el plato de Muna
se quedó en un instante tan limpio como si lo hubiesen fregado.