miércoles, 4 de diciembre de 2019

Los libros del mes de diciembre: "La selva prohibida"


Reseña:
La Selva prohibida nos narra las vivencias y aventuras de Kabindji, un extranjero en su tribu y como ésto lo ha llevado a la marginación y el desespero de quien cree ser y no es.
En un poblado de guerreros bowassi situado en plena selva africana, el joven Kabindji vive despreciado por todos. Cierto día, al morir su madre, descubre que su pasado oculta un terrible secreto, que pertenece a un pueblo pigmeo.
En su deseo por desvelar ese enigma, se adentra en compañía de una muchacha en un poblado perdido del que se cuentan espeluznantes historias. No tardará en verse enfrentado a misteriosas fuerzas mágicas tras las que laten el odio racial y la ambición de poderosos personajes.
Edad recomendada: 10-12 años
El autor:
Heinz Delam, de origen hispanoalemán, nació en Burdeos (Francia) de madre española y padre alemán. Repartió su infancia entre varios países: Francia, Alemania y España, los cuales vivió hasta los siete años en Francia y luego en 1957 vivió en España desde el 1957 hasta el 1962. A los doce años dio el salto definitivo que lo convertiría en nómada, cuando se trasladó junto a su familia al recién independizado Congo Belga (luego llamado Zaire y en la actualidad República Democrática del Congo). Allí permaneció durante diez largos años que cambiarían su visión del mundo y hasta su manera de enfocar la vida; se contagió de los misterios y maravillas de la propia naturaleza y de las historias narradas por los ancianos, casi siempre de noche y alrededor de la hoguera, en alguna aldea remota y sin nombre.
Ha escrito una trilogía de historias africanas, cuyos títulos («Linkundú», «La maldición del brujo-leopardo» y «La selva prohibida») han sido publicados en la colección «PARALELO CERO».

LA SELVA PROHIBIDA

Sentados sobre el tronco de un viejo árbol caído, un reducido grupo de hombres conversaba en voz baja en medio de la oscuridad. No portaban antorchas ni habían encendido fuego alguno, por lo que el pigmento oscuro de sus pieles se fundía con las sombras que poblaban el apartado rincón de la espesura que habían escogido para reunirse. Hablaban en voz baja, casi susurrándose las palabras al oído.
–En el fondo el chico pigmeo me produce lástima –dijo uno de ellos-. Creo que lo va a pasar muy mal ahora que su madre adoptiva ha muerto. Quizá hubiera sido mejor para él haber muerto con el resto de su tribu.
–Me temo que poco podemos hacer por él –respondió otro-. Tenemos asuntos más importantes que resolver. ¿Has visto de qué manera más insidiosa están preparando al sucesor?
–Sí, pero eso da igual. Al fin y al cabo, los que mueven los hilos siguen siendo los mismos. Su poder crece y se vuelven más osados…
–Como entonces. Tú deberías saberlo. Por algo estás en el consejo de ancianos.
–Estar en el consejo no me sirve de mucho. No puedo enfrentarme a ellos yo solo. Afortunadamente, creo que aún falta mucho para llegar a lo de entonces.
–Yo no estaría tan seguro. Veo cada vez más síntomas de una vuelta a la situación que nos llevó al desastre. La maldad de Nzeneneké no ha desaparecido de nuestra comarca: sigue aquí. Puedo sentirla.
–Todos podemos sentirla.
Bwanya y Kabindji se adentraron en la selva con gran sigilo, pues aún podían ser descubiertos por algún trasnochador de oído fino. Al dar los primeros pasos Kabindji había sentido con gran preocupación un leve dolor en el muslo, recuerdo de su encuentro con el leopardo. Sin embargo, descubrió aliviado que con la ayuda de su bastón podía mantener sin dificultad el paso ligero de su compañera. La semioscuridad no suponía inconveniente alguno para los dos jóvenes, que conocían los aledaños del poblado como la palma de su mano y habrían podido moverse con facilidad incluso sin la ayuda del suave resplandor de la luna.
A medida que aumentaba la distancia que les separaba de la aldea, los latidos de sus corazones comenzaron a apaciguarse y su respiración se hizo más pausada. Caminaban cada vez menos preocupados por no hacer ruido. Sabían que ya nadie les oiría. Su única inquietud consistía en dejar tras ellos el menor rastro posible, y siempre que podían abandonaban el sendero a fin de evitar dejar huellas en el barro. Kabindji decidió que había llegado el momento de desembarazarse de los enseres de su madre, una carga pesada y molesta que entorpecía su avance. Aprovechando una cavidad natural que había bajo un grueso tronco, introdujo allí el fardo y con la ayuda de Bwanya, lo recubrió con tierra y ramas hasta dejarlo perfectamente disimulado. Satisfechos con el resultado de su trabajo, reemprendieron la marcha con paso mucho más ligero. Apenas habían recorrido unos cientos de metros cuando el oído de Kabindji captó algo que le hizo detenerse en seco. Bwanya, que caminaba justo detrás, tropezó con él.
–¿Qué ocurre? -bisbiseó inquieta.
Hay alguien ahí delante –respondió el muchacho con un hilo de voz.
Ambos permanecieron inmóviles mientras la vegetación se apartaba para dejar paso a una silueta enorme.
–¡Mutembo! -exclamaron los jóvenes al unísono.
Vaya, vaya…-murmuró el guerrero sacudiendo la cabeza-. Parece que habéis decidido marcharos del poblado.

…..

A los cinco días de haber abandonado el poblado de los bowassi, la joven pareja llegó por fin a la extensa llanura en cuyo centro se alzaba el descomunal peñasco de limonita. Al verlo, se detuvieron indecisos. Sabían que se trataba del Libanga, la gran roca roja que señalaba el fin del territorio bowassi. A lo lejos se divisaba una hilera de estacas con cabezas humanas ensartadas en sus extremos: macabras señales de aviso para cualquier incauto que intentara adentrarse en el zamba ya ebembe, el bosque del muerto.
La selva maldita.
La región que nadie en su sano juicio se atrevería a profanar.

…..

–Estoy convencido de que ese poblado en ruinas del que nos habló Mutembo existe. Esa aldea fantasma situada en la zona prohibida tiene que ser por fuerza lo que queda de mi antiguo hogar. Si mis antepasados vivían allí, no debería ser un lugar tan malo…
–Tus antepasados murieron -le recordó Bwanya.
Porque los bowassi los asesinaron. Y para llevar a cabo la matanza invadieron la selva maldita. ¿Por qué se atrevieron entonces a cruzar esa frontera?
–Quizá eran tan numerosos que se envalentonaron.
Todo eso parece demasiado misterioso, y es muy probable que las respuestas sigan allí, en el lugar donde ocurrió todo. ¿No sientes curiosidad?
Creo que tienes razón -concedió Bwanya-. Es interesante. Y por muchos horrores que nos aguarden a partir de ahora, siempre serán preferibles a caer en manos de Likongá.
A pesar del tiempo transcurrido, aún se adivinaban los restos de la terrible matanza. Descompuestos por el calor a devorados por las alimañas, los cuerpos de los asesinados habían desaparecido, pero quedaban indicios visibles del horror: siniestras manchas de color pardo sobre esteras y otros objetos, profundos cortes de machete en la madrea de las chozas y cuencos y vasijas de arcilla rotos y pisoteados. Sin embargo, no se veía ni rastro de huesos o esqueletos y eso preocupaba a Kabindji. Las alimañas siempre dejan huesos y restos.

…..

La claridad duró apenas un instante, más Kabindji tuvo tiempo para distinguir el aspecto real de su presunto enemigo: un anciano enjuto y encorvado. Cuando la oscuridad se hizo de nuevo, el joven escuchó una voz cascada que susurraba:
–¿Eres tú el elegido?
  
Extracto de: La selva prohibida
Editorial: Bruño


ACTIVIDADES
1.- ¿Qué grupos humanos de África conoces?
2.- ¿Puedes investigar sobre alguno de sus conflictos?
3.- Imagina que te adentras en un lugar prohibido… Escribe un cuento o poema y envíalo por correo postal acompañado de un dibujo con vuestro nombre, apellidos, curso, colegio y número de teléfono a:
GRUPO LEO
apartado 4042
03080 ALICANTE

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