Suplemento de Educación Infantil "La Tiza" 11-05-2011
El oso
-No sabes cuánto lamento haberte asustado.
El oso se sentó en una enorme roca plana que había en el camino y cruzó las piernas. Omar nunca había visto un animal así tan de cerca, pero su aspecto difería de la imagen que cualquiera pudiera tener en la cabeza de los osos. Para empezar, llevaba una especie de alforja colgada del hombro de la que sobresalía una infinidad de papeles desordenados. Hubiera resultado más lógico que viajase cargado de provisiones, pero ¿para qué podía querer aquel tosco animal tal cantidad de documentos?
En aquel instante el oso asió la bolsa con sus garras y comenzó a rebuscar en su interior. Parecía que quería encontrar algo muy concreto que, obviamente, resultaba de muy difícil acceso para sus torpes zarpas. Después de meter el hocico en la alforja, tambalearse y rodar por el suelo, gritó:
-¡Ajá!
Llevaba el papel entre los dientes. Atrapó el ensalivado documento con las garras y comenzó a colocárselo a distintas distancias de los ojos, tratando en vano de leerlo. Omar observaba sin poder creer que aquel animal, además de hablar, supiese leer.
-Es que yo sin mis gafas de cerca no veo nada –dijo colocándose el papel prácticamente sobre la cara-. Aquí dice: Omar, región de los aviesas.
Su voz sonaba cavernosa y lejana, como si no tuviera relación alguna con aquel cuerpo. Y es que Omar no terminaba de aceptar que aquel animal realmente le estuviese hablando. Jamás había escuchado nada acerca de osos que hablaran. (…)
-Bueno, bueno…Y hemos pasado el susto. Ahora es el momento de reponernos de la tensión sufrida y presentarnos educadamente. Verás cómo a partir de ahí te cuesta menos cada palabra.
-Yo…me llamo Omar. Es un placer conocerle, señor Oso. (…)
-¿Oso? ¿Oso? ¿Pero qué dices, chico? ¿A quién llamas oso? ¡Yo no soy ni nunca he sido un oso! ¡Que te quede muy claro! ¿Estamos?
Omar pensó que, si no era un oso, debía tener un grave problema psicológico. (…)
-Lo siento mucho. Yo… ¿De verdad que no es usted un oso?
-¡No soy un oso! ¿Cómo tengo que decírtelo?
-Está bien. No se enfurezca, señor. No pretendía molestarle.
-Bueno, bueno. No pasa nada. Es que soy algo sensible con ese tema. Además, he hecho un largo viaje para llegar hasta aquí y el cansancio me traiciona. Y a decir verdad, esta región pone los pelos de punta. Sin ánimo de ofender a los de tu especie, pequeño aviesa.
-¿A los de mi especie? No somos ninguna especie. Los aviesas somos personas como cualquier otra y, aunque no haya nacido en esta región, no me avergüenzo de decir que éste es ahora mi sitio.
-Está bien, chico. Creo que los dos hemos incurrido en el mismo error Lamento si te has sentido ofendido. Es que dicen tantas cosas de los aviesas que uno no puede evitar sentir miedo. Ya ves, por eso me han mandado a mí aquí. Llevo más de cuarenta años siendo infalible y esas cosas cuentan para los jefes.
-¿Quiénes le han mandado aquí?
-Los de la central, claro. ¡Vaya, creo que he olvidado decirte lo fundamental! Mi nombre es Silverio y soy mensajero. He venido hasta aquí para entregarte una carta.
-¿Una carta para mí? ¿Quién me la envía?
-Me sería difícil decirlo. De hecho, todo lo que he podido entender de lo que pone en el sobre es tu nombre y esta dirección.
Silverio le extendió el sobre a Omar, que lo observó con detenimiento. Estaba escrito en una clase de papel extraño y amarillento que jamás había visto antes. Omar rasgó el lacre del sobre y desplegó en único papel que había en su interior. Lo estuvo examinando un buen rato, como si en la carta alguien le contara cosas muy graves que requiriesen de un razonamiento muy minucioso. Luego se sentó en la roca y permaneció un par de minutos más en silencio antes de reconocer su derrota.
-Tal vez podrías ayudarme.
-¿Es que no sabes leer, muchacho?
-¡Claro que sé leer! Yo fui a la escuela de exploradores. Lo que pasa es que esto es diferente. Es algo muy raro.
-No pienses en enseñármelo, chico –dijo Silverio tapándose los ojos con las garras-. Leer la correspondencia ajena es un delito muy grave. Más grave aún si el que lo comete es el mensajero. La Princesa Papina me condenaría a penas terribles si lo hiciera.
-La Princesa Papina no tiene por qué saberlo.
-Seguro que encuentras a alguien por aquí que te ayude. Yo no puedo hacerlo, chico. No es sólo que esté prohibido, sino que además no está bien leer las cartas de otros. Es algo personal. Yo llevo más de cuarenta años de intachable servicio. No voy a estropearlo ahora. No vuelvas a pedírmelo, por favor. No hay nada que puedas hacer para convencerme.
-Mi Tía Cándida prepara unas deliciosas tartas de almendras, limón y canela.
-Eso suena delicioso…
-Casi siempre las espolvorea con azúcar, pero en ocasiones especiales las hace con miel.
-No sigas…
-Ahora mismo me disponía a recoger una de esas tartas (…)
-Está bien, pequeño chantajista. No hace falta que continúes.
-Leerás mi carta.
El oso se sentó en una enorme roca plana que había en el camino y cruzó las piernas. Omar nunca había visto un animal así tan de cerca, pero su aspecto difería de la imagen que cualquiera pudiera tener en la cabeza de los osos. Para empezar, llevaba una especie de alforja colgada del hombro de la que sobresalía una infinidad de papeles desordenados. Hubiera resultado más lógico que viajase cargado de provisiones, pero ¿para qué podía querer aquel tosco animal tal cantidad de documentos?
En aquel instante el oso asió la bolsa con sus garras y comenzó a rebuscar en su interior. Parecía que quería encontrar algo muy concreto que, obviamente, resultaba de muy difícil acceso para sus torpes zarpas. Después de meter el hocico en la alforja, tambalearse y rodar por el suelo, gritó:
-¡Ajá!
Llevaba el papel entre los dientes. Atrapó el ensalivado documento con las garras y comenzó a colocárselo a distintas distancias de los ojos, tratando en vano de leerlo. Omar observaba sin poder creer que aquel animal, además de hablar, supiese leer.
-Es que yo sin mis gafas de cerca no veo nada –dijo colocándose el papel prácticamente sobre la cara-. Aquí dice: Omar, región de los aviesas.
Su voz sonaba cavernosa y lejana, como si no tuviera relación alguna con aquel cuerpo. Y es que Omar no terminaba de aceptar que aquel animal realmente le estuviese hablando. Jamás había escuchado nada acerca de osos que hablaran. (…)
-Bueno, bueno…Y hemos pasado el susto. Ahora es el momento de reponernos de la tensión sufrida y presentarnos educadamente. Verás cómo a partir de ahí te cuesta menos cada palabra.
-Yo…me llamo Omar. Es un placer conocerle, señor Oso. (…)
-¿Oso? ¿Oso? ¿Pero qué dices, chico? ¿A quién llamas oso? ¡Yo no soy ni nunca he sido un oso! ¡Que te quede muy claro! ¿Estamos?
Omar pensó que, si no era un oso, debía tener un grave problema psicológico. (…)
-Lo siento mucho. Yo… ¿De verdad que no es usted un oso?
-¡No soy un oso! ¿Cómo tengo que decírtelo?
-Está bien. No se enfurezca, señor. No pretendía molestarle.
-Bueno, bueno. No pasa nada. Es que soy algo sensible con ese tema. Además, he hecho un largo viaje para llegar hasta aquí y el cansancio me traiciona. Y a decir verdad, esta región pone los pelos de punta. Sin ánimo de ofender a los de tu especie, pequeño aviesa.
-¿A los de mi especie? No somos ninguna especie. Los aviesas somos personas como cualquier otra y, aunque no haya nacido en esta región, no me avergüenzo de decir que éste es ahora mi sitio.
-Está bien, chico. Creo que los dos hemos incurrido en el mismo error Lamento si te has sentido ofendido. Es que dicen tantas cosas de los aviesas que uno no puede evitar sentir miedo. Ya ves, por eso me han mandado a mí aquí. Llevo más de cuarenta años siendo infalible y esas cosas cuentan para los jefes.
-¿Quiénes le han mandado aquí?
-Los de la central, claro. ¡Vaya, creo que he olvidado decirte lo fundamental! Mi nombre es Silverio y soy mensajero. He venido hasta aquí para entregarte una carta.
-¿Una carta para mí? ¿Quién me la envía?
-Me sería difícil decirlo. De hecho, todo lo que he podido entender de lo que pone en el sobre es tu nombre y esta dirección.
Silverio le extendió el sobre a Omar, que lo observó con detenimiento. Estaba escrito en una clase de papel extraño y amarillento que jamás había visto antes. Omar rasgó el lacre del sobre y desplegó en único papel que había en su interior. Lo estuvo examinando un buen rato, como si en la carta alguien le contara cosas muy graves que requiriesen de un razonamiento muy minucioso. Luego se sentó en la roca y permaneció un par de minutos más en silencio antes de reconocer su derrota.
-Tal vez podrías ayudarme.
-¿Es que no sabes leer, muchacho?
-¡Claro que sé leer! Yo fui a la escuela de exploradores. Lo que pasa es que esto es diferente. Es algo muy raro.
-No pienses en enseñármelo, chico –dijo Silverio tapándose los ojos con las garras-. Leer la correspondencia ajena es un delito muy grave. Más grave aún si el que lo comete es el mensajero. La Princesa Papina me condenaría a penas terribles si lo hiciera.
-La Princesa Papina no tiene por qué saberlo.
-Seguro que encuentras a alguien por aquí que te ayude. Yo no puedo hacerlo, chico. No es sólo que esté prohibido, sino que además no está bien leer las cartas de otros. Es algo personal. Yo llevo más de cuarenta años de intachable servicio. No voy a estropearlo ahora. No vuelvas a pedírmelo, por favor. No hay nada que puedas hacer para convencerme.
-Mi Tía Cándida prepara unas deliciosas tartas de almendras, limón y canela.
-Eso suena delicioso…
-Casi siempre las espolvorea con azúcar, pero en ocasiones especiales las hace con miel.
-No sigas…
-Ahora mismo me disponía a recoger una de esas tartas (…)
-Está bien, pequeño chantajista. No hace falta que continúes.
-Leerás mi carta.
Tomado de:
Autor: Edna López
Ilustrador: Agustín Comotto
Editorial: Edebé
( Premio Edebé de Literatura Infantil)
Actividades:- ¿Cómo te explicas que Silverio asegure no ser un oso?
- ¿Por qué se enoja Omar con Silverio? ¿En qué error incurren ambos?
- Imagina y escribe cómo puede continuar la historia de estos dos personajes y envíanosla, acompañada de un dibujo, por mail a grupoleoalicante@gmail.com
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