Reseña:
Jorge
se queda solo en casa al cuidado de su abuela, que no le trata muy bien y se
empieza a comportar de manera un tanto preocupante.
A
Jorge, que tenía la tarea de darle su medicina a la abuela, se le ocurre una
idea: fabricarle una medicina repugnante.
Comienza
a mezclar todo tipo de sustancias y productos y finalmente se lo administra a
la abuela. Los efectos de la maravillosa medicina de Jorge son inesperados.
Cuando
llegan sus padres y ven lo que la medicina ha provocado en la abuela, el padre
quiere aplicarlo a los animales. Los primeros resultados son satisfactorios.
Pero cuando se acaba la medicina y tienen que repetir la fórmula, Jorge no
recuerda ni los ingredientes exactos ni las cantidades. Las siguientes mezclas
no producen los efectos esperados.
Edad
recomendada: 10 años
El autor:
Roald Dahl nació en Llandaff, país de Gales en 1916 fue el tercero de un
grupo de 5 hermanos dónde el resto eran mujeres.
Su padre influyó mucho en la sensibilidad de sus hijos ya que
tenía un profundo interés por lo bello.
Cuando tenía 3 años su hermana mayor murió lo que sumió a su padre
en una profunda depresión agravada con una pulmonía que lo llevaría a la tumba
unos meses después.
Hasta los 6 años transcurre la vida de Roald en Llandaff. Es en
esta ciudad cuando ingresa por primera vez en un parvulario. Un año más tarde
ingresa en un colegio preparatorio para varones, ni en la escuela ni más tarde
el colegio de Repton Derbyshire fue feliz. Destaca en deportes pero era considerado
por su profesor de inglés “incapaz de ordenar sus pensamientos sobre papel”.
A los 18 años se apuntó a la expedición de la Public School
Exploring Society.
Tenía 23 años cuando estalló la guerra y se alistó en la RAF en
Nairobi.
Fue enviado a casa como inválido, pero fue transferido en 1942, a
Washington cómo agregado militar aéreo. Allí comenzó en serio su carrera como
escritor, después de un encuentro con C.S. Forrester quién le pidió que le
cantara su versión de la guerra. Dahl escogió plasmar sus experiencias sobre
papel. Forrester quedó tan impresionada que buscó a un editor de revista para
su publicación.
Dahl y su familia regresaron a Inglaterra en 1970 y se
establecieron en Gipsy House en Great Missenden, Buckinghamshire donde escribía
la mayoría de sus inolvidables libros.
Tras el accidente sufrido por su hijo Theo desarrolló con 2
amigos, un ingeniero y un neurocirujano una válvula para drenar liquido del
cerebro (válvula Wade- Dahl- Hill).
Roald Dahl murió el 23 de noviembre de 1990 a los 74 años de edad.
El ilustrador:
Quentin
Blake nació el 16 de
diciembre de 1932 en el condado de Kent, Inglaterra. En 1956 se licenció en
Literatura Inglesa en el Downing College de Cambridge, aunque su carrera
profesional ha estado marcada por su amor al dibujo y a la ilustración, siendo
uno de los autores e ilustradores de literatura infantil y juvenil más
reconocidos de Gran Bretaña, con cerca de trescientos títulos publicados. Su
primer dibujo publicado apareció en la revista de humor Punch cuando tenía 16 años.
Tras estudiar en Cambridge, hizo un posgrado en Educación en la Universidad de
Londres y decidió completar su formación académica en la Chelsea Art School en
un curso a tiempo parcial. Además de ilustrador, Blake ha sido profesor un
largo tiempo de su vida e incluso llegó a dirigir durante una década el
Departamento de Ilustración del Royal College of Art de Londres, del que es
Profesor Honorífico en la actualidad. Su primer libro infantil ilustrado
apareció en 1960 (A drink of water,
de John Yeoman), aunque no fue hasta 1968 cuando firmó su primer libro como
autor e ilustrador, el cual se tituló Patrick.
Desde entonces, ha editado veinticinco libros de su autoría. Quentin Blake es
igualmente conocido por su colaboración con los más famosos autores británicos
y estadounidenses del género con gran compenetración con sus textos, como Roald
Dahl, Michael Rosen, Joan Aiken y Margaret Mahy, entre otros. Su trabajo con el
primero de ellos dio comienzo en 1975, después de que su editor los presentara,
llegando ambos a un entendimiento tal que el autor no ha querido trabajar con
otro ilustrador desde entonces. Entre sus trabajos conjuntos destacan Matilda, James y el melocotón gigante,
Las brujas o El gran gigante bonachón. Su
característico estilo sobresale por la naturalidad de su trazo, con líneas a
tinta hechas con rapidez y sencillez estudiadas. El color suele aplicarlo con
acuarela. Según ha apuntado él mismo, dicha espontaneidad en sus dibujos deriva
de un primer dibujo realizado a mano alzada, que luego pule. Su dilatada
trayectoria ha sido distinguida con numerosos premios como la Medalla Kate
Greenaway y el Premio Nacional de Literatura Infantil en 1981, por la obra Mister Magnolia. Premio
Nacional de Literatura Infantil de 1983, por El
gran gigante bonachón, y en 1988, por Matilda. En 1990 fue elegido Ilustrador de
Ilustradores por la revista The
Observer, en tanto que en 1996 consiguió el Premio de la Feria
Internacional del Libro Infantil de Bolonia por Clown. En 1999 obtuvo el Children’s Laureate y
en 2002 el prestigioso Premio Hans Christian Andersen, en la categoría de
Ilustración.
LA ABUELA
—Me
voy de compras al pueblo —le dijo a Jorge su madre, el sábado por la mañana—.
Así que sé un niño bueno y no hagas travesuras.
Es
una tontería decirle a un niño semejante cosa en cualquier ocasión.
Inmediatamente le hizo pensar en qué travesuras podría hacer.
—Y
no te olvides de darle la medicina a la abuela a las once —dijo la madre.
Después salió, cerrando la puerta tras ella.
La
abuela, que estaba dormitando en su sillón, junto a la ventana, abrió un ojo
malicioso y dijo: —Ya has oído a tu madre, Jorge. No olvides mi medicina.
—No,
abuela —dijo Jorge.
—Y
trata de portarte bien, por una vez, mientras ella está fuera.
—Sí,
abuela —dijo Jorge. Jorge se moría de aburrimiento. No tenía hermanos ni
hermanas. Su padre era granjero y la granja estaba a kilómetros de cualquier
sitio habitado, así que nunca había otros niños con quienes jugar. Estaba
cansado de contemplar cerdos, gallinas, vacas y ovejas. Estaba especialmente
cansado de tener que vivir en la misma casa que aquella vieja gruñona de su
abuela. Quedarse solo cuidándola no era exactamente el modo más apetecible de
pasar la mañana del sábado.
—Puedes
empezar por prepararme una buena taza de té —le dijo la abuela a Jorge—. Eso te
impedirá hacer barbaridades durante unos minutos.
—Sí,
abuela —dijo Jorge.
Jorge
no podía evitar que le desagradara su abuela. Era una vieja egoísta y regañona.
Tenía los dientes café claro y una boca pequeña y fruncida como el trasero de
un perro.
—¿Cuánta
azúcar quieres hoy en el té, abuela? —le preguntó Jorge.
—Una
cucharada —dijo ella—. Y sin leche.
La
mayoría de las abuelas son señoras encantadoras, amables y serviciales, pero
ésta no. Se pasaba los días enteros sentada en su sillón junto a la ventana y
estaba siempre quejándose, gruñendo, refunfuñando y rezongando por una cosa u
otra. Ni una vez, ni siquiera en sus mejores días, le había sonreído a Jorge o
le había preguntado “y, ¿cómo estás esta mañana, Jorge?”, o “¿por qué no
jugamos tú y yo a La Oca?”, o “¿qué tal te ha ido hoy en el colegio?”. Al
parecer, no le importaba nadie más que ella misma. Era una miserable
protestona.
Jorge
fue a la cocina y le hizo a la abuela una taza de té con una bolsita. Puso una
cucharada de azúcar y nada de leche. Removió bien el té y llevó la taza al
cuarto de estar. La abuela dio un sorbito.
—No
está lo bastante dulce. Ponle más azúcar.
Jorge
volvió con la taza a la cocina y añadió otra cucharada de azúcar. Removió otra
vez y se la llevó con cuidado a la abuela.
—¿Dónde
está el platillo? —dijo ella—. No me gusta tener una taza sin su plato.
Jorge
le trajo un platillo.
—¿Y
qué pasa con la cucharita, se puede saber?
—Ya
te lo he removido, abuela. Lo removí bien.
—Prefiero
removerlo yo misma, muchas gracias —dijo ella—. Tráeme una cucharilla. – Jorge
le trajo una cucharilla. Cuando los padres de Jorge estaban en casa, la abuela
nunca le daba órdenes de esa manera. Solamente cuando estaban a solas empezaba
a tratarlo mal.
—¿Sabes
lo que te pasa? —dijo la vieja, mirando fijamente a Jorge, por encima del borde
de la taza de té, con aquellos ojillos brillantes y maliciosos—. Estás
creciendo demasiado. Los niños que crecen demasiado rápido se vuelven estúpidos
y perezosos.
—Pero
yo no puedo remediarlo —dijo Jorge.
—Claro
que puedes —dijo ella—. Crecer es una fea costumbre infantil.
—Pero
tenemos que crecer, abuela. Si no creciéramos, nunca seríamos mayores.
—Bobadas,
chiquillo, bobadas —dijo ella—. Mírame a mí. ¿Estoy creciendo yo? Naturalmente
que no.
—Pero
una vez creciste, abuela.
—Sólo
un poquito —contestó la vieja—. Dejé de crecer cuando era muy pequeña, al mismo
tiempo que dejé otras feas costumbres infantiles como la pereza, la
desobediencia, la voracidad, la suciedad, el desorden y la estupidez. Tú no has
dejado ninguna de estas cosas, ¿verdad?
—Todavía
soy sólo un niño pequeño, abuela.
—Tienes
ocho años —resopló ella—. Es edad suficiente para saber lo que haces. Si no
paras de crecer pronto, será demasiado tarde.
—¿Demasiado
tarde para qué, abuela?
—Es
ridículo —continuó ella—. Ya eres casi tan alto como yo.
Jorge
miró bien a la abuela. Realmente era una persona muy menudita. Sus piernas eran
tan cortas que necesitaba tener un taburete para apoyar los pies, y su cabeza
sólo llegaba a la mitad del respaldo del sillón.
—Papá
dice que es bueno que un hombre sea alto —dijo Jorge.
—No
le hagas caso a tu papá —dijo la abuela—. Hazme caso a mí.
—Pero
¿cómo puedo parar de crecer? —le preguntó Jorge.
—Come
menos chocolate —dijo la abuela.
—¿El
chocolate hace crecer?
—Te
hace crecer en la dirección equivocada — le contestó ella, cortante—. Hacia
arriba, en lugar de hacia abajo.
La
abuela sorbía su té, pero sin apartar nunca sus ojos del chiquillo, que estaba
de pie delante de ella.
—Nunca
crezcas hacia arriba —dijo—. Siempre hacia abajo.
—Sí,
abuela.
—Y
deja de tomar chocolate. Toma repollo, en cambio.
—¡Repollo!
Oh, no, no me gusta el repollo —dijo Jorge.
—No
se trata de lo que te guste o no te guste —cortó la abuela—. Lo que te conviene
es lo que cuenta. De ahora en adelante, debes comer repollo tres veces al día.
¡Montañas de col! Y si tiene orugas, ¡tanto mejor!
—¡Puag!
—dijo Jorge.
—Las
orugas desarrollan el cerebro —dijo la vieja.
—Mamá
lava la col para que las orugas se vayan por el desagüe.
—Tu
mamá es tan tonta como tú —dijo la abuela—. El repollo no sabe a nada sin unas
cuantas orugas hervidas. Y babosas también.
—¡Babosas,
no! —gritó Jorge—. ¡Yo no podría comer babosas! —Siempre que veo una babosa
viva en un pedazo de lechuga —dijo la abuela—, me la zampo rápidamente, antes
de que se escape. Son deliciosas —apretó mucho los labios, de tal modo que su
boca se convirtió en un agujerito arrugado—. Deliciosas —dijo otra vez—. Los
gusanos y las babosas y los bichitos. Tú no sabes lo que te conviene.
—Estás
bromeando, abuela.
—Nunca
bromeo —dijo ella—. Los escarabajos quizá sean lo mejor de todo. ¡Son
crujientes!
—¡Abuela!
¡Eso es horrible! —La vieja bruja sonrió, mostrando sus dientes café claro. —A
veces, si tienes suerte —dijo—, encuentras un escarabajo dentro de un tallo de
apio. Eso es lo que más me gusta.
—¡Abuela!
¿Cómo has podido…?
—Se
encuentran toda clase de cosas buenas en los tallos de apio crudo —continuó la
vieja—. Algunas veces son tijeretas.
Autor: Roald Dahl
Ilustraciones
de: QuentinBlake
Editorial: loqueleo
ACTIVIDADES
1. Si alguna vez tus padres te dejan solo en
casa, ¿se te ocurre hacer algo que no harías estando ellos?
2. ¿Cómo
trata a Jorge su abuela? ¿Cómo crees que se siente Jorge?
3. Supongo que te gustan las verduras. ¿Sabes
cómo hay que limpiarlas antes de comerlas o cocinarlas? ¿Sabrías confeccionar
un menú saludable?
4. Escribe un relato. Imagina que tu abuela es un
poco bruja y gruñona como la de Jorge y que te dejan con ella. Envíalo por correo
postal (en fichero Word) y acompañado de un dibujo (en fichero JPG) junto con
tu nombre, apellidos, teléfono, curso y colegio a:
GRUPO
LEO
Apartado
4042
03080
Alicante
4 comentarios:
La actividad 4 se envía por correo postal en un trabajo escrito Por el mano u ordenador acompañado de un dibujo. Diego
Hola, somos los alumnos de Mar.
1. cuando nuestros padres nos dejan solos no hacemos nada en especial, bueno Ángel chincha a los perros y Oscar se pone musica que no le gusta a sus padres.
2.La abuela trata muy mal a Jorge esta todo el rato chinchando.supongo que Jorge
se siente fatal, así no hay quien quiera a su abuela.Nosotros queremos mucho a nuestra abuela.
3.Las verduras y las frutas han de lavarse antes de ser consumidas.Se lavan con agua corriente y en algunas ocasiones se puede añadir unas gotitas de cloro.
MENÚ SALUDABLE:
- primer plato:una ensalada con lechuga, tomate, queso, atún y aceite virgen extra.
-segundo plato:paella de marisco.
- postre macedonia con melocotón, piña, manzana, fresas, sandía y plátano.
Muchas gracias por los comentarios que hacéis. Está muy bien eso de querer a la familia. Decidle a Ángel que a los animales también hay que quererlos y tratarlos muy bien.
Vuestro menú me ha gustado mucho.
Un saludo.
Creo que ese trabajo de lectura y comentario de la Tiza os dnseñará
muchas cosas.
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