Bigotis no es el mayor de sus hermanos, pero sí el más listo y el más aventurero. Por eso, el día que su madre tarda en volver a casa, el pequeño ratoncito se aventura a ir tras ella. Sabe que él es muy pequeño y que los peligros son enormes, pero está seguro de que, siguiendo el rastro del olor de su mamá, será capaz de encontrarla. Por el camino, conocerá nuevos amigos de los que aprenderá valiosas lecciones.
Trató de soltar un grito de rabia, de impotencia, de injusticia... pero su dolor era tan hondo que no pudo.
Dio media vuelta y echó a andar. A medida que avanzaba, su soledad iba en aumento. No se fijaba por dónde pasaba. Quería encontrar un rincón, esconderse y cerrar los ojos para no volverlos a abrir.
Vagó sin rumbo. Ya había oscurecido cuando pasó frente a un edificio en penumbras. Parecía abandonado. Pensó que aquel sitio solitario podría servirle. Se coló por un hueco que había junto a la puerta. No podía imaginarse que era una escuela, vacía de noche pero llena de niños durante el día. Avanzó por un pasillo hasta dar con una sala llena de libros. Todas las paredes estaban recubiertas de estanterías. En ellas reposaban infinidad de cuentos, libros de poesía, de relatos...
Bigotis miró y su olfato le indicó que aquel podría ser un buen lugar donde esconderse y no moverse de allí. Trepó hasta una de las estanterías más altas, se acurrucó detrás de los libros, cerró los ojos y sin darse cuenta se durmió.
Despertó oyendo la cadencia de una voz de mujer que leía un cuento. Era una voz dulce que al oírla se convertía en caricia. Prolongaba las letras de algunas palabras y remarcaba otras. Aumentaba y disminuía el tono de voz, imitaba la forma de hablar de los personajes, hacía silencios para crear suspense... Así, como lo hacía mi madre...
Bigotis quedó clavado en el sitio con las manos cogidas contra el pecho. Se sintió protegido, acariciado, aquella voz aliviaba todos sus pesares. Era como si estuviera junto a su madre. Pero a falta de su olor. No quería moverse de allí.
Cuando la historia estaba en el momento más tenso la señora que leía, anunció:
- Eso es todo por hoy. Mañana continuaremos. Adiós
- Adiós -respondieron unos pocos niños.
Bigotis sintió curiosidad por ver la persona que había leído el cuento. Con cautela se asomó por encima de un libro. Al verla simpatizó con ella, la encontró triste.
Margarita continuaba recostada en la mesa. Hojeaba el libro a medio leer. La historia parecía no interesarle a los alumnos de cuarto. Los veía apáticos. No sabía qué hacer para animarlos.
Poco después, se presentó un grupo de segundo curso.
-Buenos días -les dijo con renovados ánimos.
Ellos apenas respondieron. Aguardaron a que les leyera lo que les tenía preparado.
Al oír las primeras frases del cuento, Bigotis se sintió emocionado. Quería disfrutar de la escena y se encaramó a lo alto de un libro para seguir cada gesto de Margarita. De pronto ella hizo un silencio, arqueó las cejas y vio a Bigotis encima del libro.
¡Un ratón! Se armó de valor y continuó la lectura sin perder de vista al ratoncito cuya expresión le llamaba la atención. Le parecía que sonreía complacido y emocionado. Para comprobarlo interrumpió la lectura en el momento más inoportuno e interesante.
-Dejaremos aquí el relato.
-Adiós -saludaron algunos niños y se marcharon con prisa.
En cambio, Bigotis se contrarió.
Una vez que salieron los niños, Margarita sonrió con picardía y reanudó la lectura. Bigotis se acomodó. La miró con las orejas tiesas para no perderse ni una palabra.
“No hay duda le gustan los cuentos”, y agregó:
- “Al menos alguien se interesa por lo que yo leo”.
El siguiente curso fue el de tercero. Antes de comenzar a leer una niña dio la alarma:
- Mirad un ratón.
Bigotis se puso en guardia pero Margarita salió en su defensa:
- Estar tranquilos, es mi amigo- explicó con complacencia.
- ¿Amigo? -preguntó un alumno.
Margarita asintió y mirando los niños al ratón vieron que reafirmaba. Todos estaban asombrados
- ¿Qué hace aquí? -dijo uno.
- Verás... comenzó a decir Margarita y calló. Dio un par de pasos y prosiguió:
Ese ratón se ha perdido y no sabe cómo volver a su casa. Me han dicho que los ratones suelen utilizar mensajes en clave para comunicarse. Ellos los ocultan entre las letras de los libros. Tenemos que dar con el suyo para descubrir el camino.
- ¿En qué libro está? -manifestó un niño.
- No lo sabemos, tendremos que buscarlo si queréis ayudarle.
- ¡Yo si quiero! -exclamó uno.
Todos los demás lo apoyaron.
Margarita estaba risueña y preguntó al grupo:
-¿Por qué libros podríamos empezar?
-Que decida el ratón- apuntó un chaval
-¡Eso!-apoyaron los demás
“No me falles, ratoncito, no me falles”, pidió Margarita. Se dirigió al ratón y le dijo:
- Ya lo ves, prefieren que lo elijas tú.
Hizo un gesto como para acercarse, pero saltó y corrió por la estantería. Al llegar a un libro de brujas, de tapas muy gastadas, se detuvo, lo observó detenidamente y lo tocó con sus patas delanteras.
-¡Nos señala el libro! -exclamó Margarita.
Un par de niños fueron a buscarlo y se lo entregaron a la maestra. Todos se acercaron a la mesa para oírla mejor. Bigotis se unió a ellos.
Aquel día nadie quería volver a clase.
Margarita les prometió que seguirían donde lo había dejado,
Se despidieron del ratón, Margarita les pidió a los niños que mantuvieran el secreto.
Sin embargo, los compañeros de quinto al entrar por la tarde preguntaron:
- ¿Dónde está el ratón?
Margarita no tuvo más remedio que presentarlo. Bigotis les saludó moviendo la cabeza y luego les indicó qué libro podrían leer para colaborar con él.
Antes de que acabara la jornada todo el colegio conocía la noticia.
Desde aquel día todos deseaban bajar a la biblioteca para, a través de la lectura, encontrar el mensaje que le ayudaría a volver a su casa. No obstante el ratón había encontrado allí su nueva casa. Ya no era un ratón perdido e indefenso. No estaba solo. Le faltaba una cosa a la que no se veía con fuerzas de renunciar.
Una tarde mientras Margarita leía poesía, Bigotis encontró la pista que buscaba. Conmovido por la lectura, aspiró muy hondo, tanto que llegó al lugar donde guardaba todos los olores de su infancia. Y allí en aquel lugar secreto, dentro de sí, encontró lo que buscaba: el olor a mamá. Estaba guardado en un sitio donde solo él lo podía oler.
-Mamá-murmuró Bigotis, con una dulce sonrisa en sus labios.
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Editorial: Algar
Colección: Calcetín +8
ISBN: 9788498455144
Actividades:
- ¿Por qué se le encogió a Bigotis el corazón al ver el anuncio de la trampilla caza- ratones?
- ¿Qué consiguió Margarita con el ratón en la biblioteca?
- Escribe un cuento de un animal que se ha perdido y busca a sus padres. Envíalo, acompañado de un dibujo original, al Concurso Literario Grupo Leo 2013: