El sol dominical sólo fue una tregua, el lunes volvió el temporal con más virulencia, y esa semana los barcos no pudieron salir a faenar.
Los vecinos tuvieron que cerrar y asegurar las contraventanas de las casas, para que no golpearan y rompieran los cristales, y por primera vez desde que empezara el invierno , hubo que encender la chimenea y añadir más mantas a las camas. El aire, proveniente del Norte, era gélido.
Como la “sargento” no dejó salir de casa al señor Mauricio, no hubo cartas ni dominó, y Andrés y Joaquín se enfrascaron en la lectura de la Isla del tesoro. Joaquín, además, comenzó a redactar en una libreta tamaño cuartilla las historias de los dos vidrios de su colección, tratando de recordarlas palabra por palabra, tal y como las había narrado el abuelo.
- Las voy a ir apuntando todas aquí, así no se me olvidarán nunca.
El viernes, la borrasca remitió y el cielo amaneció despejado y limpio. Los niños estaban eufóricos en el colegio, mirando al sol por la ventana. Al día siguiente podrían volver a la Cala del Viento a por más tesoros, y verían de nuevo a Teresa.
Y así, el sábado, temprano, Joaquín se presentó en la casa azul de buena mañana, con el pelo mejor peinado de lo que lo había llevado en su vida.
- ¡Válgame Dios! -exclamó el abuelo al abrir la puerta-. Andrés, date prisa, hay un caballero esperándote.
Andrés salió del baño, donde llevaba un buen rato, también con la raya del pelo bien marcada, un ligero tufo a colonia del abuelo.
- Sois los dos exploradores más apuestos que he visto en mi vida. Creo que preferís que hoy Mauricio y yo no os acompañemos, ¿no?
- No, abuelo, no te preocupes, es un trecho muy largo para vosotros. ¡Hasta luego ¡
Corrieron por el sendero que conducía a la cala, pero pasaron de largo el desvío que bajaba hasta ella y fueron más allá, hasta llegar a la casa de Teresa.
- Llama tú
- No, llama tú
- No, llama tú, discutieron, recobrando el aliento frente a la puerta del jardín.
Teresa los recibió con una sonrisa radiante y los invitó a entrar. Era una casa impresionante, de techos altos y ventanas con vidrieras. Los niños la miraban embobados, comparándola mentalmente con las propias y pensando que cabían enteras en el recibidor de ésta.
- ¿Habéis almorzado ya? -preguntó Teresa-. Mi madre y yo hemos hecho galletas.
La siguieron hasta la cocina, inmensa, y los presentó a su madre. Era una mujer joven y muy guapa, con el pelo rubio y recogido en un moño, que les saludó afectuosa.
- ¡Así que vosotros sois los coleccionista s de vidrio…! -sonrió.
A Andrés, que no recordaba a su madre, le pareció un ángel, y asintió alelado. Joaquín la comparó con la suya, diez veces más corpulenta, y se preguntó cómo era posible que ambas pertenecieran a la misma especie animal.
Se llamaba Ángela, no era posible otro nombre, y mientras Teresa iba a calzarse las botas de agua para bajar a la playa, les sirvió leche caliente y galletas, mientras se interesaba por cosas por las que suelen interesarse las madres, tales como dónde vivían, si tenían hermanos o en qué curso estaban
Después de agradecer el almuerzo, con toda la educación que fueron capaces, y de prometer que tendrían cuidado, bajaron los tres trotando a la playa en busca de vidrio. Rebuscaron entre las piedras mientras se contaban lo que habían hecho durante la semana.
Teresa parecía desplazarse sin apenas tocar el suelo, les daba la impresión de que flotaba, como un hada, y más de una vez tuvieron que recordarse que debían mirar hacia el suelo, mirándola a ella no encontrarían vidrio de mar.
- Mi profesora de pintura quiere que pinte la bahía dijo Teresa. Soy buena pintando, ¿sabéis? De mayor seré pintora. Esta tarde, después de comer, tal vez empiece el cuadro… Pondré el caballete allí arriba dijo señalando lo alto del promontorio. Sí, creo que será un buen sitio.
¿Podremos ver cómo lo haces?
- Prefiero que no estéis, no me concentraré. Os lo enseñaré al terminar. Y puedo enseñaros muchos otros que ya tengo hechos… ¿Qué seréis vosotros de mayores?
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Tomado de:
Los coleccionistas de vidrio
Autor: Aurora Rua