La nostalgia es el deseo de que
las cosas vuelvan a ser como siempre fueron. Y todas las noches, el dragón
deseaba que las páginas de aquel cuento volvieran a llenarse de personajes, de
letras, de dibujos hermosos, y contaran juntos una historia. Como antes. Pero
sabía que eso era imposible. Porque el tiempo…¡nunca vuelve atrás! Y entonces,
esa nostalgia se le enredaba en su enorme corazón de dragón, como una hiedra
venenosa, ahogándolo de pena.
Y el dragón, resoplando soledad
en la entrada de su cueva, recordaba…Recordaba su propia historia de dragón
terrible.
Era la suya una historia típica
de dragones: con su Caballero Valiente, con los campesinos miedosos y brutos,
con un niño amante de los dragones… ¡y hasta con un hada! Era… ¡era su
historia!
Y por eso a él le parecía
hermosa, aunque fuera una historia corriente de dragones.
…Él era un dragón joven entonces,
recordó…Un dragón algo travieso, pero no malo. Intentaba hacer las cosas bien,
pero a veces le salían mal… ¡aunque siempre sin querer! Le gustaba la gente,
pero se sentía muy solo allá en las altas montañas, donde estaba su cueva. Y
por eso volaba cada día sobre el pueblo para ver qué hacían los campesinos. Él
quería tener amigos para poder salir a jugar con ellos por el bosque.
¡Pero los campesinos le temían!
Su cuerpo de dragón terrible les aterraba.
“Tengo que hacer algo bueno por
la gente del pueblo –pensó el dragón-, algo que les demuestre que quiero ser su
amigo”.
Así comenzaba el cuento, recordó.
Y después de que pensara esto, el
dragón se pasaba a la página siguiente. Y la historia continuaba…
…Un día el dragón vio a los
pastores de ovejas cuidando de sus rebaños en la montaña. Hacía tanto frío que
el aliento se les volvía de humo al salir de su boca. Tiritaban. El dragón se
compadeció de ellos y pensó: “Haré un buen fuego para que se calienten”.
Y pasó en vuelo rasante sobre los
pastores. De su boca salió una poderosa llamarada y se encendió la hoguera.
El dragón pensó: “Ya tienen donde calentarse”.
Pero los pastores dijeron:
- ¡El dragón nos ataca con
bocanadas de fuego! ¡Sálvese quien pueda!
Y echaron a corre colina abajo,
olvidando las ovejas del monte.
“¿Por qué habrán salido
corriendo?”, se dijo el dragón.
En ese momento, al dragón le
entraron unas ganas enormes de estornudar. ¡Y estornudo!
Y al estornudar, se desprendió de
su garganta todo el hollín acumulado por echar tantos fuegos. ¡Una gran nube de
polvo negro envolvió a las ovejas más cercanas.! Cuando la nube desapareció,
las ovejas blancas… ¡habían dejado de serlo!
El dragón, al ver aquello, no le
dio importancia.
-¡Vaya, los pastores se alegrarán
de tener medio rebaño blanco y otro medio negro! En la variedad está el gusto.
Y tranquilamente regresó a su
cueva.
Cuando los pastores regresaron
por el rebaño (varias páginas después) dijeron:
-¡El dragón ha chamuscado
nuestras ovejas!
Ese incidente le dio mala fama.
Y a partir de ese día le echaban
la culpa de todo cuanto sucedía, aunque el dragón nada tuviera que ver en ello.
Si un rayo caía sobre las cosechas
y se incendiaba el maíz, los del pueblo decían:
-¡Ha sido el dragón!
Si soplaba un viento salvaje por la noche y el granero se
derrumbaba, los del pueblo aseguraban:
-¡Esta noche sopló fuerte el dragón!
Si los niños enfermaban de sarampión, la gente murmuraba con
rencor:
-¡Mala suerte trae ese dragón!
Como veis, una historia muy corriente de dragones.