lunes, 7 de diciembre de 2009

Lectura de "Un misterio en Cardigraf" de Esther Cabañero Martínez

Lectura de las obras premiadas en el XIV Concurso Literario Provincial Grupo Leo - Editorial AguaClara 2009.
Obra: Un misterio en Cardigraf
Autor: Esther Cabañero Martínez
Curso: Tercero ESO. IES Valle de Elda
© El Autor. Todos los derechos reservados
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Benito se pasaba las horas muertas mirando al mar. Verano tras verano, se trasladaba a la casa de la playa de sus abuelos. Aunque era muy pequeño, tan sólo contaba con diez años, siempre había sido un niño muy espabilado e inquieto. Cada verano que pasaba en Cardigraf resultaba más interesante que el anterior, ya que su abuelo, el viejo Leopoldo, solía contarle historias sobre el mar y los misterios que ésta guardaba.
Benito había hecho muchos amigos en el pueblo, pero eran sólo dos los que se pasaban el día jugando con él en la playa hasta bien entrado el atardecer. Se trataba de Carla y Sebastián, dos hermanos que tenían también un espíritu aventurero, por lo que junto a Benito formaban un trío de lo más peculiar.
Ese verano sería distinto de los anteriores, ya que su hermano Julio también iba a pasar el verano con ellos. Benito, en años anteriores, siempre le escribía cartas contándole los veranos tan maravillosos que pasaba y se lamentaba de la ausencia de Julio en el pueblo. Esto se debía a que sus padres consideraban que no era lo suficientemente mayor para andar solo por el pueblo sin la atención necesaria de sus abuelos.
Por fin llegó el día en el que Benito y Julio llegaron al pueblo, en compañía de sus padres. Salieron a recibirlos el viejo Leopoldo y la abuela Clotilde, los cuales se mostraron contentos ante la llegada de sus nietos. Mientras la madre de Benito acompañaba a la abuela Clotilde dentro de la casa, el viejo Leopoldo le enseñó a Julio la cala de la playa. El abuelo empezó a contarle una de sus historias y llamó a Benito para que la escuchara.
La historia trataba de un importante mercader que iba a bordo de su barco con una gran tripulación, recorriendo los mares en busca de víveres de otros lugares para comprarlos y venderlos en su país. Llegaron a la playa de Cardigraf y el mercader se quedó asombrado con las gentes de su pueblo y su cultura. Pronto se propuso adoptar las mismas creencias y tradiciones de los habitantes del pueblo. Éstos se sintieron halagados por el reconocimiento que el mercader mostraba hacia ellos, por lo que decidieron darle una insignia de oro, nombrándole embajador en Cardigraf.
Un día paseando por la playa, Fernando, que así se llamaba el mercader, descubrió una cueva y, como era tan intrépido, se adentró en ella. La cueva estaba bastante oscura y decidió alumbrarse con el mechero que le había dado su abuelo antes de morir. Fernando estuvo horas andando por la cueva y ya sentía que no se acababa nunca, cuando de pronto encontró una puerta. Tras dudar un poco, decidió abrirla. Detrás de ella una hechicera sentada en un sillón rojo leía un libro bastante grueso. La hechicera, al ver al mercader, puso una mueca de agrado, pero maliciosa a la vez, y cerró el libro. Le pidió que se sentase y le advirtió sobre su futuro: los habitantes planeaban atacarle, porque no se sentían a gusto con él como embajador. Cuando Fernando escuchó esto no se lo creyó.
Tiempo después, el mercader tuvo la sensación de que conspiraban contra él y se acordó de lo que la hechicera le había dicho. Esa misma noche fue a consultar a la hechicera sobre su predicción, pero no se percató de que unos trabajadores del pueblo lo seguían. Los hombres entraron a la cueva y apresaron a la hechicera, quemándola viva en la hoguera acusada de brujería. Dejaron encerrado al mercader en la cueva y los habitantes tiraron sus pertenencias al mar, despojándolo del cargo de embajador. Nunca más se supo del mercader.
Julio quedó encantado con la historia del abuelo, pero Benito sintió algo que no había sentido nunca al oír una historia de su abuelo: el miedo. Esa noche no pudo dormir pensando en aquella historia. A las doce de la noche oyó un ruido fuera de la casa y sintió la necesidad de saber qué era. Bajó las escaleras sigilosamente, pasó por el comedor hasta la cocina y se asomó por la puerta trasera. Benito no se creía lo que estaba oyendo. Podía distinguir en la arena un objeto brillante que llamó su atención. Decidió acercarse para matar la curiosidad. Bajo la arena yacía la insignia de oro que su abuelo había descrito en la historia del mercader. ¡No podía ser cierto! Benito cogió la insignia y subió corriendo a su habitación, donde se durmió rápidamente.
A la mañana siguiente les enseñó la insignia a Carla, a Sebastián y a Julio. Carla propuso ir a investigar la cueva. Cuando llegaron, se encontraron con una enorme piedra en la entrada, por lo que no pudieron entrar. Entre los arbustos Sebastián divisó una especie de papel arrugado. Era un manuscrito antiguo, en el que había un mensaje escrito con lo que parecía ser sangre. Se lo entregó rápidamente a Benito, quien lo leyó en voz alta. El mensaje decía así: "Mi tesoro está en peligro. Necesito ayuda".
Los niños se quedaron atónitos ante el mensaje que acababan de leer. El mensaje quería decir que el mercader poseía un tesoro, pero, ¿existía realmente el mercader y su preciado tesoro?
La noche se les hizo demasiado larga a Benito y Julio. No dejaron de pensar en el lugar donde pudiera estar el tesoro del mercader, suponiendo que éste existiera. Tal vez era una broma pesada de alguien que conocía la historia y que pretendía burlarse de la inocencia de unos niños. pero, aun así, se sentían felices y emocionados ante la aventura que estaban viviendo ese caluroso verano.
Cuando amaneció, el viejo Leopoldo, aprovechando que el verano llegaba a su fin, les aconsejó a los niños que dejaran de buscar el supuesto tesoro, pues éste no existía. Los niños se extrañaron ante lo que estaban escuchando de boca de su abuelo, ya que había sido éste el que les había animado a tener aquel espíritu aventurero que les caracterizaba. Benito sacó la insignia de oro de su bolsillo y se la mostró a su abuelo, que no pudo contener una carcajada, al ver que era la antigua medalla del ejército que años atrás había perdido.
El verano terminó y Benito y Julio se despidieron de Carla y Sebastián, prometiendo que volverían el verano siguiente en busca de más aventuras.

© Esther Cabañero Martínez

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