miércoles, 14 de diciembre de 2022

El libro del mes de diciembre: "El color de la oscuridad"

 

Reseña:

Tras sufrir un terrible accidente de tráfico, Álex se queda ciego. Para él y para su familia empieza entonces una nueva vida en la que nada, ni la tarea más simple, resulta fácil. Poco a poco, Álex irá aprendiendo a desenvolverse, pero un día se enamora, y eso, curiosamente, va a complicar mucho las cosas. Edad recomendada: mayores de 14 años.

El autor:

Francisco Díaz Valladares (Aljarafe, Sevilla, 1950).

Ha dedicado gran parte de su vida a viajar por el mundo. Es gran observador de distintas culturas ha sabido sacar partido de cada una de sus experiencias vitales convirtiéndolas en las semillas de las que han germinado sus historias literarias.

Entre su producción destaca una amplia colección de novelas, predominantemente de aventuras situadas en exóticos parajes como El secreto de Pulau Karang. Sin embargo, su necesidad de no ser un mero espectador y de interactuar con su realidad más cercana le ha llevado a crear novelas con un tono más realista como La barca del pan, novela que describe de forma concienzuda la influencia y consecuencias del narcotráfico en el estrecho de Gibraltar. También ha tratado temas tan actuales como las nuevas tecnologías y su repercusión en el mundo actual, prueba de ello es su libro El último hacker.

Precisamente, su última novela publicada, El color de la oscuridad (2022), no va a dejar indiferentes a los jóvenes que leen con asiduidad sus novelas.

EL COLOR DE LA OSCURIDAD

A mi perra Nanuk. Nadie me obsequió nunca

con tanto amor, ternura y fidelidad

 como me dio ella el tiempo que convivimos.

Su postrera ceguera inspiró esta novela.

F.D.V.




I

“¡Me ahogo!”.

       Un frío intenso le atenazaba el cuerpo. Empezó a bracear hacia la superficie con desesperación. La vislumbraba a pocos metros sobre su cabeza. Los pulmones amenazaban con estallarle. No podía más, no le quedaba aire. Durante unas décadas de segundo observó el abismo bajo sus pies: oscuridad. Dentro del pecho una oleada de calor hiriente lo invitaron a seguir respirando, pero no podía, si abría la boca moriría. Tenía que subir. Subir, subir, subir… Agitó los brazos. No llegaba.

“¡Me muero!”.

“¡¡¡Nooo!!!”.

Su propio grito interior le produjo una terrible punzada en la cabeza y lo devolvió a la realidad.

Trató de introducir aire en los pulmones dando grandes bocanadas.

Desesperación.

Jadeos.

Pero…, pero… ¿Por qué estaba todo tan oscuro? ¿Dónde se encontraba? Palpó el entorno. Aquello no era la superficie del mar. ¿Una cama?

Las piernas. También le dolían las piernas.

“¡¡¡Dios mío!!!”.

Sus manos se desplazaron veloces hacia ellas.

La derecha estaba escayolada.

-¡Ahhh!

La penetrante punzada volvió a atravesarle las sientes de lado a lado. Quería abrir los ojos, pero no podía. ¿Por qué no…? Algo le impedía mover los párpados… ¿Una venda? La tocó con cuidado. ¡Una gasa le aprisionaba el cráneo!

Intentó poner en orden sus pensamientos y cayó de nuevo en las difusas, oscuras y aterradoras profundidades. Ni siquiera tenía claro quién era y le horrorizaba la idea de encontrarse tumbado en aquel lugar desconocido.

Prestó atención. Un bip cadencioso en la parte de arriba, como si estuviera colgado de la pared, y a la derecha gorgoteos…

“¡¿Un hospital?!”.

Algo metálico cayó al suelo y rebotó con estrépito. ¿Lejos, cerca? Se sobresaltó. Oyó pasos apresurados y palabras ininteligibles. Risas. De pronto, alguien ordenó silencio y las charlas se amortiguaron hasta convertirse en un murmullo de iglesia.

-       ¿Hay alguien ahí? -susurró a pesar de tener la certeza de estar solo-. ¿Mamá?

El ruido apagado del tráfico y el aullido de una ambulancia acercándose al hospital fueron la respuesta a esa pregunta matizada por el miedo.

El ulular de la sirena creció hasta que el vehículo se detuvo y el pitido se disipó emitiendo un sonido agónico. Esperó unos segundos y continuó examinando su cuerpo. El brazo izquierdo vendado hasta el codo, una aguja hipodérmica en el derecho y un par de tubitos de plástico metidos por la nariz.

Le costaba respirar.

-¡Por favor, que alguien me ayude! – gritó con desesperación.

La cadencia de los bips aumentó.

Oyó pasos acelerados. Una puerta se abrió. Alguien se acercó y manipuló algo.

Trato de incorporarse, pero una mano en el hombro se lo impidió.

-       Por favor, Álex, relájate. Gracias a Dios, has vuelto en ti.

-       ¿Quién es usted? Quiero levantarme. ¿Dónde estoy?

-       Soy tu enfermera, me llamo Cati. Tranquilízate. Estás en el Hospital de la Reina, en Ponferrada.

-       Pero…

-       Has estado en coma durante catorce días.

-       ¿Catorce días?

-       Ya ha pasado lo peor.

-       ¿Ha pasado lo peor? ¿Qué ha pasado?

Su mundo auditivo volvió a sumergirse en un oscuro y profundo abismo (…).




III

Aunque de manera débil, por fin consiguió pronunciar la palabra:

-       ¡Mamá!

-       Aquí estoy, Álex -le acarició la mano y tragó saliva en un intento de ocultar la ansiedad-. También está papá.

-       Hola, hijo -lo saludó el hombre, en un esfuerzo por aparentar normalidad.

-       ¿Qué ha pasado?

Cada palabra iba acompañada de un suplicio en forma de pinchazo en la cabeza.

-       Habéis tenido un…, un accidente -a pesar de sus intentos de parecer sereno, la voz del padre se quebró a mitad de la frase.

-       ¿Y Julio? ¿Y las chicas?

Silencio.

-       ¿Qué…, qué pasa? ¿Qué ha pasado? ¡Quiero saber qué ha pasado!

 

Trató de levantarse, pero la leve presión de una mano en su hombro se lo impidió.

-       Debes calmarte -el tono preocupado de su padre lo puso aún más tenso-. Tuvisteis un accidente con el coche -soltó, y calló durante unos segundos para amortiguar el peso de la información-. Tú eres el único superviviente.

Fuerte pinchazo en las sienes, pellizco en el estómago, calambres en las piernas.

De su oscuro mundo empezaron a emerger imágenes de Julio, sonriente, con su desparpajo habitual.

No podía ser.

Julio no podía estar muerto. Aquello…, aquello tenía que ser un sueño. No, no…

Intentó llorar, pero sus ojos parecían secos. Presintió horrorizado que bajo la venda no había nada. ¿Se había quedado ciego? Las manos corrieron presas del pánico a arrancársela.

Extraído de: El color de la oscuridad

Autor: Francisco Díaz Valladares

Editorial: BRUÑO

Colección: Paralelo Cero

1. Para la reflexión. ¿Cómo crees que Álex encarará su nueva vida? ¿Cómo te enfrentarías tú a una situación semejante?

2. Busca información en internet sobre el alfabeto Braille y escribe tu nombre y el título de un libro que hayas disfrutado con su lectura.

3. Escribe un cuento o poema con un dibujo y envíalo por email a: grupoleoalicante@gmail.com

No olvides poner tu nombre y apellidos, curso y colegio. Podría ser publicado en nuestro BLOG.

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