Lectura de obras finalistas, no premiadas, en el XIV Concurso Literario Provincial Grupo Leo - Editorial Agua Clara 2009.
Cuento: "Rosas en la tormenta"
Autor: Javier Melgarejo
Curso: 3º ESO del IES Valle de Elda
© El Autor. Todos los derechos reservados
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Resonaban marchas fúnebres en el cementerio local. El cura de la iglesia de San Pablo estaba hablando con los familiares y amigos. Al fondo de todos ellos, una mujer joven, vestida de negro y con un ramo de flores blancas, a la que no se le veía la cara, lloraba y suspiraba por el difunto.
Hubo una vez una mujer, hija de un grandioso hombre, muy emparentado con el rey, al que, con tan solo decir su nombre, tiemblo y un escalofrío me recorre el cuerpo. La hija tenía veintitrés años y su padre había decidido que había de casarse.
La joven Elizabeth prefería casarse por amor y... ya estaba enamorada. Su padre le traía pretendientes de un alto rango social y todos quedaban asombrados ante la belleza de la joven. Pero, ella los rechazaba.
La bella Elizabeth mantenía un romance en secreto con Peter, un joven hijo de herrero al que amaba más que a sí misma.
Sir Jorge, que así se llamaba el padre, concertó la boda con el príncipe de Suiza, al que Elizabeth ni siquiera conocía. La boda fue por todo lo alto y Peter la observaba desde la copa de un árbol, sobre una colina cercana.
Estuvieron meses sin verse y la distancia avivó aún más la llama de su amor. Elizabeth concertó una cita a espaldas de su marido y su padre, con Peter.
Aquella noche fue genial: cenaron, charlaron, se amaron y volvieron a quedar. Esto se repitió varias veces hasta que el príncipe Stilton, marido de Elizabeth, el cual se había enamorado perdidamente de ella en este tiempo, se enteró gracias a uno de sus fieles amigos.
Eran las tres de la madrugada; Elizabeth salió de sus casa, pero no se percató de que alguien la seguía. Al llegar junto a Peter, lo abrazó, lo besó y se fueron paseando por la avenida. En uno de los cruces, un silueta les salió al paso. Se dejó ver, era Sir Stilton, su marido. Desenfundó una pistola y disparó contra Peter en reiteradas ocasiones. Elizabeth, impotente, sólo pudo ver cómo el amor de sus vida se esfumaba a la velocidad de una bala.
El príncipe, al tener grandes influencias, fue absuelto del asesinato.
Elizabeth, de camino, compró unas rosas blancas ya que le parecieron las únicas que en realidad mostraban sus sentimientos y se fue. El príncipe la observó y la siguió hasta el cementerio y allí oyó sonar marchas fúnebres, vio al cura hablando con los familiares y amigos y, al fondo, a Elizabeth, vestida de negro y con flores blancas...
© Javier Melgarejo
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