miércoles, 11 de septiembre de 2019

Los libros del mes de septiembre: "Cosa de niños"

Reseña:
Cosa de niños es un libro extraordinario para leer en voz alta, para compartir. Y cada vez que lo leemos descubrimos algo nuevo. Con un estilo muy particular, Bischel crea un espejo en el que el lector se mira e interpreta las historias según su propia experiencia. El autor nos invita a mirar con la curiosidad de los niños, a reflexionar sobre el mundo que nos rodea y cuestionarlo todo: las convenciones del lenguaje, el conocimiento, el poder, el progreso… Las siete historias tienen protagonistas distintos que, sin embargo, son un mismo personaje: un hombre solo, incomprendido, quizás algo chiflado… Esto es algo que Federico Delicado ha sabido recoger en las ilustraciones que acompañan el texto, llenas de referencias y guiños al lector. Debajo del disparate encontramos un retrato de la naturaleza humana con un poso de amargura que no deja indiferente. Un libro excelente para jóvenes y adultos sin miedo a reirse de todo, incluso de sí mismos.
El autor:
Peter Bichsel nació en Lucerna (Suiza) en 1935. Se formó como maestro y trabajó en la escuela primaria hasta 1968. Después se dedicó a la escritura. Peter Bichsel está muy próximo al vanguardista Grupo 47, un círculo de escritores que le otorgó en 1965 su premio anual de Literatura. También es colaborador del Coloquio literario Berlín 65. Bichsel fue premiado con el premio Lessing de la ciudad de Hamburgo en 1965 y ese mismo año, el Grupo 47 también le otorgó su premio anual. La obra de Bichsel ha recibido múltiples distinciones, entre otras, el Grand Prix Schiller y el premio GottfriedKeller. En el campo de la Literatura infantil y juvenil, le otorgaron en 1970 el premio más importante de Literatura infantil y juvenil escrito en lengua alemana, el Deutscher Jugendbuchpreis (Premio al Mejor Libro Juvenil en Alemán) por su obra Kindergeschichten (Cosa de niños). Desde 1985, Peter Bichsel es miembro de la Academia de las Artes de Berlín y de la Academia Alemania del Idioma y la Poesía de Darmstadt.
El ilustrador:
Federico Delicado nació en Badajoz en 1956. Estudió Dibujo y Pintura en la Escuela de Artes y Oficios y se licenció en Bellas Artes en la universidad Complutense de Madrid. Ha sido colaborador del diario El País, aunque se ha especializado en ilustrar libros infantiles y juveniles para diversas editoriales. Ganó el Premio Emilia Pardo Bazán para literatura no sexista en 2002 y el segundo premio del Certamen Internacional de Álbum Infantil Ilustrado Ciudad de Alicante en 2005, con El petirrojo (Anaya). En 2014 obtuvo el Premio Internacional Compostela para álbumes ilustrados por Ícaro (Kalandraka).

UNA MESA ES UNA MESA

Quiero contar la historia  de un viejo, de un hombre que ya no habla y tiene el rostro cansado, demasiado cansado para sonreír y demasiado cansado para avinagrarlo. Vive en una pequeña ciudad, al final de la calle o cerca del cruce. Casi no vale la pena describirlo, nada apenas lo diferencia de los otros. Lleva un sombrero gris, pantalones grises, chaqueta gris y, en invierno, un abrigo largo y gris. Tiene el cuello delgado con la piel seca y arrugada: los cuellos blancos de las camisas le van demasiados anchos.
En el último piso de la casa tiene el viejo su cuarto. Quizás estuvo casado y tuviera hijos, quizás viviera antes en otra ciudad. Fue sin duda alguna niño, pero eso ocurrió en una época en que los niños iban bien vestidos como los mayores. Así se los ve en el álbum de fotografías de la abuela. En su cuarto hay dos sillas, una mesa, una alfombra, una cama y un armario. Encima de una mesita hay un despertador, junto a él, periódicos viejos y el álbum de fotografías; cuelgan de la pared un espejo y un cuadro.
El viejo daba por la mañana un paseo y por las tardes otro, cambiaba unas palabras con su vecino y por la noche se sentaba a la mesa. Siempre lo mismo, y los domingos también. Cuando el viejo se sentaba a la mesa oía el tictac del despertador.
Hasta que llegó un día distinto, un día de sol, ni demasiado caluroso ni demasiado frío, con gorjeos de pájaros, gente amable y niños que jugaban, y lo bueno del caso fue que al viejo, de repente, le gustó aquello.
Sonrió.
“Todo va a cambiar”, pensó.
Se desabrochó el botón del cuello de la camisa, tomó el sombrero en la mano, apresuró el paso, flexionando incluso las rodillas al andar, y se alegró. Llegó a su calle, saludó a los niños, entró en casa, subió las escaleras, se sacó la llave del bolsillo y abrió la puerta de su cuarto.
Pero en el cuarto todo seguía igual: una mesa, dos sillas, una cama. Y tan pronto como se sentó volvió a oír el dichoso tictac y se le fue toda la alegría porque no había cambiado nada.
Y el viejo montó en cólera.
Vio en el espejo cómo se le enrojecía la cara, frunció el ceño, apretó convulsivamente las manos, levantó los puños y golpeó con ellos el tablero de la mesa, primero un golpe, después otro, hasta aporrear luego la mesa gritando una y otra vez:
— ¡Tiene que cambiar, todo tiene que cambiar!
Y dejó de oír el despertador. Luego empezaron a dolerle las manos, le falló la voz, volvió a oír el despertador y nada había cambiado.
—Siempre la misma mesa— dijo el viejo—, las mismas sillas, la cama. El cuadro. Y a la mesa la llamo mesa, al cuadro, cuadro, la cama se llama cama, y la silla, silla. ¿ Por qué?. Los franceses llaman a la cama li a la mesa tabl, al cuadro tabló y a la silla ches, y se entienden. Y los chinos también se entienden.
“Por qué no se llama la cama cuadro”, pensó el viejo, y se sonrió. Luego empezó a reír y a reír, hasta que los vecinos se pusieron a dar golpes a la pared y a gritar: “¡Silencio!”.
Ahora van a cambiar las cosas— exclamó el viejo y empezó a llamar a la cama cuadro.
—Tengo sueño , me voy al cuadro— dijo. Y por las mañanas se quedaba a veces echado largo tiempo en el cuadro, pensando en cómo llamar a la silla, y la llamó despertador.
Se levantó, se vistió, se sentó en el despertador y apoyó los brazos en la mesa. Pero la mesa ya no se llamaba mesa, ahora se llamaba alfombra. Así pues, por la mañana el viejo abandonó el cuadro, se vistió, se sentó en el despertador frente a la alfombra y empezó a pensar en los nuevos nombres de las cosas.
A la cama la  llamó cuadro.
A la mesa la llamó alfombra.
A la silla la llamó despertador.
Al periódico lo llamó cama.
Al espejo lo llamó silla.
Al despertador lo llamó álbum de fotografías.
Al armario lo llamó periódico.
A la alfombra la llamó armario.
Al cuadro lo llamó mesa.
Y al álbum de fotografías lo llamó espejo.

Tomado de: Cosa de niños
Autor: PeterBichsel
Ilustraciones de: Federico Delicado
Publicado por: cuatro azules

ACTIVIDADES
1.-Intenta contar la vida que hacía el viejo utilizando las palabras  que ha cambiado el viejo.
2.-¿A qué cosas de tu colegio le cambiarías el nombre? Haz una lista de esas nuevas palabras.
3.-Escribe una historia que lleve por título “El inventor de palabras” y envíalo por correo postal acompañado de un dibujo con vuestro nombre, apellidos, curso, colegio, y número de teléfono a:

GRUPO LEO
apartado 4042
03080 ALICANTE



1 comentario:

DIEGO dijo...

Una historia cargada de realismo. Se la leeré a la en alto a los mayores del Centro de día de de Casalarreina.

Grupo Leo