Diseño de la cubierta: Santiago Gallego
Cuentos del murciélago goloso
© Autores LIJeros
Índice de cuentos y autores:
- "La indigestión de los buzones" de Raquel Míguez
- "La capa del príncipe Rastopoff" de Mercedes Tormo
- "La Plaza del Ladrillo" de María Sierra Varo
- "Blas, el <<jenio>
> del lumigás" de Isabel Redondo - "El misterio de los cocodrilos invisibles" de Santiago Gallego
- "Frida" de Esperanza Fabregat
- "La ovación" de Clara Redondo
- "La pastora de caracoles" de Ángela Ruano
...........................................................................
La Plaza del Ladrillo
por María Sierra Varo
Autora de las ilustraciones: María Sierra Varo
La Plaza del Ladrillo era una plaza antigua y pequeña. Tenía un jardín, una fuente y una única farola a la que todos llamaban Manola. No se sabe quién le puso ese nombre, pues era tan vieja que tenía más años que todas las abuelas del barrio juntas. Los niños jugaban allí y los abuelos tomaban el sol.
En las noches de verano, la gente se sentaba junto a la fuente para tomar el fresco. Y Manola alumbraba lo mejor que sabía, siempre llena de polillas y de mosquitos que acudían a ella como si estuvieran hipnotizados.
Cuentan que Manola fue la primera farola que pusieron en el barrio. Primero era de gas, y más tarde la adaptaron para que funcionase con electricidad. Estaba muy estropeada, algo oxidada debido a la lluvia y a las meadas del perro de don Agustín. Pero a ella no le importaba, ya habían
pasado a lo largo de su vida muchos perros como el de don Agustín.
Las casas de la plaza eran bajas, con patios soleados, llenos de flores. Los vecinos estaban muy orgullosos de ellos. Pero ocurrió que empezaron a construir alrededor un montón de edificios nuevos, gigantes de quince o más plantas. Pronto quedaron rodeados de grandes moles de ladrillo, en los que sus habitantes ni siquiera se conocían. La plaza se quedó sin sol. Pasó a estar
desierta la mayor parte del tiempo.
Ahora, los niños preferían ir a jugar al parque que habían construido en los bloques nuevos. Los abuelos pasaban casi todo el día en un centro de la tercera edad que había hecho el ayuntamiento. Manola se puso tan triste que un día decidió marcharse. Cuando todos dormían, incluso los pajarillos de la plaza, Manola se fue a otra calle.
Pero tampoco allí se sintió feliz. Las otras farolas, más modernas y esbeltas, se reían de ella. Así fue dando tumbos, de un lugar a otro, sin encontrar nunca un sitio donde establecerse. Los vecinos de la plaza iban todos los días a buscarla y trataban de convencerla para que volviera de nuevo a su antiguo lugar.
Una noche de tormenta y mucho, mucho viento, Manola fue a estrellarse contra un contenedor de basura. Se le rompió la bombilla.
Desanimada del todo, abandonó las calles. Acabó por saltar la valla de un solar lleno de chatarras, donde se acomodó en un rincón. Allí, sin luz y pesarosa, se mantuvo escondida mucho tiempo.
Mientras, a la Plaza del Ladrillo la habían declarado monumento artístico por ser una plaza antigua, bonita y tranquila. Durante el día, paseaba por ella mucha gente, pero por la noche se quedaba totalmente a oscuras. El ayuntamiento quiso poner nuevas farolas, pero los vecinos se negaban:
Querían que la plaza estuviera iluminada por Manola, como había sido siempre. Pero por más que la buscaron, la farola no aparecía por ninguna parte.
El barrio no paraba de crecer. Todos los terrenos vacíos se usaban para construir más y más bloques. Le llegó el turno al lugar donde Manola se escondía. Una mañana, muy temprano, se oyó el estruendo de una excavadora que irrumpía en el solar para sacar toda la chatarra acumulada. Esa misma chatarra se cargaba luego en un camión y se llevaba lejos para reciclar.
Don Agustín, que era muy madrugador, paseaba con su perro cuando vio cómo Manola era arrastrada hacia el camión. Corrió a avisar a los vecinos, y entre unos cuantos la rescataron y se la llevaron de nuevo a la plaza. Una vez allí, le quitaron las abolladuras, la pintaron y le pusieron cristales nuevos, además de una bombilla de bajo consumo que daba una luz muy brillante.
Y todo volvió a ser como antes. También por las noches, sobre todo en verano, la gente paseaba por la plaza. Montaron también una caseta para actuaciones musicales. Y en una de las casas, abrieron una heladería con los helados más ricos del mundo.
Manola se sentía muy feliz.
© María Sierra Varo
2 comentarios:
Me gusta la fantasía que envuelve tu cuento, María. Las ilustraciones son estupendas.
Precioso cuento, me encanta la farola Manola, todo un símbolo de una vida que deberían conocer los más pequeñines.
Un besito, Hermi
Publicar un comentario