Reseña:
La vida de Franz Kopf,
tal vez el niño más normal del mundo, cambia de la noche a la mañana el día en
que el oculista decide plantarle un espantoso parche sobre el ojo derecho. De
repente nadie le elige para su equipo de baloncesto ni le busca para jugar en
los recreos. Pero Franz no es el único que se siente solo. Hay otros niños que
se aburren en los rincones del patio. Durante el recreo, se dedica a localizar
el lugar habitual que ocupan los “raritos” del colegio y a dibujarlo en un
mapa. Un día Jackb, el empollón, le indica que no se ha señalado a sí mismo en
el plano y le explica que tiene un plan para reunir a todos los que son
considerados “diferentes”. Para explicárselo, los convoca en un lugar donde sus
diferencias se conviertan en su fuerza: los O.T.R.O.S. (Organización de
Tipos Raros, Originales y Sorprendentes).
Pedro Mañas es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de Madrid, donde obtuvo el primer premio de Narrativa Breve en 2004. Es también entonces cuando comienza su relación con el teatro universitario, para el que realiza, durante varios años, labores de dramaturgia y dirección.
La obra Klaus Nowak,
limpiador de alcantarillas, editada por Anaya, supone su primera incursión
en el ámbito de la literatura para niños. Con ella obtiene en 2007 el primer
premio del XXVI Concurso de Narrativa Infantil Vila d’Ibi.
En 2008, la editorial
Everest le otorgó su «XII Premio de Literatura Infantil Leer es Vivir» gracias
a la novela Los O.T.R.O.S.
(Sociedad Secreta),
que ha sido traducida al chino, portugués, francés, alemán, turco y checo.
Asimismo, resultó finalista en la XVII y XVIII edición del «Premio Edebé de
Literatura Infantil y Juvenil» con La
formidable fábrica del miedo y Un carromato verde botella respectivamente.
También es autor de varios
poemarios infantiles. Entre ellos, Poemas
para leer antes de leer, con el que resultó ganador del «III
Premio de Poesía Infantil El Príncipe Preguntón» (convocado por la Diputación
de Granada y la Editorial Hiperión), y Ciudad
Laberinto, que le valió el «II Premio de Poesía Infantil Ciudad
de Orihuela», convocado por el Ayuntamiento de Orihuela y la editorial
Kalandraka.
Más recientemente, se le ha
otorgado el «III Premio de Literatura Infantil Ciudad de Málaga» con Una terrible palabra de nueve letras.
De estas obras los lectores y la crítica han destacado su humor, originalidad y
su capacidad para hallar y recrear el lado fantástico de la vida cotidiana.
En 2015 recibe el premio El
Barco de Vapor por su obra La
vida secreta de Rebecca Paradise. Su colección más
reciente, Princesas Dragón,
rompe los estereotipos de los libros de princesas con las desternillantes
aventuras de Bamba, Koko y Nuna.
Entrevista a Pedro Mañas
durante la Feria del Libro de Madrid en 2021 https://www.youtube.com/watch?v=14lmFIer3tc
La
ilustradora:
Julia Cejas es una artista murciana afincada en Valencia, España. Se licenció en Bellas Artes en la Universidad Politécnica de Valencia y estudió en De Akademie voor Kunst en Vormgeving St. Joost (AKV St. Joost) en 's-Hertogenbosch, Holanda, con una beca Erasmus.
Habiéndose iniciado en el
mundo del cómic, sus técnicas favoritas son la tinta y la ilustración digital.
Su estilo es muy fluido y directo, buscando siempre manchas y líneas muy
expresivas, y personajes aún más expresivos.
Su trabajo se centra
principalmente en la ilustración juvenil y la ilustración editorial, aunque
cuenta con varios trabajos en otros campos.
Ganó varios certámenes de
cómic como el Premio Nacional en el certamen Valencia Crea 2009; fue becaria
(compartida con Salvador Espín) en Generación, un programa diseñado para
promover jóvenes talentos creativos; Primer premio en Creajoven 2007; Primer
premio y Mención de Honor en el concurso ”Viñetas de un futuro verosímil”,
Vicerrectorado de Cultura, Universidad Politécnica de Valencia (2007); Mención
de Honor en Creajoven 2006; Primer Premio Mejor Dibujo en Murcia Joven 05
(compartido con Salva Espín).
CAPÍTULO 1: EL OJO PEREZOSO.
A pesar
de la oscuridad, el calor en el despacho del doctor Winkel resultaba
asfixiante. Franz sentía desde hacía rato una gran gota de sudor colgando de la
punta de la nariz. A menos de veinte centímetros de la gota, la brillante
papada del doctor palpitaba como la de un sapo gigantesco:
–Lee la
segunda fila de letras, Franz –gruñó el médico.
R
K H Ñ
L
S U G T
R
J B Y H A
M
R M B D Z V
Franz se
concentró en el cartel que tenía delante. El ojo izquierdo le escocía, pero el
derecho lo tenía tapado sin piedad por la mano rolliza y pringosa del doctor.
El propio Franz había visto antes un grasiento paquete de galletas de
mantequilla sobre su escritorio. Seguro que Winkel se hartaba de comerlas entre
paciente y paciente.
–R, K,
H y Ñ –murmuró Franz, rezando porque la cosa se detuviera ahí.
–La
tercera fila –dijo Winkel, apretando un poco más la mano sobre el ojo de Franz.
–¿La
tercera? Eh... L, S..., U, G y... ¿puede ser una F?
Alguien
ahogó una carcajada en la oscuridad de la consulta. Franz reconocería esa risa
áspera entre millones. Era su hermana Janika. Y su risa solo podía significar
una cosa: problemas. Seguro que se había equivocado de letra.
–Las
letras de la cuarta fila –insistió Winkel, sin compasión.
¿Letras?
¿¿Qué letras?? A esa distancia y con el ojo tapado, lo de la cuarta fila
parecían, como mucho, caquitas de mosca. Lo intentó de todos modos.
–R...
¿o P?... J, B, T, M..., sí, M. Y creo que la última es una
N.
Se escuchó una nueva carcajada de Janika, esta vez seguida de un sonoro capón de su madre.
–Quinta
fila –murmuró el médico, escupiendo un poco de saliva que fue a parar a la
nariz de Franz, donde se quedó haciendo compañía a la gota de sudor.
–Yo... yo
creo... creo que... –tartamudeó Franz. Una gran lágrima le inundó el ojo
izquierdo.
–Vamos,
¿qué letras ves?
–Pues
veo... ahora veo...
–¿Qué?
Franz
cerró el ojo, dándose por vencido. Era una batalla perdida.
–Nada
–reconoció–. No puedo ver más.
El doctor
apartó la mano del ojo de Franz, apretó un interruptor y una luz cegadora
iluminó la habitación. El niño entornó los ojos, molesto, y se restregó la cara
para limpiarse los restos de sudor, saliva y lágrimas. En una esquina, sus
padres lo miraban con cara de preocupación. Janika, como es lógico, sonreía.
Winkel se dejó caer en su butaca y una enorme panza asomó bajo la bata blanca.
–¡Ambliopía!
–bramó, como si estuviera insultando a alguien–. Este niño tiene una
ambliopía de manual.
La
familia entera parpadeó, confundida. No entendían ni una palabra de medicina.
–También
lo llamamos «ojo vago», ¿comprenden? –prosiguió el médico–. Es decir, que uno
de los dos ojos descansa tranquilamente mientras el otro se ocupa, por así
decirlo, de todo el trabajo. Como un carro arrastrado por un caballo trabajador
y otro holgazán. Cuanto más tira el primero, menos tendrá que esforzarse el
segundo. Pues bien... el ojo izquierdo de este niño es vago. Vaguísimo. Un
auténtico gandul –rio, y su papada tembló como loca.
A Franz
no le gustó un pelo oír hablar de su ojo como si él no estuviera allí.
–¿Y tiene
solución? –preguntó, angustiado, el padre de Franz.
–Hemos
tenido suerte de descubrirlo pronto. Franz se recuperará con un poco de
paciencia, siempre que sea disciplinado y utilice esto durante un tiempo.
El doctor
metió la mano en uno de los cajones de su escritorio y rebuscó bajo un gran
montón de recetas arrugadas. Franz no podía imaginarse lo que iba a sacar de
allí, y a la cabeza le vinieron un montón de ideas, a cual más extraordinaria.
¿Unas gafas de radiación gamma, un ojo mecánico, un rayo láser? El chico se
quedó decepcionado cuando el doctor encontró al fin lo que andaba buscando. En
la palma de su mano rechoncha no había más que un pedacito de plástico de color
carne, más o menos del tamaño de un cromo corriente.
–¿Qué...
qué es eso? –preguntó con desconfianza.
–Vamos –sonrió el doctor–. No me digas que nunca has querido ser un pirata.
Franz no
comprendía. Su madre tragó saliva, le agarró la mano y la apretó en la suya.
–Es un
parche, cariño. Un parche adhesivo para tapar tu ojo sano. Así el ojo vago no
tendrá más remedio que ponerse a trabajar, ¿no es eso, doctor?
–¡Eso es,
eso es! Pero no te preocupes, hijo. Ni siquiera notarás que lo llevas puesto.
Una hora
más tarde, encerrado frente al espejo del cuarto del baño, a Franz le hubiera
encantado ver al doctor Winkel comerse su maldito parche. Que su enorme paquete
de grasientas galletas se convirtiese en un enorme paquete de grasientos
parches. ¡Decir que aquel pegote no se notaba! Su aspecto tampoco era en
absoluto el de un parche pirata, lo cual habría tenido su gracia. Los de los piratas
son negros y no se pegan a la piel, eso lo sabe todo el mundo. El color de este
parche tenía un parecido increíble con el de la piel de Franz. Por eso, la
primera impresión al ver su cara era que, en realidad, allí nunca había
existido un ojo. Tenía una pinta de veras extraña.
–¡Franz!
–gritó su padre, aporreando la puerta–. ¿Piensas salir del baño alguna vez?
–¡No!
–chilló Franz, furioso.
–¿Se
puede saber qué haces ahí dentro?
–¡Estoy
tratando de encontrar mi ojo!
–¡No seas
crío! El doctor Winkel ha dicho que no tendrás que llevarlo para siempre.
No hubo
manera de convencerle. Franz permaneció encerrado en el baño hasta bien entrada
la noche.
Extraído de: Los O.T.R.O.S. (Sociedad Secreta)
Autor: Pedro Mañas
Ilustradora: Julia Cejas
Editorial: Algar
ACTIVIDAD
Escribe un cuento o poema con dibujo y envíalo por correo postal a:
Grupo Leo
Apartado 4042
03080 Alicante
o por mail a grupoleoalicante@gmail.com. No olvides poner tu
nombre y apellidos, curso y colegio. Podría ser publicado en nuestro BLOG.
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