Reseña:
Felicidad,
una niña que vive en Piñares, cuenta la vida de Marcial, su vecino, un viejo y
carismático leñador que acude cada día al monte a hacer acopio de madera. La
niña le acompaña los sábados y entre ellos se establece una relación muy cálida
gracias a las fascinantes historias que Marcial le cuenta, especialmente las
vividas en Canadá, país en el que pasó una temporada y aprendió su oficio. Le
habla de ardillas voladoras, picapinos que se dan baños de nieve, osos feroces
y urracas parlanchinas, que comparten con ellos la tortilla de patatas que cada
sábado se comen en el monte para almorzar. También de Porquito, el cerdo
volador y del hombre que vivía en Canadá en el tronco de una secuoya gigante.
Un día,
sin embargo, empieza a perder la memoria. Felicidad, entonces, comprende lo
importante que resulta que ahora ella se haga cargo de contar las historias del
viejo leñador.
Preciosa
novela ilustrada, cargada de momentos poéticos, que nos hacen valorar la
importancia que la amistad y la naturaleza tienen en nuestra vida.
Lectura
recomendada a partir de diez años.
El autor:
Ignacio Sanz (Lastras de Cuellar, Segovia, 1953). Escritor y narrador oral. Licenciado en Sociología por la Universidad Complutense, es autor de una amplia obra literaria que abarca novela, relatos, literatura infantil y juvenil, viajes y etnografía.
Durante veinticinco años combinó su trabajo de ceramista con la escritura. Desde el año 2005, se dedica exclusivamente a escribir y a tareas de animación sociocultural. Recorre de manera habitual colegios, institutos, bibliotecas y centros culturales en los que cuenta romances e historias para incentivar a los jóvenes a la lectura.
Desde 1983, coordina “La Tertulia de los Martes” que, con el patrocinio de Caja Segovia, es un foro de debate por el que han pasado los más destacados escritores españoles de las últimas décadas.
Como narrador oral ha sido invitado a los más importantes festivales que se celebran en España. Dirige el Festival de Narradores Orales de Segovia y El Espinar.
LAS
ARDILLAS VOLADORAS
Me llamo Felicidad. Ya sé
que es un nombre muy bonito. Es lo primero que me dice la gente cuando se
enteran de cómo me llamo. Pues eso, que me llamo Felicidad y vivo en un pueblo
rodeado de bosques de pinos que se llama Piñares.
Supongo que Piñares viene
de piña. De las piñas salen los piñones, el manjar de mi pueblo. Felicidad y
Piñares, Piñares y Felicidad. ¿A qué suenan bien?
Pero no he abierto este
cuaderno para escribir sobre mí. Quiero escribir sobre Marcial y sobre un olmo
centenario. Marcial es un leñador viejo, amigo, vecino y pariente lejano.
Es una suerte crecer al
lado de alguien así porque se aprende mucho. Aunque, a veces, con sus rarezas a
la hora de hablar, me haya confundido. Porque Marcial me ha hecho meter tanto
la pata que una vez me suspendieron.
Me explico: una mañana de
sábado, camino del bosque, montada en su furgonetilla, me dijo que de todos los
animales voladores el que más le gustaba era la ardilla. Más incluso que la
urraca. Me extrañó un poco, porque Marcial tiene largas conversaciones con las
urracas.
-¡Marcial, que las
ardillas no tienen alas! –le dije yo.
-Pero vuelan –dijo
Marcial-. Los avestruces tienen alas y no vuelan. Las ardillas, en cambio,
vuelan aunque no tengan alas.
A veces me hago un lío
con las aves que vuelan sin tener alas y las que sí tienen alas pero no vuelan.
-¿La avutarda vuela? –le
pregunté.
-Claro, la avutarda
necesita terreno para el despegue, como los grandes aviones que necesitan
pistas de dos o tres kilómetros. La avutarda pesa unos cuantos kilos y le
cuesta despegar. Supongo que por eso la llaman avutarda, porque es de vuelo
tardo. Avu-tarda; si te das cuenta, el propio nombre lo dice. También se podría
haber llamado avitorpe.
Marcial sabe mucho de
aves, de alimañas y , sobre todo de árboles.
Hace años que se jubiló,
pero como no sabe estarse quieto, sigue yendo al bosque a por leña. Un
entretenimiento, dice. Porque antes se dedicaba a talar pinos. Pinos y lo que
se le pusiera por delante. Yo suelo acompañarle los sábados, sobre todo en
primavera.
A los pocos días de
aquella conversación que tuvimos Marcial y yo camino del bosque, doña Upe, la
profesora, me suspendió por culpa de Marcial. Nos mandó escribir en el cuaderno
el nombre de cinco especies voladoras y puse la urraca, el gorrión, la cigüeña,
el mirlo y la ardilla. Yo sabía que me la estaba jugando, pero quería hacerle
un homenaje a Marcial. Cuando doña Upe leyó la lista, me dijo:
-Con lo fácil que era,
Felicidad. No me explico cómo has metido la pata. Estás suspendida.
-¿Por qué?
-Porque la ardilla no es
una especie voladora.
-¿Cómo que no, doña Upe?
Marcial dice que sí es una especie voladora. Y Marcial controla un montón. Digo
un montón y me quedo corta. Todos sabemos que, en asuntos de campo, Marcial es
el sabio más sabio de Piñares. ¿Sí o no?
Algunos compañeros de
clase se reían por lo bajo. A mí me dolió, sobre todo por Marcial, a quien la
gente del pueblo respeta mucho. Que se rían de mí no me importa, pero que se
rían de Marcial, sí. Por todo lo que me ha enseñado. Y porque es de los pocos
viejos que sabe cuándo va a llover y cuándo va a nevar.
-¿Cómo puedes saberlo,
Marcial? –le pregunté una vez.
-Lo huelo. Solo hay que
olfatear el aire. Ahí está todo, en el aire, berganta.
Yo no sé cómo se puede
oler el agua que no ha caído, pero Marcial lo sabe, como si tuviera un sexto
sentido. Acierta más veces que el hombre del tiempo. De árboles sabe mucho. Y
de la música que hace el viento en los árboles los días de ventisca. No son lo
mismo las de otoño que las de primavera. A veces el viento suena por boleros y
a veces por peteneras. –me dijo en una tarde muy ventosa.
-¿Qué son las peteneras?
-La petenera es un baile
flamenco, berganta.
-¿Tú cantas cuando
trabajas?
- Cantar, cantar, no,
pero me gusta tararear. Lo hago para aliviar el golpe del hacha. Es como si le
estuvieras pidiendo perdón al árbol o como si le pusieras un paño caliente para
que le duela menos. Por eso, cuando me dedicaba a la tala de árboles, los
abrazaba antes de buscarles la caída. Cuando trabajo me gusta cantar, susurró
como si acariciara al árbol con la voz.
Tomado de: “El hombre que abrazabaa los árboles”
Editorial: Edelvives
Autor: Ignacio Sanz
Ilustraciones: Ester García
ACTIVIDADES:
- ¿Sabéis si cerca de dónde vivís hay algún árbol centenario? Seguro que sí. Investigad dónde y de qué especie se trata.
- ¿Qué medidas creéis que se podrían tomar para evitar que se talara alguno de estos árboles en caso de querer hacerlo?
- Escribe un cuento o un poema cuyo protagonista sea un árbol y envíalo por correo postal, acompañado de un dibujo y vuestro nombre y apellidos, curso, colegio y nº de teléfono y dirección mail de vuestros padres a:
Concurso literario Grupo Leo
Apartado de Correos 3008
(03080 Alicante)
2 comentarios:
A mí también me encanta fundirme con aquellos árboles que me impresionan por algún aspecto. Recuerdo el abrazo a un árbol majestuoso que hay en el atrio y cementerio de la iglesia de ETXALAR.
¡Cómo viví con él y su entorno de siglos!
Yo tengo un recuerdo muy bonito del parque del Capricho, en Madrid. Allí, con mi nieto, que solo tenía tres años, abrazando y acariciando el tronco de aquellos árboles centenarios.
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