Reseña:
Siete
cuentos componen este divertido libro para lectores a partir de 10 años. En el encontraremos aventuras, ladrones de
guante blanco y muchas divertidas situaciones algunas basadas en hechos reales
como aquel estafador que vendió la Torre Eiffel. Todas ellas con un denominador
común. Un investigador de la policía que será el encargado de llevar estos
casos y perseguir a los criminales implicados… ¿o no? Siete casos para el
inspector Archibald Wilson con licencia nº2.506 que nos mantendrán alerta.
El autor:
Pedro
Mañas nació en Madrid
en 1981. Es Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad Autónoma de
Madrid, donde en 2004 obtuvo el primer premio del Certamen de Narrativa Breve.
Es también entonces cuando comienza su relación con el teatro universitario,
para el que realiza, durante varios años, labores de dramaturgia y dirección.
La obra Klaus Nowak, limpiador
de alcantarillas, editada por Anaya, supone su primera incursión en
el ámbito de la literatura para niños. Con ella obtiene en 2007 el primer premio
del XXVI Concurso de Narrativa Infantil Vila d’Ibi.
El 2008, la editorial Everest le otorgó
su XII Premio de Literatura Infantil Leer es Vivir gracias a la novela Los O.T.R.O.S. (Sociedad Secreta),
que ha sido traducida al chino, portugués, francés, alemán y turco. Asimismo,
resultó finalista en la XVII y XVIII Edición del Premio Edebé de Literatura
Infantil y Juvenil con La
formidable fábrica del miedo y Un
carromato verde botella. También es autor de varios poemarios
infantiles. Entre ellos, Poemas
para leer antes de leer, con el que resultó ganador del III Premio
de Poesía Infantil El Príncipe Preguntón (convocado por la Diputación de
Granada y la Editorial Hiperión), y
Ciudad Laberinto, que le valió el II Premio de Poesía Infantil
Ciudad de Orihuela, convocado por el Ayuntamiento de Orihuela y la editorial
Kalandraka. En 2012 se le otorgó el III Premio de Literatura Infantil Ciudad de
Málaga con Una terrible
palabra de nueve letras. Más recientemente, su obra La vida secreta de Rebecca Paradise
se ha alzado con el XXXVII premio El Barco de Vapor, concedido por el grupo SM
en 2015. De estas obras los lectores y la crítica han destacado su humor,
originalidad y su capacidad para hallar y recrear el lado fantástico de la vida
cotidiana.
El Ilustrador:
David Sierra Listón (Madrid, 1987). Tras finalizar el Bachillerato de Artes cursó estudios superiores en la Escuela de Arte 10. Su proyecto de fin de grado obtuvo en el año 2012 el premio Aurelio Blanco para alumnos de Escuelas de Arte convocado por la Comunidad de Madrid. Su labor profesional se ha centrado en el ámbito de la ilustración infantil y juvenil, trabajando para prestigiosas editoriales como Santillana, Edelvives y Grupo SM.
FLOR DE LOTO, MALAGÜERO Y UNA MOTO
Los
reyes de la isla de Chindabí, cansados de la sanguinaria guerra que desde hacía
siglos mantenían con los monarcas de la isla de Chindanbú, habían decidido
firmar la paz. Lo malo era que para ello, en vez de enviarles un jamón o una
lámpara de pie, se les había ocurrido ofrecer a su hija Flor de Loto en
matrimonio. La reina de Chindabí había telefoneado al palacio de Chindabú para
contar maravillas de la princesa:
–Es
bonita, limpia, apenas hace ruido y lava muy bien la ropa. Perfecta para el
moderno príncipe soltero.
El
rey de Chindabú no sabía si le estaban hablando de una princesa o de una
lavadora automática, pero aceptó el trato, y mandó llenar el palacio de flores
y vaciar los orinales. A algún gracioso se le ocurrió llenar los orinales de
flores, y los reyes, que no se andaban con chiquitas, pusieron precio a su
cabeza. Pobrecillo. Era tan feo que nadie quiso comprarla.
Puesto
que los reinos de Chindabí y Chindabú estaban separados por muchas millas, Flor
de Loto tomó un camarote de primera clase en un trasatlántico y emprendió la
travesía hacia Chindabú sin más compañía que su corona, su frasco de sales y un
baúl con seiscientos o setecientos pares de zapatos.
En
el puerto esperaba el comité real para recibirla. Y allí estaba yo, entre la
gran multitud de ministros, pajes y altos dignatarios de la corona. Todos
conteníamos la respiración y, como el barco llegó con retraso, a poco nos ahogamos.
Al fin, la lujosa nave atracó en el puerto. Todos agitamos nuestras banderitas
y lanzamos al mar puñados de flores, que acabaron hechas papilla entre las
potentes hélices del trasatlántico. Las gaviotas gritaron entusiasmadas.
Por
la escalerilla de proa acababa de aparecer una preciosa criatura de cabellos de
porcelana y cutis de oro. O quizá al revés. El caso es que era una monada.
Llevaba una corona de esmeraldas y un vestido tan largo que la punta de la cola
aún seguía enroscada en el camarote.
¡Pero
cuidado! Por la escalerilla de popa estaba descendiendo otra princesa tan
elegante y tan rubia como la primera. Llevaba también un vestido larguísimo,
aunque su corona era de rubíes. Por lo demás, las dos muchachas eran idénticas
como dos gotas de agua, o dos tickets de autobús, o dos conciertos de pandereta.
Los del comité de bienvenida estábamos confusos y no sabíamos a quien bienvenidar. Unos votaban por la
princesa de proa y otros por la de popa, y empezó a armarse un jaleo tremendo.
Los fotógrafos que habían acudido a cubrir la noticia se volvían locos
disparando sus flashes a uno y a otro lado. Los horchateros vendían horchata
entre la multitud.
Desde
la distancia yo examinaba a las princesas, tratando de desentrañar aquel
misterio. Se trataba de un caso verdaderamente insólito.
Las
muchachas, ajenas a todo, se mantenían impasibles con la barbilla alta y los
ojos serenos, como si la cosa no fuera con ellas. Ni se les ocurría mirarse la
una a la otra. Lo único que les preocupaba era que pudieran pisarles el vestido.
Los
delegados reales discutían acaloradamente, pero como nadie era capaz de saber
cuál era la princesa correcta, se tomó la decisión de llevarse a ambas a
palacio y que los reyes se las arreglasen. Las muchachas iban un poco apretadas
en el carruaje, pero no se quejaban ni sudaban porque no hacía bonito.
El
rey de Chindabú en persona estaba esperando en el salón del trono, y lo primero
que pensó cuando llegaron las princesas fue que veía doble y que no volvía a
probar el anís. Luego la reina le confirmó que, en efecto, había dos princesas
y no una, y se decidió telefonear de inmediato a los reyes de Chindabí.
El
rey de Chindabí no sabía si le estaban hablando de la princesa o de una pizza
cuatro estaciones, pero al final comprendió lo ocurrido y se llevó las manos a
la cabeza, con lo cual se hizo un chichón tremendo con el auricular.
–Esto
es cosa de Malagüero –afirmó mientras se flotaba la coronilla.
–¡Y
tan mal agüero! –respondió la reina–.
¡Bonita
manera de empezar la paz!
La
reina colgó hecha una furia y yo aproveché para intervenir:
–No,
señora, lo que el rey quería decir es que esto es cosa del bandido Malagüero.
–¿Y
quién es ese Malagüero?
Yo,
como inspector superior de Policía, conocía el nombre, edad, peso y número de
cicatrices de todos los grandes criminales en activo, así que arrastré a los
reyes hacia un rincón y me dispuse a hablarles del más célebre bandido del
reino de Chindabí.
Tomado
de:
Cuentos criminales
Autor: Pedro Mañas
Ilustrado
por:
David Sierra Listón
Publicado
por:
Libre Albedrío, editorial
ACTIVIDADES
1.-
Elabora un cartel con la cara del bandido Malagüero y pide una recompensa por
su captura.
2.-
¿Cómo crees que acaba esta historia? Cuéntasela a tus compañeros.
3.-
Haz un cómic expresando en él todo lo que te relata este texto.
4.-
Escribe un cuento cuyo protagonista sea un bandido muy particular que se dedica
a robar cosas raras y extrañas. No te olvides de ilustrar tu relato. Envíalo con tu nombre, curso y colegio por mail a la dirección:
grupoleoalicante@gmail.com
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