Reseña:
Toda obra literaria de mérito se ofrece a la diversidad de lecturas, lo que cobra una mayor relevancia en la literatura infantil dado el amplio abanico de edades de sus potenciales destinatarios. En el caso del álbum ilustrado dirigido a primeros lectores, se puede observar cómo es apreciado tanto por niños y jóvenes como por adultos capaces de disfrutar con esta singular propuesta que encuentra su forma de expresión artística en la acertada síntesis de imágenes y palabras.
Ocurre así con El águila que no quería volar, una hermosa parábola de la existencia humana, individual y colectiva, cuando se ve limitada por las expectativas del entorno y que se puede aplicar a una extensa diversidad de situaciones personales, sociales e históricas. El autor del texto es James Aggrey, escritor de Ghana fallecido en 1927, según la breve noticia que ofrece el libro. El relato habla de un águila capturada por un hombre cuando era una cría y encerrada en un gallinero. Durante cinco años vive junto a las gallinas hasta llegar a creerse una de ellas y olvidar lo que constituye lo más íntimo de su esencia, entre otras costumbres, la del vuelo. Un día, un sabio descubre al gran pájaro y se propone enseñarle a volar, pero sus intentos resultan infructuosos. Finalmente, una mañana carga con el águila hasta lo más alto de una montaña y allí, ante la visión de un resplandeciente sol naciente, recupera su naturaleza indómita y emprende majestuosa el vuelo. Tras este hecho aparece la palabra “fin”, con lo que el lector da por concluido un relato dotado de sentido pleno. Sin embargo, al volver la página encontramos, junto a los créditos del libro, unas palabras apenas destacadas que dicen así: “Pueblos de África: Hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, pero hay hombres que nos han llevado a pensar como gallinas y todavía pensamos que somos verdaderas gallinas, pero somos águilas. ¡Abran sus alas y emprendan el vuelo!” Sin duda ha sido un acierto del editor separar este párrafo, que ciñe el sentido del relato a la situación colonial de África en las primeras décadas del siglo pasado (y que, lamentablemente, conserva su vigencia ya entrados en el XXI), desconocida y ajena para el lector infantil. De esta manera, el libro amplía su significación a otros contextos y abre la posibilidad de múltiples interpretaciones. Por otra parte, el lector atento acabará por descubrir esas líneas y con ellas la intención que abrigó el autor de despertar las conciencias de su gente a través del poder de la palabra hecha cuento.
(Tomado de revistababar.com)
James Aggrey
nació en Anamabu, un pueblo costero de Ghana en 1875. Se bautizó como cristiano
metodista en 1883. Estudió en Estados Unidos medicina, teología, sociología y
economía. Fue pastor metodista e intervino en la confección de varios informes
para planificar el desarrollo de África, insistiendo en la necesidad de la
educación. Falleció en Nueva York en 1927.
Wolf Erlbruch, nacido en 1949 en Wuppertal, Alemania, es uno de los ilustradores alemanes más conocido, con una
extensa bibliografía en el campo de la literatura infantil. Ha escrito unos
diez libros propios e ilustrado cerca de cincuenta de otros autores. Su trabajo
más conocido quizá sea El topo que quería saber quién se había
hecho aquello en su cabeza, que es considerado un clásico dentro de los
álbumes infantiles.
Este año ha
recibido el premio Alma (Astrid Lindgren Memorial Award) en el marco de la
feria de Bolonia.
EL ÁGUILA QUE NO QUERÍA VOLAR
Había una
vez un hombre que fue a la montaña a buscar un pájaro para tenerlo en casa.
El hombre
capturó un aguilucho, lo llevó a su casa y lo metió en el gallinero, junto a
las gallinas, los patos y los pavos. Y, a pesar de que era un águila, el rey de
los pájaros, le dio maíz para que comiera.
Pasaron
cinco años y el hombre recibió la visita de un sabio, que conocía mucho de las
cosas de la naturaleza.
Y cuando
salieron juntos a pasear por el jardín, el sabio dijo: “Ese pájaro que está ahí
no es una gallina, es un águila!”
“Sí”, dijo
el hombre. “Es cierto, pero lo he educado como gallina. Ahora ya no es un
águila, sino una gallina, a pesar de que sus alas tengan tres metros de ancho”.
“No”, dijo
el otro. “Sigue siendo un águila, porque tiene el corazón de un águila y eso
hará que vuele muy alto por los aires”.
“No, no”,
dijo el hombre. “Ahora es una verdadera gallina y jamás volará”.
Entonces,
los dos decidieron hacer una prueba.
El sabio,
que conocía mucho de la naturaleza, levantó al águila en lo alto y le habló
como quien hace un conjuro: “Tú, que eres un águila, tú, que perteneces a los
cielos y no a la tierra, despliega tus alas y vuela!”.
El águila no
se movía del puño en alto del sabio y miraba a su alrededor.
Divisó a las
gallinas, que andaban picoteando granos, y saltó uniéndose a ellas.
El hombre dijo:
“Ya te lo había dicho, ¡es una gallina!.
“No”, dijo
el otro. “Es un águila y lo intentaré de nuevo mañana”.
Extraído del álbum ilustrado: “El águila que no quería volar”
Autor: James Aggrey
Ilustrador: Wolf Erlbruch
Editorial: Lóguez ediciones
ACTIVIDADES:
1.- ¿Qué opinas sobre tener animales salvajes en cautividad?
¿Cómo crees que actuó el hombre metiendo al
aguilucho en el gallinero?
2.-¿Crees que al final el águila voló, como creía el sabio,
o no, como decía el hombre que la capturó?
3.-Escribe un cuento o poema sobre
un niño al que sus padres protegen excesivamente.
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