Los libros del mes del Grupo Leo
en La Tiza
Artículo visto en:
Suplemento de Educación Infantil "La Tiza" 25-09-2013
Diario Información de Alicante con el Patrocinio de la Fundación CajaMurcia y COES
Un reloj con plumas
Biólogo y escritor de literatura infantil y juvenil. Comenzó en la LIJ en 2005 y, a partir de la buena acogida de crítica y público de Cactus del desierto, ha ido publicando a buen ritmo y cada año más obras que el anterior. Junto al ilustrador catalán Roger Olmos ganó, en 2008, el Premio Lazarillo de álbum infantil ilustrado por El príncipe de los enredos, y en 2009 la Biblioteca Juvenil de Múnich ha incluido en su prestigiosa selección White Raven la novela «fetiche» de este autor, Cactus del desierto.
Recientemente ha conseguido la medalla de plata al mejor Libro Ilustrado Infantil, en los IPPY Awards 2013 (Independent Publisher Book Awards) por "Cuento de Noche" en su versión en inglés.
Estudió Bellas Artes en Pontevedra. Trabaja en Santiago de Compostela ilustrando libros, revistas y carteles.
En 1999 recibió el Premio Nacional de Ilustración.
Argumento:
Había una vez un reloj despertador que no sabía contar, pero lo que es sonar, sabía sonar de maravilla. Un día lo echaron del escaparate de la relojería, y al pobre reloj no le quedó más remedio que encontrar una solución a su falta de precisión.
La Tiza de la Lectura. Leo, leo, que me animo a leer.
Un cuento:
UN
RELOJ CON PLUMAS
Había una vez un reloj despertador que vivía en el
escaparate de una relojería.
Allí llevaba muchísimo tiempo.
Nadie lo quería comprar porque nunca iba en hora.
¿Y como iba a ir en hora si no sabía contar?
El pobre reloj lo había intentado con todas sus fuerzas.
Imitaba la hora que tenían los demás relojes y marcaba el
compás de los segundos con un pie.
Pero como no sabía contar, decía:
“Siete, quince, ocho, veintitrés…”
¿Y nunca llegaba a sesenta!
Así pues, el relojito cambiaba de minuto cuando le parecía
bien, unas veces antes…, otras después.
El resultado era que enseguida se despistaba…
O bien se le cansaban las agujas de estar apuntando hacia
arriba…
O le picaba en la mejilla junto al número tres, y tenía que
rascarse.
Después, nunca se acordaba de qué hora era, y terminaba
pasando el día de brazos caídos, marcando con tristeza la hora de la merienda.
Eso sí, sonar se le daba de maravilla.
¿Y sabía tocar sus campanas de varias formas!
A veces movía la cabeza de izquierda a derecha, provocando
un gracioso tilín que le habían enseñado las cajitas de música.
Pero ¡otras veces sonaba más que el más sonoro de los
relojes!
Daba saltos sin parar.
Triples saltos mortales, como los equilibristas de los
circos.
Giraba sobre sí mismo, temblando y retemblando, hasta que se
ponía rojo omo un tomate:
“¡Ringgg, ringgg, ringgg…!
No se había fabricado un reloj que tocara las campanas como
él.
Pero este relojito casi nunca sonaba.
Porque…¿de qué servía sonar a cualquier hora sin saber para
qué?
Una tarde gris, el relojero se cansó de verlo en el
escaparate.
Abrió la puerta de la relojería y señalando hacia la calle
le dijo:
-Vete ahora mismo de mi tienda.
-Un despertador que
nunca va en hora no sirve para nada.
El relojito salió por la puerta muy triste.
Hacía frío, y tan solo llevaba una bufanda.
Comenzó a caminar.
Las lágrimas se escurrían por sus manecillas.
Cuando se estaba poniendo el sol, el reloj se detuvo junto a
una farola que acababa de iluminarse.
Le regaló una sonrisa y le dijo:
-Hola señora farola. Nunca voy en hora, porque no sé contar…
¡Pero sueno de lo lindo!
-y movió la cabeza de izquierda a derecha, emitiendo un
gracioso tilín-
¿Puedo quedarme con usted para hacer sonar mis campanas cada
vez que encienda su luz?
La farola lanzó una carcajada y respondió:
-¡Pues claro que
no! Todos queréis que os ilumine y
brillar a mi costa.
¡Lárgate de aquí! Mi
luz no necesita de campanas para hacerse notar.
El pequeño reloj se cruzó la bufanda y siguió caminando.
Hacia la madrugada comenzó a llover.
El reloj despertador se acercó a un buzón de correos, le
regaló una sonrisa y le dijo:
-Hola, señor buzón.
Nunca voy en hora porque no sé contar…¡Pero sueno de lo lindo!
-y movió la cabeza de izquierda a derecha, emitiendo un
gracioso tilín-.
¿puedo quedarme dentro de usted para hacer sonar mis
campanas cada vez que alguien eche un sobre en su interior?
–Lo siento mucho, mi
querido amigo. Serías una buena compañía, sin duda…pero ya nadie echa cartas a
mi estómago.
Antes me llenaban de cartas hasta arriba…
Ellas se lo pasaban tan bien, hablando y jugando las unas
con las otras…
-el buzón se detuvo un momento y suspiró-:
Pero eso era antes. Ahora estoy vacío. Ni una sola carta en
tres meses…
No puedo dejar que te quedes conmigo. Aquí nunca harías
sonar tus campanas.
No es este tu lugar.
El pequeño reloj se cruzó la bufanda y siguió caminando.
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Fragmento del libro: Un reloj con plumas
Autora: Roberto Aliaga
Ilustraciones: Óscar Villán
Editorial: MacMillan
Colección: Librosaurio + 6 años
Colección: Librosaurio + 6 años
ISBN: 978-84-7942-193-9
Actividades:
- ¿Qué regaló el reloj a la farola y al buzón cuando se acercó a ellos?
- ¿Por qué creéis que ya nadie echa cartas en el buzón?
- Escribe un cuento o un poema cuyo protagonista sea un reloj acompañado de un dibujo y envíalo al Grupo Leo. Escribid vuestro nombre, apellidos, curso, colegio y nº de teléfono o e-mail:
Grupo Leo
Apartado 3008
03080 Alicante
o por e-mail a: grupoleoalicante@gmail.com
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grupoleo@terra.com
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