Reseña:
La bella Pandora, el rey
Midas, Teseo y el minotauro, o Edipo, son protagonistas de algunas de las
leyendas más fascinantes de la mitología griega. Con un lenguaje claro y
comprensible, en esta recopilación se dan cita varios mitos clásicos, a través
de los cuales el lector descubrirá las raíces literarias de la cultura que se
convirtió en cuna de la civilización occidental.
El autor:
Jesús
Cortés Zarzoso es
un escritor valenciano, nacido en Torrent en 1962. Trabaja como traductor y corrector
de textos y desde 1992 se dedica también a la escritura y ha publicado 17
títulos, "Rosas negras en Kosovo", "La Odisea",
"Frankenstein", "Drácula", "Le confessions de Titus
Bums", son algunos de ellos, también es el autor de varias publicaciones
técnicas. Ha obtenido el "Premio Bancaixa en 1997 por "No em post dir
adéu" y el "Premio Vicent Silvestre en 1999 por "L´ull de la
momia". Escribe en Valenciano y algunas de sus obras han sido traducidas,
como esta, "Rosas negras en Kosovo"
Dice de él: "Escribo por diversión y
también por una especie de necesidad vital. Escribo, asimismo, porque la hoja
de papel es un blindaje perfecto contra la incertidumbre. Gracias a eso, todas
las mañanas existe una brújula que te marca el rumbo".
El ilustrador:
DIOSES, HÉROES Y MITOS DE LA ANTIGUA GRECIA
El vuelo
de Ícaro
Un par de semanas
después, por los caminos que conducían al palacio de Radamante a través de
campos y arboledas, Ícaro había conseguido llenar hasta cuatro sacos de plumas,
y Dédalo había preparado un zurrón en el que había escondido la cera, las tiras
de piel, los cordeles y los listones de roble. Las ramas de árboles, largas y
cortas, gruesas y delgadas, las ató como un hatillo de leña.
–¿Y qué haremos con todo esto? –le preguntó a su padre.
–Nos lo llevaremos al laberinto –contestó Dédalo sin
querer descubrir todavía su plan de fuga–. Será nuestro equipaje.
–¿Plumas? ¿Cera de abeja? ¿Leña? ¿Nuestro equipaje?
–Haremos un par de jergones…–dijo Dédalo con una media
sonrisa–. En el corazón del laberinto hay una chimenea. Nos calentaremos con la
leña.
Ícaro comenzó a creer
que su padre se había vuelto loco, que la condena del rey Minos le había hecho
perder el juicio.
(…)Dédalo, tras su
hijo, arrastraba palmo a palmo las alas que tenían que sacarlos de la isla.
Atrapados en la oscuridad que solo las antorchas ayudaban a romper, en más de
una ocasión Ícaro sintió que el pánico lo ahogaba y le hacía perder los
nervios. Entonces le fallaban las fuerzas, y gemía desesperado ante la
posibilidad de que aquel agujero tan solo fuese una trampa sin salida que
acabaría con todas sus esperanzas.
–¡Todo es oscuridad!
¡Todo es oscuridad! –exclamaba Ícaro, aterrorizado.
–Pero el aire hace
oscilar las llamas –le decía Dédalo para tranquilizarlo–. El humo nos abandona.
Busca la salida porque sabe que tarde o temprano la encontrará. Como también lo
haremos nosotros.
Durante días y noches
Dédalo e Ícaro se arrastraron lentamente por el conducto de la chimenea,
dándose descansos, bebiendo y durmiendo aferrados a los huesos. Hasta que, por fin,
la negrura comenzó a disiparse, y un pequeño rayo de luz dio ánimos renovados a
los fugitivos. Pronto el rayo de luz se hizo más vivo, y un rastro de sol
mostró la boca de la salida que desde el exterior tan solo parecía una oscura
madriguera de alimañas.
Libres de su
cautiverio, padre e hijo dieron descanso a sus huesos cansados y al día
siguiente, al amanecer, llegaron al acantilado de la montaña desde el que se
contemplaba el mar abierto. La libertad les esperaba lejos de las costas de
Creta. Ícaro sentía una dicha infinita. No dejaba de contemplar el horizonte
cortado por los azules del cielo y del mar. A los pies del acantilado las olas
rompían contra las rocas, mientras aves marinas sobrevolaban las inmediaciones.
Soplaba una dulce brisa y lucía un sol espléndido. Para Ícaro, tras la
oscuridad sufrida, lucía más vivo y espléndido que nunca.
–¿Y dónde iremos,
padre? –preguntó, ansioso por alzar el vuelo.
–Iremos más allá de las
islas que encontraremos hacia el norte –le contestó su padre.
Bien atadas las alas al
cuerpo, con las correas ceñidas a los brazos y las manos agarradas a los
asideros, Dédalo se dispuso a dar el primer salto desde el acantilado. Todavía
con los pies en el suelo batió las alas, y de inmediato pudo sentir cómo estas
se apoderaban de la brisa del mediodía y lo invitaban a lanzarse al vacío.
Entonces Dédalo saltó y
con las alas desplegadas planeó por encima de las rocas como un ave de presa en
busca de alimento. Ícaro lo vio batir las alas y ascender con cada aleteo. Sin
dudarlo, se lanzó también al vacío y de repente olas y rocas comenzaron a pasar
ante sus ojos a una velocidad vertiginosa. Solo tenía que batir las alas
lentamente, de forma cadenciosa, para volar a placer. Realmente los dos volaban
y reían satisfechos mientras en tierra los vigilantes de la costa los
descubrían y, boquiabiertos, corrían a informar al rey Minos. Poco después,
cuando el rey llegó a la orilla del mar, de Dédalo e Ícaro ya no había ni
rastro en el cielo.
–Eran ellos, majestad –le dijeron los vigilantes–, y han
huido volando hacia el norte.
El rey Minos, con los
puños cerrados y enfurecido, se quedó mirando el horizonte y prometió salir
tras los dos fugitivos para castigarlos como merecían.
–Tarde o temprano los encontraré –murmuró–. Los dioses
serán testigos de ello.
Dédalo e Ícaro volaron
hacia el norte y dejaron atrás las islas que salieron a su paso. Ícaro no podía
sentirse más entusiasmado. El inmenso mar lo rodeaba. Todas las islas que había
visto le habían parecido simples puñados de tierra. Pero todavía quería ver
más. Y tan eufórico se sentía Ícaro que ascendió con fuerza para ver el mundo
entero. Entonces las alas se lo llevaron hacia el cielo. Y cuando Dédalo se dio
cuenta, se le encogió el corazón.
–¡No subas más, hijo! –Le gritó Dédalo–. ¡Las alas, Ícaro,
las alas!
Ícaro lo oyó, pero no
se preocupó. Las alas funcionaban perfectamente. No hizo caso. Solo pretendía
ascender donde ningún mortal lo había hecho nunca. Ese privilegio sería suyo.
Tomado de: “Dioses, héroes ymitos de la antigua Grecia”
Autor: Jesús Cortés
Dibujos de: Camilo Valor.
Editorial: Algar (colecciónCalcetín)
ACTIVIDADES
1.– ¿Qué
materiales recogieron Dédalo e Ícaro antes de su cautiverio?
2.– ¿Cómo
crees que Dédalo construyó las alas?
3.–. El
relato termina describiendo cómo se sentía Ícaro volando, por qué crees que su padre Dédalo le gritaba
¡Las alas!
4.– Escribe un cuento
o poema y acompáñalo de un dibujo. Envíalo
por correo postal junto con tu nombre, apellidos, curso ,Colegio y nº de teléfono a:
Grupo Leo
apartado 4042
03080
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