Cosa de niños es un libro extraordinario para leer en voz alta, para
compartir. Y cada vez que lo leemos descubrimos algo nuevo. Con un estilo muy
particular, Bischel crea un espejo en el que el lector se mira e interpreta las
historias según su propia experiencia. El autor nos invita a mirar con la
curiosidad de los niños, a reflexionar sobre el mundo que nos rodea y
cuestionarlo todo: las convenciones del lenguaje, el conocimiento, el poder, el
progreso… Las siete historias tienen protagonistas distintos que, sin embargo,
son un mismo personaje: un hombre solo, incomprendido, quizás algo chiflado…
Esto es algo que Federico Delicado ha sabido recoger en las ilustraciones que
acompañan el texto, llenas de referencias y guiños al lector. Debajo del
disparate encontramos un retrato de la naturaleza humana con un poso de
amargura que no deja indiferente. Un libro excelente para jóvenes y adultos sin
miedo a reirse de todo, incluso de sí mismos.
El autor:
Peter Bichsel nació
en Lucerna (Suiza) en 1935. Se formó como maestro y trabajó en la escuela primaria
hasta 1968. Después se dedicó a la escritura. Peter Bichsel está muy próximo al
vanguardista Grupo 47, un círculo de escritores que le otorgó en 1965 su premio
anual de Literatura. También es colaborador del Coloquio literario Berlín 65. Bichsel
fue premiado con el premio Lessing de la ciudad de Hamburgo en 1965 y ese mismo
año, el Grupo 47 también le otorgó su premio anual. La obra de Bichsel ha recibido
múltiples distinciones, entre otras, el Grand Prix Schiller y el premio GottfriedKeller.
En el campo de la Literatura infantil y juvenil, le otorgaron en 1970 el premio
más importante de Literatura infantil y juvenil escrito en lengua alemana, el Deutscher
Jugendbuchpreis (Premio al Mejor Libro Juvenil en Alemán) por su obra Kindergeschichten
(Cosa de niños). Desde 1985, Peter Bichsel es miembro de la Academia de las Artes
de Berlín y de la Academia Alemania del Idioma y la Poesía de Darmstadt.
El ilustrador:
Federico Delicado nació en
Badajoz en 1956. Estudió Dibujo y Pintura en la Escuela de Artes y Oficios y se
licenció en Bellas Artes en la universidad Complutense de Madrid. Ha sido
colaborador del diario El País, aunque se ha especializado en ilustrar libros
infantiles y juveniles para diversas editoriales. Ganó el Premio Emilia Pardo
Bazán para literatura no sexista en 2002 y el segundo premio del Certamen
Internacional de Álbum Infantil Ilustrado Ciudad de Alicante en 2005, con El
petirrojo (Anaya). En 2014 obtuvo el Premio Internacional Compostela para
álbumes ilustrados por Ícaro (Kalandraka).
UNA MESA ES UNA MESA
Quiero
contar la historia de un viejo, de un
hombre que ya no habla y tiene el rostro cansado, demasiado cansado para
sonreír y demasiado cansado para avinagrarlo. Vive en una pequeña ciudad, al
final de la calle o cerca del cruce. Casi no vale la pena describirlo, nada
apenas lo diferencia de los otros. Lleva un sombrero gris, pantalones grises,
chaqueta gris y, en invierno, un abrigo largo y gris. Tiene el cuello delgado
con la piel seca y arrugada: los cuellos blancos de las camisas le van
demasiados anchos.
En
el último piso de la casa tiene el viejo su cuarto. Quizás estuvo casado y
tuviera hijos, quizás viviera antes en otra ciudad. Fue sin duda alguna niño,
pero eso ocurrió en una época en que los niños iban bien vestidos como los
mayores. Así se los ve en el álbum de fotografías de la abuela. En su cuarto
hay dos sillas, una mesa, una alfombra, una cama y un armario. Encima de una
mesita hay un despertador, junto a él, periódicos viejos y el álbum de fotografías;
cuelgan de la pared un espejo y un cuadro.
El
viejo daba por la mañana un paseo y por las tardes otro, cambiaba unas palabras
con su vecino y por la noche se sentaba a la mesa. Siempre lo mismo, y los
domingos también. Cuando el viejo se sentaba a la mesa oía el tictac del
despertador.
Hasta
que llegó un día distinto, un día de sol, ni demasiado caluroso ni demasiado
frío, con gorjeos de pájaros, gente amable y niños que jugaban, y lo bueno del
caso fue que al viejo, de repente, le gustó aquello.
Sonrió.
“Todo
va a cambiar”, pensó.
Se
desabrochó el botón del cuello de la camisa, tomó el sombrero en la mano,
apresuró el paso, flexionando incluso las rodillas al andar, y se alegró. Llegó
a su calle, saludó a los niños, entró en casa, subió las escaleras, se sacó la
llave del bolsillo y abrió la puerta de su cuarto.
Pero
en el cuarto todo seguía igual: una mesa, dos sillas, una cama. Y tan pronto
como se sentó volvió a oír el dichoso tictac y se le fue toda la alegría porque
no había cambiado nada.
Y
el viejo montó en cólera.
Vio
en el espejo cómo se le enrojecía la cara, frunció el ceño, apretó
convulsivamente las manos, levantó los puños y golpeó con ellos el tablero de
la mesa, primero un golpe, después otro, hasta aporrear luego la mesa gritando una
y otra vez:
—
¡Tiene que cambiar, todo tiene que cambiar!
Y
dejó de oír el despertador. Luego empezaron a dolerle las manos, le falló la
voz, volvió a oír el despertador y nada había cambiado.
—Siempre
la misma mesa— dijo el viejo—, las mismas sillas, la cama. El cuadro. Y a la
mesa la llamo mesa, al cuadro, cuadro, la cama se llama cama, y la silla,
silla. ¿ Por qué?. Los franceses llaman a la cama li a la mesa tabl, al cuadro
tabló y a la silla ches, y se entienden. Y los chinos también se entienden.
“Por
qué no se llama la cama cuadro”, pensó el viejo, y se
sonrió. Luego empezó a reír y a reír, hasta que los vecinos se pusieron a dar
golpes a la pared y a gritar: “¡Silencio!”.
Ahora
van a cambiar las cosas— exclamó el viejo y empezó a llamar a la cama cuadro.
—Tengo
sueño , me voy al cuadro— dijo. Y por las mañanas se quedaba a veces echado
largo tiempo en el cuadro, pensando en cómo llamar a la silla, y la llamó
despertador.
Se
levantó, se vistió, se sentó en el despertador y apoyó los brazos en la mesa.
Pero la mesa ya no se llamaba mesa, ahora se llamaba alfombra. Así pues, por la
mañana el viejo abandonó el cuadro, se vistió, se sentó en el despertador
frente a la alfombra y empezó a pensar en los nuevos nombres de las cosas.
A
la cama la llamó cuadro.
A
la mesa la llamó alfombra.
A
la silla la llamó despertador.
Al
periódico lo llamó cama.
Al
espejo lo llamó silla.
Al
despertador lo llamó álbum de fotografías.
Al
armario lo llamó periódico.
A
la alfombra la llamó armario.
Al
cuadro lo llamó mesa.
Y
al álbum de fotografías lo llamó espejo.
Tomado
de:
Cosa de niños
Autor: PeterBichsel
Ilustraciones
de:
Federico Delicado
ACTIVIDADES
1.-Intenta
contar la vida que hacía el viejo utilizando las palabras que ha cambiado el viejo.
2.-¿A
qué cosas de tu colegio le cambiarías el nombre? Haz una lista de esas nuevas
palabras.
3.-Escribe
una historia que lleve por título “El inventor de palabras” y envíalo por
correo postal acompañado de un dibujo con vuestro nombre, apellidos, curso,
colegio, y número de teléfono a:
GRUPO LEO
apartado 4042
03080 ALICANTE
apartado 4042
03080 ALICANTE
1 comentario:
Una historia cargada de realismo. Se la leeré a la en alto a los mayores del Centro de día de de Casalarreina.
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