Reseña:
Lísel vive encerrada en el desván desde
que su padre murió hace tres días. Pero no está sola: Po, el fantasma de un
niño (o niña), que siempre va acompañado del fantasma de un perro (o gato) está
intrigado por los dibujos que hace Lísel, y decide visitarla. Y, aunque Lísel
no lo sepa, también hay un muchacho, Will, ayudante de un alquimista, que se
detiene todas las noches bajo su ventana... Los destinos de estos personajes, y
de muchos otros, se entrelazarán en diseños cada vez más intrincados hasta llegar
a un divertido final.
Destinada a un público juvenil a partir de 12 años.
El siguiente enlace te permitirá ver el
book tráiler de Lísel y Po: https://www.youtube.com/watch?v=UO7ODAjwI74
La autora:
Lauren
Oliver (Nueva York,
1982) proviene de una familia de escritores. Empezó a escribir siendo una niña
y, según sus palabras, cuando terminaba una historia le apremiaba el deseo de
iniciar una secuela para no desprenderse de los personajes que había creado su
imaginación. Estudió Literatura y Filosofía en la Universidad de Chicago y
completó sus estudios con un máster en Bellas Artes en la Universidad de Nueva
York. Luego trabajó como asistente editorial en la ciudad de los rascacielos,
donde continúa viviendo en el barrio de Brooklyn.
Sus aficiones son muy variadas. Además
de escribir constantemente, le gusta leer, dibujar, cocinar, viajar, bailar y
cantar sus canciones favoritas. Entre sus autores preferidos se encuentran
Henry James, Edith Wharton, Gabriel García Márquez, C. S. Lewis y Roal Dahl.
Oliver es conocida por sus novelas
dedicadas a jóvenes adultos en las que introduce elementos de romance, terror y
fantasía, con especial atención a una ambientación distópica (sociedad ficticia
indeseable en sí misma).
Su obra más importante a nivel
internacional es Si no despierto.
Además, ha escrito la serie de novelas Delirium: Deliriu, Pandemonium y
Réquiem y el libro Rooms. Todas
ellas pertenecen a un nuevo género de ciencia ficción llamado “distopía”. La
obra Lísel y Po, en cambio, es una novela fantástica, ambientada en el Londres
de finales del siglo XIX o principios del XX.
La ilustradora:
“Me llamo Irene Ibáñez, nací en 1984,
año orwelliano. Vivo en Logroño (La Rioja) y soy Ilustradora, aunque también me
dedico al Diseño Gráfico. El ordenador, la tableta y el vector son mis aliados.
Me interesa el cine, la ilustración, el diseño gráfico, leer, la música, ir a
conciertos, hacer excursiones con los amigos, etc...,”
BUHARDILLAS Y
PESADILLAS
En el mismo momento en que Lísel
pronunciaba la palabra “adiós” en un cuarto vacío, un aprendiz de alquimista
con aspecto exhausto se detuvo frente a su casa en la calle silenciosa y
observó la ventana de Lísel mientras se compadecía de sí mismo.
Llevaba un gabán amplio y abultado que
le llegaba bastante más debajo de las rodillas y que, de hecho, había
pertenecido hasta hacía muy poco a alguien que le doblaba en edad y estatura.
Bajo el brazo sujetaba una caja de madera, más o menos del tamaño de un pan de
molde, y en el pelo, que le brotaba de la cabeza en insólitos y variados
ángulos, llevaba enredados restos de heno y hojas secas dado que la noche
anterior había vuelto a estropear una poción y el alquimista le había obligado
a dormir en la parte de atrás, donde vivían las gallinas y los demás animales.
Pero esa no era la razón por la que se
compadecía de sí mismo el chico, cuyo nombre era Will, pero que también
respondía a los nombres de “inútil”, “nulidad”, “mocoso” y “llorica”, al menos
cuando quien se dirigía a él era el alquimista.
Se compadecía de sí mismo porque con
esta ya iban tres noches que no se sentaba tras la ventana de la buhardilla
aquella chica tan guapa de pelo castaño, que se recortaba en el resplandor
dorado del quinqué que tenía a su izquierda y bajaba la mirada como si
estuviera trabajando en algo.
-¡Jinojo! - dijo Will, lo mismo que
solía decir el alquimista cuando estaba contrariado por algo. Y como Will
estaba terriblemente contrariado, lo repitió: ¡Jinojo!
Había estado seguro, ¡seguro!, de que la
chica estaría allí esa noche. Por eso se había desplazado tan lejos. Por eso se
había desviado hasta Highland Avenue en vez de ir directamente a Ebury Street,
como el alquimista le había ordenado una docena de veces.
Mientras caminaba por una calle desierta
tras otra, en medio de un silencio tan espeso como un jarabe en el que el eco
de sus pisadas se perdía antes de posar el pie de nuevo, se lo había imaginado
perfectamente: daría la vuelta a la esquina, divisaría aquel pequeño recuadro
luminoso, tantos pisos más arriba, y vería su cara flotando en él como una
única estrella. Hacía tiempo que Will había decidido que la chica no era el
tipo de persona que le llamaría con nombres que no fueran el suyo propio.
Seguro que no era impaciente, ni mezquina, ni gruñona, ni presumida. Era
perfecta. La verdad es que Will no había hablado nunca con la chica. Y en algún
rinconcillo de su mente, algo le decía que era estúpido seguir buscando excusas
para pasar bajo su ventana una noche tras otra. Era una pérdida de tiempo. Era,
como hubiera dicho el alquimista, inútil. (“Inútil” era una de las palabras
favoritas del alquimista, y la usaba indistintamente para describir los planes,
los pensamientos, el trabajo, el aspecto y la persona misma de Will).
Will estaba convencido de que si alguna
vez tenía la oportunidad de hablar con la chica de la ventana, le daría
demasiado apuro hacerlo. Además, estaba seguro de que nunca tendría esa
oportunidad. Ella estaba en su ventana, muy por encima de él. Y él estaba en la
calle, muy por debajo de ella. Y así eran las cosas.
Pero durante
el año que había pasado desde que viera por primera vez su cara en forma de
corazón en medio de aquella luz, y por más que se hubiera propuesto ir en
dirección contrario o se hubiera jurado mantenerse lejos de Highland Avenue, no
había habido noche en que sus pies no le fueran llevando de algún modo hasta el
mismo trecho de acera, justo debajo de su ventana.
La verdad
era que Will estaba solo. Durante el día estudiaba con el alquimista, que tenía
setenta y cuatro años y olía a leche agria. Por la noche hacía recados para el
alquimista por los andurriales más oscuros, solitarios y desolados de la
ciudad. Antes de descubrir a la chica de la ventana, había pasado semanas
enteras sin ver a una persona aparte del alquimista y de las gentes extrañas,
malencaradas, deformes y desesperadas con las que él urdía sus tejemanejes en
plena noche. Antes de verla a ella, se había acostumbrado a moverse en una
oscuridad y un silencio tan espeso que los sentía como un manto sofocante.
Las noches
eran gélidas y húmedas. No podía quitarse el frío de los huesos por mucho rato
que se sentara al fuego cuando regresaba al laboratorio del alquimista.
Hasta que,
una noche, había doblado la esquina de Highland Avenue y, en lo más alto de una
enorme casa blanca decorada de arriba abajo con balcones, florituras y adornos
que parecían el glaseado de una tarta, había visto una única y cálida luz en
una única ventanita, y en ella la cara de una chica, y la cara y la luz le
habían hecho sentir calor hasta en lo más profundo de sí mismo. Desde entonces,
había ido a verla todas las noches.
Pero las
tres últimas, la ventana había permanecido a oscuras.
Will se pasó
la caja del brazo izquierdo al derecho.
Llevaba un
largo rato de pie en la acera y la caja se le estaba haciendo pesada. No sabía
qué hacer. Ese era el problema. Temía, sobre todo, que le hubiera pasado algo
malo a la chica, y sentía (cosa rara, porque nunca le había dirigido la palabra
en su vida) que, si era cierto, nunca se perdonaría a sí mismo.
Miró
fijamente tanto el porche de piedra como la puerta de doble hoja que se
percibía tras la verja del número 31 de Highland Avenue. Pensó en entrar por el
portón, subir los escalones del porche y llamar con el pesado aldabón de
hierro.
-Hola-
diría-. ¿Le ha pasado algo a la chica de la buhardilla?
“Inútil”,
habría dicho el alquimista.
- Hola-
diría-. Durante mis caminatas nocturnas, no he podido por menos observar a la
chica que vive arriba. Es muy guapa, y tiene la cara en forma de corazón. Llevo
varios días sin verla y quisiera saber si todo va bien. ¿Podrían decirle que
Will ha preguntado por ella?
“Penoso”,
habría dicho el alquimista. “Peor que inútil. Tan ridículo, ingenuo como una
rana intentando convertirse en el pétalo de una flor…”.
Y justo
cuando el sermón imaginario del alquimista llegaba a su apogeo en la mente
agotada e indecisa de Will, ocurrió lo inesperado.
La luz de la
buhardilla se encendió y, sobre el mínimo y suave resplandor, apareció de
pronto la cabeza de Lísel.
Una vez más
estaba inclinada hacia abajo, como si la chica trabajara en algo, y por un
momento Will echó a volar la fantasía (como siempre hacía) e imaginó que le
estaba escribiendo una carta.
“Querido
Will”, pondría. “Gracias por apostarte debajo de mi ventana todas las noches. A
pesar de que nunca hemos hablado, quisiera decirte cuánto me has ayudado…”.
Tomado
de: Lísel y Po
Autora: Laureen Oliver
Ilustradora: Irene Ibáñez
Colección: El Barco de Vapor
Editorial: SM
ACTIVIDADES:
1. Busca información en internet sobre
la alquimia y los alquimistas. Te sorprenderá descubrir que siguen presentes en
la literatura y en el cine, por ejemplo, en Harry Potter y la Piedra Filosofal
de J.K. Rowling y en El Alquimista de Paulo Coelho.
2. En el fragmento que acabas de leer se
pone de manifiesto el amor platónico que Will siente hacia Lísel, una joven con
la que nunca ha hablado y que sólo ha visto desde la calle a través de una
ventana. ¿Crees que ese tipo de amor se puede convertir en real o es imposible?
Reflexiona sobre ello y, si lo crees oportuno, recoge por escrito tu reflexión.
3. Will desobedece las instrucciones del
viejo alquimista y desvía su camino. En lugar de ir primero a casa de la Sra.
Premiere, que vive en Ebury Street, y entregarle el hechizo que lleva en la
caja de madera, va a ver a Lísel, que vive en Highland Avenue Imagina cuáles
serán las consecuencias para ambos jóvenes y escribe un cuento. Envíalo por
correo postal acompañado de tu nombre, apellidos, curso, colegio, nº de
teléfono particular y un dibujo a:
Concurso
literario Grupo Leo
Apartado
3008
03080
Alicante
1 comentario:
Ante la falta de imágenes de la versión española del libro, me he permitido usar algunas de la versión americana para hacer más amena la lectura. Confío sea de vuestro agrado.
El coordinador.
Publicar un comentario